Plantas invisibles para la conservación internacional: ¿que pasará si desaparecen?
Plantas invisibles para la conservación internacional: ¿que pasará si desaparecen?

Ejemplares de Ceroxylon quindiuense en el departamento de El Quindío, en Colombia. Foto Diego Torquemada (Catálogo de la Biodiversidad)
– Los intereses científicos no siempre coinciden con los de las comunidades. Eso hace que se desconozca el estatus de conservación de la mitad de las especies con importancia cultural en Colombia
Anchamba, anchambe, bobil, bobila. Chingalé, enchamba, mobil, lanceta. Palma de estera, palma enchama, palma bobila. No es ni siquiera la lista completa de nombres populares que tiene la Astrocaryum malybo, un tipo de palmera endémica de Colombia. Su explosión de hojas se deja ver en una decena de regiones del país, sobre todo en la costa del Pacífico y del Caribe. Ocasionalmente, se comen sus frutos, pero sobre todo se usan sus fibras para tejer esteras, bolsas, cortinas y demás objetos de uso tradicional en varias comunidades colombianas, que también los venden como artesanías.
Aunque una quincena de palabras la nombran y centenares de manos la tejen, se desconoce su estatus de conservación. En algunas colecciones nacionales aparece que está en peligro, pero son datos de hace más de diez años. En la famosa lista roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), ni siquiera tiene un perfil. “Si una especie que es verdaderamente importante para un grupo de personas no se conoce internacionalmente, ¿cuánto más riesgo tiene de desaparecer? ¿Cómo de devastador sería eso para una comunidad entera?”. Son preguntas que se hizo Katherine Hernández, doctoranda del Instituto del Ambiente y la Sostenibilidad en la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA).
Tratando de buscar respuesta, Hernández publicó un estudio junto a un grupo académico interdisciplinar que concluyó que el 47% de las especies de plantas con importancia cultural de Colombia no tenían estatus de conservación en la lista roja, la base de datos referente en la arena internacional. “Hablamos de especies de importancia cultural cuando la pérdida de una especie provoca un duelo (…) la pérdida de un animal, una planta, afecta la forma de existir de una comunidad entera”, explica Hernández. ¿Qué pasaría si la palma de estera desapareciera? ¿A quién le dolería? ¿Qué conocimientos dejarían de existir? “Se añade otra capa de riesgo cuando piensas en todo lo que se perdería de una especie, más allá de la especie en sí”, reflexiona la investigadora.

Los frutos de la palma Astrocaryum malybo.
Pero su investigación concluye que hay lagunas de información. No sabemos si estas plantas con importancia cultural están en riesgo o no, ni si es apremiante protegerlas. Para empezar, las plantas no reciben tanta atención en la conservación como otras especies. Un estudio de la Universidad de Hong Kong revisó más de 14.000 proyectos de conservación entre 1996 y 2022 y descubrió que el 83% de la financiación se destinó a vertebrados (animales como peces, mamíferos o aves), mientras que solo el 6,6% llegó a las plantas.
También influyen los propios sesgos de los investigadores. “Las plantas que le parecen interesantes a un botánico (…) tienen un valor ecológico o evolutivo muy importante”, argumenta Alejandra Echeverri, científica especializada en conservación de la UCLA y coautora del estudio. “Pero las investigaciones de plantas de importancia cultural las están haciendo antropólogos. Lo que no hay es interacción entre ambos para que las especies que los biólogos estudien sean también las que las personas usan”.
Además de estos sesgos de investigación, tanto Hernández como Echeverri apuntan a las desigualdades estructurales que alejan de la ciencia las comunidades donde estas plantas son importantes, desde las barreras del propio lenguaje hasta la formación académica y el trabajo que requiere reunir los datos necesarios para evaluar el estatus de conservación. “Hay un vacío en entender quién es científico y quién puede ser científico. Imaginemos que la investigación no fuera solo realizada por científicos con doctorados, sino por las comunidades. Seguro que ya tienen los datos”, remacha Echeverri.

El equipo de investigadores de plantas y conservación de la Universidad de Berkeley. Foto Berkeley University
“Necesitamos esforzarnos más en representar a todos y asegurarnos que las relaciones de todo el mundo con la naturaleza se tienen en cuenta”, apunta Hernández. Y, para ello, la lista roja de la UICN es clave. Es, entre otras cosas, una base de datos global donde las especies son evaluadas y categorizadas en diferentes niveles de riesgo. Si una especie no tiene datos, es invisible. Y si es invisible, es mucho más difícil activar acciones de conservación de ser requeridas.
“La lista roja es la herramienta de conservación que más se utiliza en el mundo”, dice Barbara Goettsch, integrante del Comité de la lista roja de la organización internacional. “Cuando una especie está en la lista roja, tiene mayor oportunidad de ser conservada si lo necesita”. Esta base de datos gigante se completa a partir de campañas de la propia UICN y de investigaciones independientes que reúnen la información de una especie y la presentan a la entidad para que sea revisada y publicada.
“Hay un mito muy grande sobre el nivel de información que se requiere para hacer una evaluación de riesgo de extinción”, opina Goettsch. “Cualquier persona con conocimiento de la especie puede hacer la evaluación. Las personas de la unidad de la lista roja revisan que los estándares, categorías y criterios se hayan aplicado de manera correcta”. La información que se recopila es sobre la cantidad de ejemplares de una especie, dónde están y cómo ha cambiado su población en los últimos diez años, entre otros.

Ejemplares de la palma de cera en un santuario de la especie, en el Valle del Cocora, Quindío, Colombia, en junio de 2019. Foto Anadolu (Getty Images)
La experta de la UICN reconoce que puede ser un proceso largo, pero anima a subir perfiles, aunque sean “deficientes de datos” porque sirve de guía para saber “dónde enfocar los esfuerzos de investigación”. También destaca la colaboración con plataformas de ciencia ciudadana digitales para recaudar “datos provisionales” sobre especies que no tienen perfil en la lista roja.
Sin embargo, Echeverri plantea ir más allá. “Uno no tiene en cuenta que todas las especies en este planeta están en contextos socioecológicos. Si solo toma datos ecológicos, le falta la mitad de la historia, ¿no?”. En el estudio publicado junto a Hernández, proponen que la lista roja y otras iniciativas de conservación tengan en cuenta también la importancia cultural de las plantas a la hora de elaborar sus perfiles. “Para conservar la biodiversidad, hay que tener en cuenta que la gente también hace parte de cómo se gestionan las especies y entender las prácticas culturales nos ayuda a diseñar las estrategias de conservación”, argumenta.
Esas prácticas culturales pueden ser un arma de doble filo: mientras que, en ocasiones, la relación entre las personas y una planta puede ayudar a conservarla, el uso de la especie puede ser uno de los motivos que ponga en riesgo su supervivencia. Por eso es que, entender la interacción puede llevar a mejores soluciones. En Colombia, la palma de cera es uno de los árboles nacionales, símbolo del país y visitado por miles de turistas cada año. Sin embargo, hace algunas décadas estuvo al borde de la extinción por un uso desmedido, especialmente para fabricar las palmas de Semana Santa. Al convertirse en un símbolo, cambió la interacción entre las personas y la especie para hacer que las mismas comunidades la entendieran de una manera diferente y la protegieran.

Detalle de las hojas de palma Anchamba (astrocaryum malybo), utilizadas tejer para objetos de uso tradicional en varias comunidades colombianas. Foto Herbario FMB (Gloria Galeano)
Goettsch también recuerda las especies llamadas “parientes silvestres de cultivos”, como el maíz, frijol o tomate, cuya “existencia se perpetúa gracias al uso” y a la siembra en América Central. “Hasta el momento, la narrativa que hay de estudios y de esfuerzos de conservación es que la gente es un problema para el medio ambiente”, añade Echeverri. “Hay que cambiar esa narrativa de que si dejamos solas, las especies les va mejor”.
Las investigadoras de la UCLA plantean que reconocer los vacíos de información ha sido solo el primer paso. “Parte de mi esperanza es que nuestro estudio profundice las conversaciones alrededor de la conservación desde un punto cultural y biológico”, concluye Hernández. El siguiente paso será investigar los datos necesarios para crear un perfil en la lista roja de la palma de estera que asegure la supervivencia de la planta, sus quince nombres y los conocimientos ancestrales que la vinculan con las comunidades colombianas.
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