Pelos más, pelos menos
Pelos más, pelos menos
Empecé a pensar este tema mientras estaba acomodado en el sillón de la peluquería. Me someto, como todo el mundo, a ese ritual de la vida cotidiana que es ir a cortarse o recortarse el cabello. Bueno, la verdad sea dicha, a esta altura del partido la labor que requiere mi cabellera no es de modo alguno extenuante, me atrevo a decir que en no más de 20 minutos el trabajo está hecho. Me despido de mi peluquera, de la que soy su fiel cliente ya por varios años, y allí estaré de vuelta en probablemente dos o tres meses. Debo agregar que prefiero el corte de pelo ejecutado por una mujer que por hombres, me imagino que hay una mejor perspectiva desde el punto de vista femenino de cómo debe lucir una cabeza masculina.
No siempre fue así por cierto, en mi niñez sólo conocí peluqueros varones, la peluquería misma me parecía un lugar especial, cuando más pequeño me llamaba la atención dos cosas especialmente: un mechero con una brillante llama azul sobre la cual los profesionales de la peluquería pasaban sus instrumentos—para desinfectarlos como me enteraría más tarde—y luego una larga lengüeta de cuero sobre la cual repasaban sus navajas para afilarlas.
Probablemente el de peluquero o barbero como también se le conoce, debe haber sido uno de los oficios más antiguos que se conozca, ciertamente más antiguo que la prostitución que a algunos les gusta repetir como “el más antiguo del mundo”, cosa por cierto inexacta. Interesante es recordar que por mucho tiempo los barberos también oficiaban de dentistas y a veces de médicos de urgencia.
Hay algunos cortes de pelo de importancia histórica: en tiempos antiguos un marinero ateniense que sobrevivió el desastre de las tropas expedicionarias a Siracusa narra los detalles de la derrota al peluquero a quien va por un corte, naturalmente el profesional de la tijera no tardó en contárselo a medio mundo… La fama de chismosos de los que practican este oficio es bien conocida, recuérdese al famoso Fígaro, el barbero de Sevilla.
Otro corte de pelo famoso—por sus consecuencias—es el que sufre Sansón, el personaje bíblico a quien, según la Biblia, Dios le confirió poderes extraordinarios, una suerte de precursor de Superman, podríamos decir. Como en esto Dios siempre anda poniendo condiciones, este súper héroe de las antiguos israelitas perdería su fuerza si se cortaba el pelo (el corte de pelo siendo así el equivalente a la kriptonita que hace vulnerable a Superman). Después de numerosas hazañas Sansón, enamorado perdidamente de Dalila, confió a esta el secreto de sus súper poderes y la damisela, aparentemente sobornada por los filisteos que le pagaron en monedas de plata, una vez que Sansón se quedó dormido, hizo llamar a un sirviente quien rápidamente le cortó cabellera y barba al ahora disminuido súper héroe que en esas condiciones fue hecho prisionero por sus enemigos.
En otra tradición religiosa el pelo tiene una connotación especial y no debe ser cortado, es el caso de los sikhs de la India que deben envolver su cabellera en un turbante.
El pelo largo tuvo otra significación: la rebeldía, eso por allá en los años 60 en mis tiempos de estudiante. Por cierto se trató de una interesante reacción al modelo masculino de pelo corto impuesto en tiempos de mi niñez. En efecto, en ese tiempo mi padre (como muchos otros que inflingían similar tratamiento a las cabelleras infantiles) me llevaba al peluquero a quien instruía perentoriamente: “corte colegial”. El poco elegante corte consistía básicamente en dejarle al niño el pelo al ras, con sólo una pequeña parte más frondosa sobre la frente. Según se decía, un mechón de pelo suficientemente largo sólo para que la maestra en la escuela literalmente a uno “lo agarrara del moño” cuando se portaba mal.
Naturalmente como muchos otros jóvenes en la secundaria y luego en la universidad, me tomé el desquite dejándome una abundante cabellera. Era la respuesta de los 60 a la rigidez impuesta por padres y escuelas en la década previa. Curiosamente, en las últimos tiempos he visto a muchos de mis jóvenes estudiantes utilizar como signo de rebeldía una imagen completamente opuesta: la cabeza rapada (en algunos casos una apariencia asociada a grupos neo-nazis, los “skinheads”) o al menos con un corte al ras, ni siquiera con el pequeño mechón que nos dejaban en el “corte colegial” de mi infancia. La expresión de la rebeldía es siempre imprevisible.
Recuerdo eso sí un paréntesis en esa rebeldía del pelo largo en los años 60 y 70: el golpe militar de 1973 en Chile puso en la lista de sospechosos a todos los que lucían cabelleras frondosas y por supuesto, barbas. El resultado, curioso en medio de la tragedia que se vivía, era ver por las calles a muchos de mis amigos izquierdistas que aun andaban libres por cierto, luciendo impecables cortes y peinados, las peluquerías deben haber hecho gran negocio en esos primeros días del alzamiento militar, la verdad es que nunca nos habíamos visto tan bien peinados y más encima elegantes, a todos en esos días nos dio por vestirnos de traje y corbata como manera de no pasar por sospechoso aunque fuera de pura apariencia. Y por cierto la libertad o la vida bien valen una afeitada, un corte de pelo y ponerse una corbata…
El imaginario popular contiene muchas referencias al pelo, algunas negativas: “echarle pelos a la leche” o “a la sopa” es sinónimo de malograr algo (y por cierto cuando a uno le toca encontrar un pelo en algo que va a comer le causa una inmediata sensación de asco). El pelo se supone que debe crecer en la cabeza y sólo en algunas otras partes, sin embargo con los años a uno le salen pelos en lugares insospechados: las orejas, en la cavidad nasal; mientras que en la parte más visible, la cabeza, uno lo empieza a perder (otros lo pierden del todo). Para las mujeres en todo caso el asunto capilar suele ser aun más complicado, pelos indiscretos en piernas y axilas las obligan a veces a dolorosas depilaciones, exceso de pelo púbico les provoca inconveniencias al momento de ponerse un bikini. Es en todo caso interesante consignar que la remoción del pelo de las axilas y de las piernas ha sido una fenómeno relativamente nuevo, de poco más de un siglo, y como resultado de modas que a su vez traían consigo una mayor exposición de piernas y brazos (los primeros vestidos cortos, mucho antes de la minifalda, aparecieron en los años 20), así como de trajes de baño que se fueron haciendo más audaces en dejar ver el cuerpo (hasta más o menos la segunda década del siglo 20 los trajes de baño femeninos cubrían prácticamente todo el cuerpo).
El pelo sin embargo también goza de imágenes positivas, especialmente en el plano erótico. Se sabe que para muchos hombres el pelo femenino es objeto de fetichismo, no en vano los fabricantes de champú enfatizan la suavidad, lo sedoso y demás cualidades que se supone el producto agregará al cabello de la mujer.
También hay otras expresiones como “salvarse por un pelo” o los fideos “cabello de ángel” que nos hablan favorablemente de esas extensiones que veces identifican a sus portadores: la rubia sexy, el caballero pelado, el tipo pelucón que vive en la esquina, la vieja bigotuda que atiende en la oficina de impuestos…