Las migrañas pueden aumentar el riesgo de depresión
Las migrañas pueden aumentar el riesgo de depresión

La migraña es una afección muy frecuente, de base genética, que afecta a entre el 12 por ciento y el 16 por ciento de la población general, siendo la incidencia más alta en las mujeres
El Popular. Redacción.- Las personas con migrañas muy dolorosas podrían desarrollar depresión clínica, según sugiere un estudio realizado en Canadá, publicado en la revista Headache y del que informa la agencia Reuters. Además, esta relación entre los trastornos podría darse también de manera inversa: las personas con depresión correrían riesgo de tener migrañas, aunque este hallazgo podría atribuirse al azar.
Aun así, la autora principal, Geeta Modgill, que trabajaba en la Universidad de Calgary durante la realización del estudio, dijo que las personas con migraña y depresión conocen los signos de ambos trastornos porque son dos grupos con alto riesgo de desarrollar la otra condición.
El equipo de Modgill reunió datos de la encuesta Canadian National Population Health Survey, que incluyó a 15.000 personas que respondieron cuestionarios cada dos años entre 1994 y el 2007.
En esos 12 años, el 15 por ciento desarrolló depresión y el 12 por ciento, migrañas.
La depresión fue significativamente más común en el grupo que había comenzado el estudio con migrañas: el 22 por ciento frente al 14,6 por ciento de las personas sin dolores de cabeza.
Eso se traduce en un 80 por ciento más de posibilidad de desarrollar depresión en las personas con migrañas que sin migrañas, aun tras considerar factores como la edad y el sexo.
Mientras, las personas con depresión eran un 40 por ciento más propensas que los participantes sin depresión a tener migrañas, aunque la relación no fue tan sólida como la anterior y desapareció tras considerar el estrés y las experiencias traumáticas de la niñez.
Ambas cuestiones pueden modificar la respuesta cerebral al estrés en la edad adulta, según explicaron los autores.
El doctor Peter Goadsby, profesor de neurología y director del Centro para el Estudio de las Cefaleas de la Universidad de California, en San Francisco (EE UU), dijo que la asociación entre la depresión y la migraña se investiga desde hace varias décadas.
Goadsby, miembro de comisiones de la Academia Estadounidense de Neurología, consideró que el estudio es “una contribución útil” para la literatura disponible al “reafirmar la existencia de una relación biológica y plantear que la depresión no sólo produce dolores de cabeza”.
Los autores propusieron que “el próximo paso sería explorar cómo los médicos podrían usar esta información”.
La migraña, también llamada hemicránea o jaqueca, es una enfermedad que tiene como síntoma principal el dolor de cabeza, usualmente muy intenso y capaz de incapacitar a quien lo sufre. Se trata de una afección muy frecuente, de base genética, que afecta a entre el 12 por ciento y el 16 por ciento de la población general, siendo la incidencia más alta en las mujeres.
Se debe distinguir la auténtica migraña de otros tipos de cefaleas o dolores de cabeza, tales como la cefalea tensional, que es mucho más usual, la cefalea en racimos y las cefaleas secundarias que pueden estar originadas por multitud de causas, como gripe, meningitis, traumatismos craneoencefálicos y tumores cerebrales.
El 80 por ciento de los pacientes migrañosos presentan su primer ataque antes de los 30 años. La enfermedad cursa con episodios de dolor agudo intercalados entre largos periodos libres de síntomas.
La frecuencia de las crisis es muy variable. Lo más usual es entre uno y cuatro episodios al mes que duran entre 4 y 72 horas, si no se realiza ningún tratamiento.
El dolor puede estar precedido de manifestaciones neurológicas variadas que se llaman aura y consisten en trastornos visuales o sensación de hormigueo en labio, lengua y la mitad de la cara.
El dolor suele ser de gran intensidad, afecta a la mitad derecha o izquierda de la cabeza, más raramente a ambos lados simultáneamente, se acompaña por sensibilidad a la luz (fotofobia), náuseas, vómitos y empeora claramente con la actividad física. Por ello los pacientes suelen retirarse a una habitación oscura y permanecen inactivos hasta que desaparecen los síntomas.