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    • October 20, 2011 , 10:00pm

    Tiempos de indignación

    Tiempos de indignación

    'Indignados' en Madrid

    El filósofo francés Stéphane Hessel había acuñado el término en su libro “Indignez-vous!”, traducido al español como “¡Indignaos!”, una suerte de llamado a expresar una reacción primeramente emocional: la ira que produce o debería producir el presente estado de cosas en el mundo. Poco después, el 15 de marzo, un grupo de madrileños se llamaron a sí mismos “indignados” y se instalaron en la emblemática Puerta del Sol en la capital española, reclamando por las condiciones económicas de la gente de ese país: España es hasta ahora el país europeo con mayor desempleo y esa situación es particularmente grave entre su juventud. En esos mismos días se desató la llamada primavera árabe que dio al traste con las dictaduras en Túnez y Egipto, sin embargo el punto cúlmine de esta indignación global fue la “ocupación” de Wall Street, el distrito financiero de Manhattan y de alguna manera el punto focal de las finanzas del mundo. Hacía mucho tiempo, desde los años 60, la época de la guerra de Vietnam, que no se veían manifestaciones de esa magnitud en las calles de Estados Unidos.

    Esta ola de descontento popular ha coincidido también con movilizaciones de otro carácter en algunos países latinoamericanos: marchas indígenas en Perú y Bolivia, movimientos estudiantiles en Chile y Colombia.

    Un fantasma de indignación parece recorrer el mundo, la cuestión es qué va a resultar de toda esta ola de descontento. ¿Se quedará esto en una expresión meramente emocional pero sin traducirse en cambios políticos o económicos efectivos? ¿Resultará este movimiento de los “indignados” en un realineamiento de fuerzas que sea capaz de torcerle mano a los que ostentan el poder hoy en día? Estas son preguntas de difícil respuesta. En principio yo ciertamente deseo que esto resultara en un cambio sustancial especialmente en los países donde la situación parece más crítica: véase por ejemplo los casos de Grecia y España, dos de los países europeos más afectados por la crisis y en los cuales las soluciones propuestas o ya puestas en marcha están en directa contradicción con las demandas y protestas de los indignados; mientras en Grecia se trata de defender los empleos, la solución impuesta por los financistas europeos y los tecnócratas del Fondo Monetario Internacional significa lanzar a miles de empleados públicos a la calle, y el gobierno “socialista” en ese país ha seguido la recomendación a pies juntillas, mientras en España, con un índice de desempleo de 20% y mucho mayor aun entre los jóvenes, los manifestantes reclaman un estímulo a la economía que a la vez cree empleos, el gobierno de ese país, también “socialista”, en connivencia con la oposición derechista reforma la constitución para impedir que las autoridades regionales excedan cierto grado de déficit en sus presupuestos, lo que impide que se produzca el estímulo que la gente desea y peor aun, puede desencadenar mayores cortes en la salud y la educación.

    ¿Qué se debe hacer entonces? ¿Es el marco principalmente pacífico de estas manifestaciones insuficiente para doblar la mano de los que tienen el poder? ¿Estaríamos entonces llegando a un momento en que hubiera que pasar a acciones más radicalizadas, una suerte de regreso a las barricadas al estilo de lo que fueron los alzamientos en la Europa del siglo 19, cuya expresión más emblemática fue la Comuna de París en 1871?

    Por ahora es difícil la respuesta a estas interrogantes y sin duda los propios protagonistas de estos eventos carecen de esas respuestas también. El movimiento de los indignados ha surgido en su mayor parte como una expresión espontánea de las masas, sin una conducción específica. En los hechos ningún partido o movimiento político, ningún sindicato u organización social pre-existente puede reclamar el liderazgo de la movilización. Todas esas entidades de algún modo u otro se han sumado o han expresado su apoyo al movimiento, pero los indignados constituyen un fenómeno político mucho mayor que la suma de los grupos que pueden estar apoyándolo. Eso es su fuerza, pero paradójicamente también su potencial debilidad.

    El hecho de no estar conducido por ningún grupo político o social, en un momento en que en muchas sociedades esas organizaciones han perdido mucho de su prestigio, confiere al movimiento una fuerza importante, con toda justicia puede presentarse como un fenómeno “nuevo”, no contaminado con vicios de entidades del pasado, en los hechos esa característica ha estimulado a que muchos que habitualmente no se sienten motivados a participar en este tipo de demostraciones hayan adherido al movimiento posiblemente por primera vez en sus vidas, tal puede ser el caso de mucha gente de la llamada clase media que ve con horror como aspectos muy apreciados en su estilo de vida tales como la estabilidad laboral, la capacidad de ahorro para educar a sus hijos y la creencia de que una vez enrielado en su vida profesional o de pequeño empresario uno no tiene otro camino sino subir en la escala social. Expectativas que por cierto la presente crisis económica empieza a echar por tierra y que arroja a muchos sectores de esa clase otrora esperanzada en alcanzar riqueza, en el mismo saco de los desempleados de la industria o de los desplazados del campo.

    Por cierto ni yo ni nadie puede predecir qué resultará de todo este movimiento. En el hemisferio norte, principalmente aquí en Canadá, seguramente los que detentan el poder económico (el tristemente célebre 1%) estarán contando con que el duro invierno canadiense sea su mejor aliado y cuando las temperaturas bajen ya en poco más de un mes, así baje también el entusiasmo de los que acampan o protestan en la Bay Street de Toronto o en la Victoria Square aquí en Montreal. Sea como fuere sin embargo, y aun poniéndome en el peor de los casos, que efectivamente el movimiento de los Ocupar Wall Street y sus similares canadienses pierdan apoyo masivo, las jornadas vividas han tenido desde ya un importante efecto educativo.

    En efecto, por generaciones la gente en América del Norte han tenido sus cerebros lavados con la idea de que el orden económico en el que nacen y viven es algo poco menos que natural, algo equivalente al “orden divino” de la Edad Media cuando se le inculcaba a las masas pobres que rebelarse contra el rey o contra los señores dueños de la tierra o siquiera cuestionar su autoridad era ir contra el mandato de Dios, que así había querido que se ordenara la sociedad. En todo este tiempo—y a pesar que los grandes medios de comunicación hicieron un gran esfuerzo por ignorar las protestas—la gente por primera vez en Norteamérica se ha empezado a cuestionar por qué los gobiernos abren su billetera para salvar a bancos, aseguradoras y otras grandes empresas, como lo hizo el gobierno de Estados Unidos al final de la administración de Bush y con la bendición de Obama, y hasta cierto modo también el propio gobierno canadiense; pero nadie en esos gobiernos pensó por un minuto en ir en ayuda de los que perdían sus casas, reposesionadas por los bancos porque a su vez esas personas habían perdido sus empleos y no podían pagar sus hipotecas. Sólo la burla fue la respuesta cuando muchas de esas empresas utilizaron esos dineros de todos los contribuyentes para dar generosos bonos a sus ejecutivos. La burla de los prepotentes que se creen dueños del mundo, como se puede ver en videos en You Tube durante la protesta en Wall Street, donde se ve a unos cuantos ejecutivos en los balcones de la Bolsa brindando y mirando desdeñosamente a los manifestantes. ¡Ah, sí solo la tortilla se diera vuelta…!

    smartinez175@hotmail.com

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