La ‘belle province’ en su laberinto
La ‘belle province’ en su laberinto
Parto de la base de que la mayoría de mis lectores residen fuera de la provincia de Quebec, de ahí que hoy trate de dar en estas línea un breve manual de instrucciones de como navegar las aguas de la compleja realidad política del Quebec. Cosa no muy fácil, debo añadir.
Al revés de la mayor parte de las otras provincias, Quebec no sigue mucho la división clásica del espectro político: izquierda, centro y derecha, sino más bien sus líneas divisorias corren a lo largo de las visiones que se manejan respecto a su posición en la Confederación, o en el caso de los que aspiran a separarse de ella, a lo que sería un Quebec independiente. Básicamente entonces, un espectro que va del separatismo (un tanto venido a menos en los últimos tiempos, especialmente después de la rotunda derrota del Bloc Québécois en las elecciones federales de mayo pasado), pasa por diversos matices de un nacionalismo con variadas gradaciones, hasta también diversas gradaciones de federalismo, desde los federalistas por conveniencia (por los beneficios que Quebec y sus habitantes obtienen por el solo hecho de pertenecer al estado canadiense, a los que lo son por genuino convencimiento y compromiso con la unidad del país e identificarse con él). Estas categorías son por lo demás no muy definidas y se tienden a “licuar” con cierta facilidad en circunstancias especiales, por ejemplo el rechazo al acuerdo del Lago Meech en 1990 hizo que el premier de entonces, Robert Bourassa, asumiera un lenguaje altamente nacionalista, llegando incluso a amenazar con un referendo sobre la permanencia de la provincia en la Confederación. Afortunadamente no lo hizo, tal como estaban los ánimos en ese momento hubiera sido altamente probable que la mayoría de los quebequenses entonces hubiera optado por separarse. Como digo, muy bueno que Bourassa no hizo tal cosa, por cierto es malo tomar decisiones de importancia basándose en puros impulsos emocionales de un momento. Además hubiese sido una profunda ironía que un gobernante provincial, elegido con el voto federalista, hubiera terminado llevando a Quebec a su independencia: no lo hubieran perdonado ni los federalistas, para quienes habría sido un traidor, ni los separatistas a quienes les habría arrebatado su bandera.
En estos días, el habitualmente confuso panorama político de Quebec se ha complicado aun más con la súbita emergencia en la arena pública de un nuevo partido. La Coalición Porvenir de Quebec (su nombre original en francés es Coalition Avenir du Québec, cuya sigla es CAQ y sus seguidores conocidos como “caquistes”, en español llamarse CAQ y “caquista” no hace una muy buena impresión que digamos).
Lo sorprendente es que este nuevo partido político, liderado por quien hasta hace poco fuera un ardiente separatista y prominente figura del Parti Québécois, François Legault, aparece en las más recientes encuestas encabezando en las preferencias de la población, al punto que si las elecciones provinciales fueran llamadas hoy, Quebec elegiría un gobierno “caquista” y además con mayoría absoluta en la asamblea legislativa provincial.
Para alcanzar tal posición Legault se ha manejado muy hábilmente, por de pronto ha dejado de lado sus otrora ímpetus separatistas: “el horno no está para bollos” como indicaría un viejo dicho castizo. En efecto, con una notable baja en apoyo a la idea de separarse (alrededor de un 30% de apoyo, menor incluso al 40% que tuvo el Sí en el referendo de 1980), Legault no es el único que ha decidido buscar algún mejor argumento para una plataforma política, pese a que en el tiempo en que fue un ardiente pequista llegó incluso a diseñar un presupuesto para el Año 1 de un imaginario Quebec independiente. El reciclado Legault de hoy en cambio no quiere oír hablar de eso, la vieja cuestión de separarse o no de Canadá está “pasada de moda”, lo que hoy está en boga son los problemas reales de la gente (¡vaya descubrimiento!) comenzando con los de la economía, la creación de empleo, el estado de la educación y de la salud, etc.
El problema está en que la CAQ de Monsieur Legault ofrece soluciones que a muchos no nos gustan para nada: una política fiscal restrictiva, en otras palabras cortes sustanciales a diversos programas sociales, una reforma educacional que de seguro no va a ser bien recibida tampoco: supresión de las comisiones escolares (algo que lo más probable sea declarado inconstitucional) y—esto sí que es una vieja receta de la más reaccionaria derecha norteamericana—pagar a los profesores “por mérito” es decir según los resultados que obtengan sus alumnos. Un concepto completamente absurdo, ideado por gente que no tiene idea de educación y que solamente piensa con criterio comercial, en términos de productividad. En efecto, como profesor no niego que el rendimiento de los estudiantes refleja algo de la calidad o eficacia pedagógica del educador, pero por cierto hay otras variables que el profesor no controla y que influyen decisivamente en los resultados finales por lo que sería una aberración hacerlo responsable por ellas, por ejemplo los recursos disponibles en una escuela, desde laboratorios a computadoras, el nivel socio-económico de la familia de los pupilos—estudiantes con mala alimentación o de familias descuidadas, con drogadicción o alcoholismo, generalmente no funcionan muy bien académicamente, y por último un factor de primera importancia, los estudiantes no son todos iguales en su inteligencia, algunos son más inteligentes que otros, aprenden más y mejor que otros. Pagar a los maestros entonces según el rendimiento de sus estudiantes sería tan absurdo como pagarle a los médicos según si sus enfermos se mejoran o no, sin atender a las complejidades de las enfermedades que los aquejen, o pagar a los meteorólogos según si aciertan o no con el pronóstico del tiempo.
Por cierto el hecho que los “caquistas” cuenten con un 28% de apoyo entre los decididos, y un 35% entre los probables, no es muy alentador, pero hay que entender que el gobierno liberal de Jean Charest es ahora altamente impopular y sumido en una serie de alegaciones de corrupción, con todo, los liberales aparecen en segundo lugar con un 18% entre los decididos y un 22% entre los probables, en tanto que el Parti Québécois de doña Pauline Marois—una patética señora a la que le están aserruchando el piso sus propios compañeros de partido—queda en un tercer lugar con 17% y 21% respectivamente. Más atrás quedan la Action démocratique du Québec, que posiblemente sea absorbida por la CAQ, con un 7% y 8% respectivamente, empatando posición con Québec Solidaire, un grupo separatista pero con un discurso izquierdista. Todos estos datos fueron obtenidos en una encuesta realizada por Léger Marketing.
Así está la “belle province”, sumida en su laberinto con pocas esperanzas de que las cosas mejoren, especialmente si lo que se nos puede venir encima cuando se llame a elecciones, en un máximo de dos años más, sea un gobierno “caquista” que quizás en qué estado nos va dejar. Pero si su nombre nos adelanta algo, diría que el futuro no huele muy bien.