Adiós a Mario Vargas Llosa
Adiós a Mario Vargas Llosa

El escritor Mario Vargas Llosa, en la Biblioteca Pública de Nueva York, mayo de 2008. Foto Morgana Vargas Llosa
– Con el Nobel desaparece un autor cumbre de la literatura en español, un ensayista íntegro y un articulista de radical independencia
La obra literaria y ensayística de Mario Vargas Llosa, fallecido el domingo en Lima a los 89 años, no tiene parangón en las letras españolas del último siglo. Los lectores lo han sabido durante décadas, porque en él disario español El País, escribió, desde 1990 hasta 2023, tanto sus artículos de opinión de actualidad como su crítica literaria.
La insaciable curiosidad intelectual de Vargas Llosa y la necesidad de implicarse en los debates de su época le llevaron a ser para el público mucho más que un autor de novelas. En sus artículos quincenales en ese periódico transmitió opiniones radicalmente independientes y a menudo muy pegadas a la actualidad. El lector que quizá esperaba solemnidad y barroquismo tras la firma de un premio Nobel encontraba observaciones expuestas de una manera sencilla, honesta y respetuosa. Igual que podía dedicar un artículo a explicar su fascinación por un cuento de Faulkner, en las páginas de ese periódico Vargas Llosa vertió elogios a dirigentes políticos de su agrado, anunció a quién iba a votar, escribió un alegato a favor de la legalización de las drogas y llamadas al entendimiento de los grandes partidos frente a los extremos. Bajo el concepto de “votar mal”, que irritó a algunos, criticó sin complejos cualquier opción política que en su opinión fuera un peligro para la democracia, desde Donald Trump a la izquierda peruana.
“Para poder escribir novelas yo he necesitado siempre tener un pie en la actualidad”, dijo cuando abandonó el columnismo en prensa. Su despedida de los lectores de su página habitual, hace poco más de un año, tuvo la elegancia de preferir el final escogido al final impuesto por la muerte. El agradecimiento de EL PAÍS y sus lectores por este enorme alimento intelectual de tres décadas es infinito.
Mario Vargas Llosa obtuvo todos los premios posibles y vivió incluso el privilegio de que el Premio Nobel resultase casi una obviedad para la inmensa mayoría de sus lectores: “Pero ¿no lo tenía ya?”, fue el comentario casi unánime de quienes siguieron su extraordinaria trayectoria desde que La ciudad y los perros (1962) lo consagró de forma instantánea como un novelista cautivado por el poder, sus enigmas y sus abusos que produjo obras maestras como Conversación en La Catedral y La fiesta del Chivo. El inventario de sus novelas eclipsaría sin embargo la voracidad incontenible de un ensayista apasionado, en perpetua interrogación sobre el mundo.
A los 54 años decidió utilizar su predicamento y su estatura ya mundial para implicarse políticamente en su país. En un episodio que hizo temer a muchos por su trayectoria literaria, en 1990 se presentó como candidato a la presidencia de Perú. Perdió contra el futuro autócrata Alberto Fujimori.
La paradoja definitiva del genio reside en que sus novelas transitaban el terreno de la libertad moral y la ambición omnicomprensiva de nuestras contradicciones —muchos identificaron ahí a un novelista de izquierdas—, mientras que su ensayo de análisis político y su intervención pública lo ubicaron más bien en las zonas templadas del conservadurismo liberal (y moralmente progresista).
De lo que no adoleció nunca fue de cobardía o tibieza a la hora de actuar como intelectual en la sociedad de su tiempo: se separó del castrismo de la Revolución cubana a finales de los años sesenta, cuando la mayoría de intelectuales siguieron fieles a una utopía obstruida, y mantuvo una independencia de criterio a prueba de cualquier desafío civil y social.
Estar de acuerdo con Vargas Llosa no era obligatorio: leer sus opiniones, sus tribunas, sus novelas, sí lo es.
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