Activismo sin desactivación
Activismo sin desactivación

Una pancarta en la que puede leerse "Estamos cambiando las cosas", en el campamento de 'Occupy Toronto'. Foto: ryPix / Flickr
En parte por la acción policial, en parte también por los rigores del invierno, al menos aquí en Canadá hemos asistido en los últimos días al desmantelamiento de las tiendas de campaña instaladas en diversos lugares en las principales ciudades del país bajo la consigna de “Ocupar…”. El movimiento había sido una extensión de “Ocupar Wall Street” que había comenzado en septiembre con la ocupación de un parque enfrente de la bolsa de comercio neoyorquina, una movida de alto simbolismo dado que Wall Street es considerado como el centro neurálgico de las finanzas mundiales. En los hechos sin embargo, estas masivas protestas callejeras se remontaban a mayo con las demostraciones de los “Indignados” en Madrid, desde donde el movimiento se había extendido a otras ciudades europeas y había de algún modo empalmado también con las protestas de los griegos en rechazo a las medidas que le fueron impuestas a su país por la Unión Europea.
Canadá por cierto no tiene la gravitación financiera de su vecino del sur, aun así las movilizaciones de protesta no se hicieron esperar y pronto bajo la consigna de “Ocupar” se instalaron manifestantes en sitios con especial significación. En el caso de Montreal, las protestas se centraron en la Plaza Victoria, situada enfrente del edificio de la Bolsa de Comercio local. En verdad esta bolsa está hoy en día prácticamente desmantelada, ya no se transan allí acciones ni bonos (todo ese negocio se centralizó en Toronto) sino solamente las llamadas derivativas y otros papeles menores, meramente especulativos. Con todo, había cierto simbolismo en el hecho de estar allí gritando consignas contra las prácticas de un capitalismo especulativo que se sindica como el principal causante de la actual crisis económica. Eso sin contar que también era simbólico que bajo la mirada severa de Su Majestad la Reina Victoria, instalada en su monumento en plena plaza, se desplegara toda una gama de manifestantes desde estudiantes y dueñas de casa, a anarquistas posando con aires de hombres rudos. A la Reina Victoria no le habría parecido divertido (“We are not amused” era una de sus frases preferidas cuando quería manifestar su desagrado por alguna cosa).
En Montreal el desalojo de los manifestantes y acampados se llevó a cabo sin mayores incidentes, en todo caso con el abandono del lugar se cerró un episodio pero no se ha terminado esta historia de activismo político que por primera vez envuelve a mucha gente que con anterioridad no mostraba mayor interés por andar manifestando en las calles. Se ha tratado sin duda de un fenómeno nuevo ya que ningún partido ni movimiento político, ningún sindicato, mucho menos algún grupo anarquista, puede atribuirse la conducción de esta movilización.
Como los indignados de Europa, el movimiento es esencialmente eso, la expresión del descontento mucho tiempo contenido de gente que ve sus ingresos reducidos, que se encuentra con la posibilidad de perder su trabajo, si es que no lo ha perdido ya, o los jóvenes egresados de la universidad que no hallan empleo y que en contraste, ven al llamado 1%, el porcentaje de los más ricos, hacerse aun más ricos.
La Plaza Victoria así como otros sitios ocupados a través del país han sido desocupados, los empleados municipales han removido los últimos restos de los improvisados campamentos que allí se instalaron, han hecho también una limpieza aunque la replantación de flores y prado seguramente esperará hasta la primavera, después de todo aquí la Plaza Victoria es una importante área turística de la ciudad y me imagino que lo mismo debe ocurrir con los otros sitios que fueron ocupados en esos días en otras ciudades.
El activismo se ha quedado sin un lugar físico de expresión, pero no por ello ha sido desactivado puede uno decir. En efecto, y como señalaba anteriormente, ahora no se trata de porfiadamente tratar de volver a acampar en la intemperie—nadie espera estar voluntariamente durmiendo en la calle cuando la temperatura baje a 20 grados bajo cero—ese es ahora un capítulo superado y ahora el activismo debe pasar a una nueva etapa.
¿Sirvió de algo todo ese ejercicio? Algunos dirán que no, porque en efecto no ha habido cambio alguno ni en las políticas del gobierno ni mucho menos en las prácticas de las grandes corporaciones que hagan pensar que súbitamente esa gente se haya sensibilizado a los problemas de las grandes mayorías. Eso es verdad, aunque en Estados Unidos el presidente Barack Obama tuvo palabras de simpatía y dijo que incluso los manifestantes en Wall Street reflejaban el estado de ánimo del pueblo estadounidense (no mayor simpatía expresó nuestro primer ministro Stephen Harper sin embargo) lo cierto es que ni Washington ni Ottawa dieron señales de implementar políticas que recogieran algunas de las demandas de los manifestantes.
¿Entonces qué? Bueno, frente a esas expresiones más bien pesimistas o escépticas yo respondería que en primer lugar en los objetivos de los manifestantes no estaba ni cambiar el sistema, ni echar abajo el gobierno, ni siquiera hacer que cambiara sus políticas de un modo sustancial. Creo que las metas eran más modestas, pero a la vez más realistas. Básicamente toda esta movilización por “Ocupar” era en los hechos no más que eso: ocupar espacios. Pero esto tiene una significación subyacente muy importante, ocupar espacios puede entenderse de muchos modos, no sólo el hecho de ocupar un espacio público y reclamar el derecho a hacerlo como una facultad de los ciudadanos, sobre todo cuando esa ocupación se hace pacíficamente. Más importante que ello era ocupar espacios en las conciencias de la gente. Hacerla pensar, algo bien importante si uno se da cuenta que con su bombardeo constante de telenovelas insulsas, de pavadas acerca de las celebridades más tontas y de llenarle la cabeza de superficialidades, la mayor parte de los medios de comunicación no hacen sino idiotizarla.
En ese sentido entonces, las movilizaciones para ocupar diversos espacios públicos—por cierto una medida temporal, nadie podía pensar que los manifestantes iban a quedarse allí indefinidamente—ha de quedar principalmente como una movida destinada a educar a la gente. Poco importa que ahora se tengan que ir a sus casas, en los hechos la continuación del acampamiento había empezado a generar problemas: la presencia de una drogadicta en Vancouver que incluso murió a consecuencia de una sobredosis o aquí mismo en Montreal la aparición de gente dedicada a la vagancia, causaban desasosiego a los manifestantes que tenían una meta política en vista y no que la atención se desviara a otros temas, aunque en última instancia la existencia de gente sin albergue o gente enferma mental que debiera estar en instituciones en lugar de echada a las calles, sea también consecuencia del sistema económico.
El activismo pues no ha sido desactivado, sólo que ahora debe pasar a una etapa más reflexiva, que saque experiencias de esta etapa terminada y se señale metas para los futuros escalones que habrá que remontar. Y no cabe duda que el camino que queda, es aun muy largo de recorrer.