Aquí estamos, y esto traemos
Aquí estamos, y esto traemos
Los inmigrantes y en general las llamadas comunidades étnicas o culturales traemos algo más que nuestras valijas al nuevo país. Hay también un bagaje que pudiéramos considerar “intangible” que viene con cada uno de nosotros y que permanece aun con las nuevas generaciones que puedan haber nacido aquí, pero que descienden de comunidades étnicas (esto es de ancestro otro que el británico, el francés o el aborigen). El término “bagaje” mismo cobra en español una interesante connotación, porque aunque tiene su origen en sus equivalentes inglés y francés para valijas o maletas, en nuestro idioma no se lo usa en relación a objetos físicos, sino más bien a una suerte de carga inmaterial, de ahí que se diga “bagaje cultural”, “bagaje emocional” u otras expresiones que aluden a elementos no físicos.
Este bagaje, inmaterial como es, tiene sin embargo el potencial para preocupar a algunos, a veces de modo innecesario e injustificado, en otros casos porque clarificar sus alcances puede ser beneficioso para todos, tanto para la sociedad que nos recibe como para las comunidades de inmigrantes y sus descendientes.
Por cierto Canadá es un país hecho por inmigrantes ya que fuera de los indígenas, todos sus demás habitantes son técnicamente inmigrantes o descendientes de ellos: los primeros exploradores y colonizadores franceses e ingleses en el siglo 16 llegaron también en esa condición, y que se sepa los indígenas nunca les dieron visa, ellos simplemente llegaron y se instalaron, con su propio bagaje también. A pesar de esto, de vez en cuando surgen en el seno de esta sociedad actitudes, temores, aprensiones respecto de las nuevas olas inmigratorias que en muchos casos son exageradas o injustificadas. Esto no es un fenómeno nuevo, el temor o desconfianza de lo “diferente” hizo que en el pasado se desplegaran actitudes discriminatorias contra quienes no tenían un ancestro anglosajón o francés: los ucranianos en Alberta por ejemplo (el libro “All of Baba’s Children” de Myrna Kostash del año 1977 es un clásico texto de investigación sobre el tema) o los judíos en Montreal (cuya presencia en Montreal es magistralmente retratada en las novelas de Mordecai Richler) testimonian de manera elocuente las actitudes que se tenían respecto de estos dos grupos étnicos que eventualmente han llegado a ser parte integral del mosaico demográfico del país. En alguna medida en la raíz de la percepción prejuiciosa que existía sobre ellos estaba el que esos grupos no correspondían a las denominaciones religiosas cristianas dominantes en ese momento: la ortodoxia de Europa oriental y el judaísmo respectivamente.
En parte es también la raíz religiosa la que despierta aprensiones respecto a un nuevo grupo migratorio, los musulmanes. Digo en parte, porque obviamente también hay otros factores, principalmente la asociación mediática del Islam como religión con el terrorismo de Al Qaida o con ciertas prácticas aborrecibles por su injusticia inherente, como el tratamiento de las mujeres por parte de quienes hacen una interpretación fundamentalista y fanática de la religión musulmana. En gran parte esas aprensiones respecto de los inmigrantes musulmanes son injustificadas y sirven como pretexto para ocultar otras expresiones de prejuicio más inconfesables. Pero evidentemente esas aprensiones están aquí y se manifiestan.
Es lo que trasunta una reciente guía de instrucciones para inmigrantes redactada por encargo del municipio fusionado de Gatineau, en el lado quebequense de la región de Ottawa. Aunque menos explícito que el documento emitido por otro municipio en Quebec, el de Hérouxville de hace cuatro años, esta guía de comportamiento vuelve a incurrir en estereotipar a los inmigrantes. Una de sus recomendaciones por ejemplo señala “No desnutrir a sus hijos de manera intencional” lo que hizo que el profesor de la Universidad de Montreal Daniel Weinstock ironizara en el diario The Gazette sobre qué pensarían los quebequenses si por ejemplo en una guía similar en el extranjero se les dijera: “Si pierde su equipo de hockey no es aceptable prenderle fuego a los automóviles en las calles…”
El carácter de ese bagaje al cual aludía al comienzo de esta nota es ciertamente materia de debate que probablemente se mantendrá por mucho tiempo, quizás por siempre ya que a pesar de todo el peso de la globalización, las diferencias culturales en el mundo se mantendrán. Y creo que eso es mejor que una uniformidad que por otro lado aplastaría la diversidad.
La cuestión es entonces qué es lo aceptable en una sociedad que aspira a ser una sociedad democrática y acogedora, respetuosa de las diferencias a la vez que promotora de valores universales como los derechos humanos y la justicia social. Una vez más el viejo debate en torno al multiculturalismo (o interculturalismo como se lo llama en Quebec) y cuánto del bagaje que los inmigrantes traen consigo es bueno y cuánto no lo es.
Debo decir que en esto los latinoamericanos en general no hemos tenido tanto problema, muchos de los parámetros culturales son compartidos con Canadá como sociedad por ser en general nuestras sociedades de origen consideradas como parte del llamado mundo occidental (claro está, nuestras ciudades no lucen como París o Londres, pero intentan ser como ellas) así hay una cierta coincidencia en materia religiosa (católicos y protestantes son también mayoritarios en América Latina), el español es un idioma de origen europeo y básicamente privilegiamos nuestras costumbres y tradiciones culturales heredadas de Europa más que las que hemos obtenido de los indígenas o de los africanos, todo lo cual ha ayudado a los latinoamericanos a integrarse probablemente más fácilmente que los inmigrantes del Medio Oriente o de África.
El multiculturalismo o como se llame a las políticas de integración de inmigrantes que apuntan a respetar la diversidad (en oposición a las políticas asimilacionistas como el “melting pot” de Estados Unidos o la vieja idea de “convergencia cultural” que promovía el cura Harvey, un equivalente quebequense del “melting pot” con muchos resabios anti-inmigratorios) no puede considerarse como una suerte de vara absoluta. Por cierto conceptos universalmente aceptados en materia de derechos humanos deben prevalecer por sobre cualquier consideración religiosa o tradición que una comunidad o una porción de ella traiga como bagaje a este país.
Para poner el ejemplo más brutal y trágico en este sentido, valga mencionar el del crimen de las muchachas y su madre de origen afgano, presentemente en juicio en Kingston y acaecido aquí en Montreal. Crimen perpetrado a instancias del padre de las chicas y ex marido de la mujer, Mohammad Shafia. Un “crimen de honor” según se lo cataloga entre algunos círculos fundamentalistas islámicos. Pues bien, aquí no hay excusa multicultural que valga, no se puede utilizar el argumento de la diversidad cultural y de costumbres, o los preceptos religiosos interpretados por lo demás de manera fanática, para intentar siquiera aminorar y mucho menos justificar el crimen perpetrado por alguien tan monstruoso como para hacer asesinar a sus propias hijas. No hay honor en ese acto criminal, sólo la expresión de un acto barbárico, retrógrado, de fanatismo irracional por el cual el culpable ojalá pague con cadena perpetua.
Este caso es un buen demarcador de lo que es o no es aceptable en estas valijas que contienen lo inmaterial de la aportación de los inmigrantes a esta sociedad: el daño físico o psicológico a otros, incluyendo miembros de la propia familia, es totalmente inaceptable. Un bagaje que Shafia y su hijo cómplice en el crimen debieron dejar en su viejo país, al menos hasta cuando allí también las ideas de los derechos de la mujer y otros derechos humanos pasen a ser parte del conjunto de los valores de esa sociedad.