Cuando uno estaba llegando
Cuando uno estaba llegando
Montreal.– Hace unos días he cumplido treinta y seis años viviendo en este país. Toda una vida, si me permiten el lugar común. Pero en los hechos eso es. Era la primavera de 1976, tiempos de angustias y terror, dos años antes había buscado refugio en Argentina escapando de la sangrienta dictadura de Pinochet. Buenos Aires, esa ciudad luminosa, con aires de tango y sabores a asado acompañado de una ensalada de radicheta en el Pippo—un viejo y tradicional local céntrico—fue mi hogar transitorio por dos años: desde los días finales del patriarca, el viejo Perón, pasando por los inciertos de su viuda Isabel y del “Brujo” López Rega, a los últimos días de marzo de 1976 cuando las hordas militares se hicieron finalmente de todo el control. No me quedaba alternativa: había que salir de allí. No más recorrer la calle Lavalle eligiendo algún cine, no más la comida del autoservicio del American Stoppy a un costado del Grand Rex en la calle Corrientes, no más el hotel pensión del barrio Constitución, ni el departamento donde me había mudado con mi joven compañera de entonces allá por Avellaneda. No más de las noches en vela terminando de escribir los últimos artículos para la revista “Esto es Noticia” cuyo editor era un chanta, pero de esos que encantaban a todos, y a veces hasta nos pagaba…
Atrás quedaba Buenos Aires cercado de camiones militares. El terror que ya se había desatado dosificadamente en los tiempos de Isabel con el accionar del grupo fascista Triple A, pronto se multiplicaría. El dictador Videla se instalaba en la Casa Rosada con la pompa propia de quien se creía salvador de la patria, y hasta es posible que él se imaginara que ése era efectivamente su rol. Lo que estoy seguro que no se imaginaba era que iba a terminar condenado a tantos años de prisión que le faltará vida para poder cumplirlos todos. Las vueltas de la vida, diría recurriendo a otro lugar común.
En lugar de las convulsionadas tierras del sur, al descender del avión primero en Vancouver y luego en Edmonton, mi lugar de destinación, había un ambiente de tranquilidad y bonhomía. Para hacerlo aun más contrastante, a mi arribo Edmonton mostraba un brillante día primaveral, destacando sus grandes extensiones de áreas verdes.
¿Qué es lo que uno siente al llegar? Me imagino que cada cual debe tener distintas experiencias, pero para mí la primera impresión era de un gran alivio: estaba a salvo. Más aun, podía decir que había logrado sobrevivir dos golpes de estado tremendamente sangrientos. No dejaba de tener algún mérito.
La otra gran impresión era la curiosidad. Conocer la nueva ciudad a la que venía era una de mis primeras preocupaciones. La noche de mi llegada fui a casa de un chileno que había llegado antes, mi buen amigo Pancho Díaz, hoy fallecido, ex preso político, que se instaló en Edmonton con su familia y que para muchos entonces jóvenes, era una suerte de padre postizo, generoso, un buen consejero y también alguien que nos “tiraba las orejas” de vez en cuando.
Con un ex compañero de facultad, Anselmo, también exiliado en esa ciudad del oeste tuvimos la idea de publicar un periódico, así nació “The Latin Report”. Una donación de ciento cincuenta dólares de un canadiense que simpatizaba con la causa, Jerry Thiger, conocido gracias a la intermediación de Pedro de Pablo, un chileno que tenía contactos, más el apoyo de otros tantos que no podría terminar de nombrar hicieron posible esa pequeña aventura editorial que llegó a durar casi dos años. Todo un récord considerando que en general, publicaciones de ese tipo en una ciudad pequeña rara vez pasaban del primer número.
Esos primeros días, que luego se fueron haciendo meses y años, ciertamente marcaron a cada uno de nosotros. No sé qué será de muchos de esos amigos. El círculo de exiliados vivía aun el trauma que el golpe de estado había significado. Y cada cual bregaba con él del mejor modo que podía.
Algunos, no dejaron nunca de mirar atrás y cada día acariciaban la ilusión de la noticia que al final la televisión nunca dio: la dictadura ha caído y todos los que salieron al exilio pueden volver de inmediato, sus trabajos o sus estudios interrumpidos están allí esperándolos, por supuesto sus familias se aprestan a recibirlos con sus mejores galas. La vida de la cotidianeidad y la normalidad, súbita y brutalmente interrumpida ese fatídico día del levantamiento militar se vuelve a retomar. La dictadura fue sólo un paréntesis trágico, una pesadilla colectiva.
Aunque puedo decir que en el fondo todos abrigábamos esperanzas de algún cambio político en el viejo país, también habíamos quienes sin renunciar del todo a esa ilusión, veíamos nuestra estada en este país con más realismo. En mi caso, la curiosidad se complementaría con los intereses prácticos de aprender el idioma y de sobrevivir lo mejor que pudiera. Ojalá sin tener que hacer un trabajo embrutecedor que a uno le impidiera pensar. Afortunadamente las cosas se me dieron bien al conseguir trabajo en una editorial (un hombre muy solidario Mel Hurtig, para cuya empresa trabajé entonces), lo que dejaba tiempo para otras cosas, la política por cierto, el periódico ya mencionado, por algún tiempo también un programa televisivo en el canal comunitario local (“Viyeco” que producía y dirigía Jorge Montesi) y para largas tertulias generalmente en casa de Anselmo, disfrutando de los chascarros de mi amigo Geoffrey Green (de origen inglés como indica su nombre, pero el que más echaba de menos a Chile, después de unos años en Montreal se regresó al viejo país definitivamente y cada vez que voy por allá nos tomamos algunos tragos recordando esos tiempos de nuestro llegada y estada por acá y a la “Chilean people” como afectuosa y humorísticamente la bautizamos).
Por cierto también hubo quienes nunca se acostumbraron, algunos llegaron a situaciones límites. Hubo por lo menos un suicidio en ese tiempo. La depresión afectaba a muchos. Naturalmente nadie está preparado para una experiencia de desarraigo, pero claro, la formación política de algo debería servirle a uno en este caso. Para los inmigrantes normales, esto es quienes llegan a otro país en busca de un mejor porvenir económico, esa meta les hace superar o por lo menos les ayuda a lidiar psicológicamente con las eventuales angustias que el salir de su país pueda traer. Para los exiliados políticos en cambio, que no habían salido voluntariamente, el bregar con esos escollos del cambio de país, era tal vez más difícil. Claro está, cuando alguno caía en esos estados depresivos (afortunadamente yo nunca sufrí tal cosa, puede sonar a lo mejor un poco duro, pero en un estricto sentido uno no tenía que echar de menos a nadie ni nada) les recordaba las experiencias de los revolucionarios que vivieron exilio, y prácticamente todos lo experimentaron en un momento u otro: Marx, Lenin, Ho Chi Minh, Fidel. Ninguno de ellos iba a flaquear por estar lejos de su tierra. Claro, al final uno no puede ser muy duro con los que se quebraban por la nostalgia. Había aquellos con un discurso muy revolucionario que en la intimidad de su hogar lloraban porque echaban de menos a su mamá… Los duros dirán que con esa gente no se iba a hacer revolución alguna. Lenin por cierto nunca dio señas de echar de menos a su familia (eso sí, le escribió una carta a su madre desde Londres, para pedirle dinero. Bueno, para eso están a veces los padres.)
¿Dónde y cómo estarán mis amistades de entonces? Ya hace varios años que no he vuelto a visitar mi ciudad de arribo. Por las noticias me entero que han reelegido a los conservadores en la legislatura provincial—en eso no hay cambios—y que el boom petrolero continúa. ¿Nos reconoceremos los viejos exiliados si nos vemos nuevamente ahí en el Edmonton Centre o caminando por la Jasper Avenue? Desgraciadamente la autoridad de transporte público sacó los trolebuses que tanto me gustaban, por lo que ya tengo un aliciente menos para visitar la ciudad donde esos magníficos vehículos bajaban serpenteando desde el sur por la 109 Street, cruzaban el río y llegaban al centro.
Cuatro años estuve en esa ciudad que fue el comienzo de mis 36 en Canadá. Y mi curiosidad sigue viva.
Comentarios: smartinez175@hotmail.com
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