Adiós puestos de fruta, hola centros comerciales: San Salvador ‘limpia’ el centro de vendedores ambulantes
Adiós puestos de fruta, hola centros comerciales: San Salvador ‘limpia’ el centro de vendedores ambulantes

Peatones caminan en el centro histórico de la capital de El Salvador, el pasado 7 de marzo. Camilo Freedman
– El país centroamericano busca abrirse al turismo y a la inversión extranjera. Pero los historiadores advierten del “borrado” de la identidad salvadoreña
El centro de San Salvador ha sido siempre un espacio de barullo y encuentro. Las promociones de los vendedores ambulantes gritadas a puro pulmón; medicinas, ropa, fruta recién cortada en minúsculos puestos portátiles, señoras que todo lo arreglan y hombres que venden ropa de segunda mano o muestran los últimos juguetes a los más pequeños. “No hay nada que no encuentres allá”, repiten los capitalinos.
Hace un mes, el centro conoció por primera vez el silencio, cuando empezó el desalojo paulatino de más de 8.000 vendedores ambulantes. En un proceso de reordenamiento territorial —que llevaba casi medio siglo en barbecho por falta de acuerdos—, este sector de la clase más popular del país se pregunta a qué se dedicarán ahora. La pregunta de los historiadores es otra: “¿Se está combatiendo la pobreza acabando con las personas pobres?”. Para Rafael Paz Narváez, investigador de la Universidad de El Salvador, la duda es retórica.
El 70% de la población salvadoreña vive con el salario mínimo, unos 365 dólares mensuales. Una de ellas es Elisa Ramos, de 34 años. Esta madre de dos hijos adolescentes creció entre estas callejuelas del centro, viendo primero a su madre vender fruta fresca para luego heredar el oficio. “Esto es lo único que sé hacer”, dice con timidez, mientras atiende a una señora que pregunta el precio de la sandía. “Cada vez hay más extranjeros y ellos no compran nada. Prefieren ir al Starbucks y al Burger King”.
Elisa Ramos, vendedora ambulante, ha visto un decrecimiento en la venta de fruta fresca debito a que el turismo internacional prefiere comprar en establecimientos de franquicias transnacionales. Foto Camilo Freedman
Hace dos siglos que se tiene constancia de vendedores en las plazas del centro de la capital salvadoreña. En la década de los 80, tras el golpe de Estado que derrocó al dictador Carlos Humberto Romero, llegó a la Alcaldía José Antonio Morales Ehrlich y una de sus medidas estrella fue impulsar la peatonalización del centro. Esta idea, que inicialmente estaba pensada para dinamizar el movimiento y acercar el espacio público al peatón, terminó llenando un hueco gigante de la población más empobrecida que empezó a vivir de la venta y la reparación. Años después, al Estado dejó de importarle tanto el centro porque este era, según explica Carlos Cañas Dinarte, investigador particular y miembro de varias Academias de Historia y Geografía, el territorio de la población más empobrecida. “Su ausencia le entregó en mano a las pandillas el control del centro histórico”. Estas llevan al menos dos décadas haciendo de estas calles su zona predilecta donde vender droga.
Por eso, ninguno de los entrevistados niega que el reodenamiento territorial fuera una necesidad. Lo que ambos critican es cómo se ha hecho. Los grupos de vendedores han estado históricamente organizados y han conseguido paralizar muchos intentos de desalojo. A veces, con protestas pacíficas; otras, con acción directa en las calles y la última, en octubre de 2024, personándose en la Asamblea Legislativa para solicitar que se mantuvieran sus puestos durante la temporada navideña. La presión de este centenar de comerciantes hizo que la Alcaldía detuviera los desalojos por cuatro meses. Pero no pasó de febrero. El 27 recibieron un aviso donde se pedía un “retiro voluntario”. En caso de que se negaran, advirtieron, ejecutarían “la intervención necesaria para el reordenamiento de la zona”, decía el comunicado. En algunas zonas, los desalojos empezaron meses antes. La medida final podría afectar a más de 10.000 trabajadores informales.
Una mujer se toma un retrato junto a un letrero que lee ‘El Salvador’ en San Salvador, el 7 de marzo de 2025. Foto Camilo Freedman
El activismo de este colectivo, explica Paz Narváez, sólo podía ser frenado con la situación política actual. El pasado marzo, el país cumplió tres años de un estado de excepción pensado para capturar con menos trabas procesales a cualquier ciudadano vinculado a las pandillas. Sin embargo, este periodo ha sido criticado infinitas veces por las organizaciones de derechos humanos y población civil que han denunciado detenciones arbitrarias, maltrato en prisiones y abusos policiales. Según la organización Socorro Jurídico Humanitario (SJH), un tercio de los detenidos durante el régimen son inocentes. Esto supone unas 30.000 personas. “Así nadie se va a enfrentar a la Policía, tienen miedo de ir preso”, añade. “La transformación del centro se está dando sólo porque [Nayib] Bukele tiene a la gente aterrorizada”.
Y es que el centro no sólo está expulsando al trabajador informal. Cañas Dinarte enumera una decena de intervenciones o demoliciones que “borran” el patrimonio cultural de la ciudad. La Iglesia Católica del Rosario, de estilo brutalista; la desaparición de la Biblioteca Nacional Francisco Gaviria, demolida para construir la Biblioteca Nacional de El Salvador (Binaes), cedida por el Gobierno chino al país centroamericano; la cesión del Palacio Nacional para celebrar bodas por 20.000 dólares o la demolición del Hospital Rosales. “Han estado interviniendo sin ton ni son, sin criterio técnico, han hecho lo que han querido. Y si no existía la ley para ello, la han creado”. Es por ello que el académico ya no se refiere a esta zona como centro histórico: “Lo único histórico es el recuerdo de lo que fue”.
Ventas ambulantes cerca de la Catedral Metropolitana de San Salvador, el pasado 7 de marzo. Foto Camilo Freedman
Sin más alternativas que migrar
Xiomara Sánchez, de 24 años, lleva media vida vendiendo frutas, cremas, bolsas y ropa frente a lo que ahora es la Binaes. Esa fue la segunda localización, después de que ella y su madre fueran desalojadas de otro puesto central. “Quieren mantener las calles limpias, todo limpio… Limpiar las calles de nosotros para que se vea todo bonito y compren las nuevas tiendas los empresarios chinos”, explica esta joven. Está sentada en una banqueta de plástico, a unos palmos de los nuevos carteles del centro que indican que están en una “zona libre de ventas”.
La creciente inversión extranjera, principalmente asiática, es una percepción que comparte Cañas. “Ahora el centro histórico es propiedad china, prácticamente”. Paz Narváez, quien ha escrito varios ensayos sobre los intentos de reordenamiento desde finales de los 90, coincide: “Son muy pocos extranjeros los que tienen el capital económico para tolerar los precios mínimos de los negocios, que rondan los 75.000 dólares. Esta realidad está desplazando a comerciantes salvadoreños”.
Xiomara Sánchez ha sido reubicada en dos ocasiones durante el proceso de ‘limpieza’ del centro histórico de San Salvador. Foto Camilo Freedman
Desde febrero, ha decidido moverse a cinco cuadras de su posición anterior y seguir vendiendo aquí, entre buses y otros puestos, unidosis de medicinas y geles relajantes. Ahora, en este nuevo rincón, sus ventas han caído hasta cinco veces. “Antes, un día bueno hacía 100 dólares, ahora como mucho son 20″, narra. En caso de que esta cuadra sea la próxima en ser desalojada, dice que le tocará vender en la puerta de su casa o migrar, y que no sabe si podrá sobrevivir en cualquiera de las dos opciones. Su caso no es único. En enero, más de 60 vendedores de la Plaza Zacamil que fueron desalojados denunciaron que la Alcaldía de San Salvador no les ha ofrecido ninguna alternativa.
Narváez lamenta que la Alcaldía no llegara a ningún acuerdo con los más de 10.000 afectados. “Se pudo haber creado plazas comerciales de mayor calidad y salubridad; más estéticas. Tratar de formalizar a esta población y que así no se perdiera la identidad de la capital, pero eso hubiera chocado con las grandes empresas, que quieren abrir centros comerciales y grandes cadenas”.
Clientes disfrutan de un café mientras peatones cruzan una calle remodelada de la capital salvadoreña. Foto Camilo Freedman
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