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  • October 26, 2012 , 09:29am

HABLEMOS DE CINE

HABLEMOS DE CINE

John Hawkes y Helen Hunt en THE SESSIONS

Por Jorge Gutman

 

THE SESSIONS. Estados Unidos, 2012. Un film escrito y dirigido por Ben Lewin

Pocas veces el cine ha ofrecido un relato donde la intimidad sexual queda expuesta con tan notable honestidad y sin ningún propósito de oportuno sensacionalismo.

The Sessions que transcurre en Berkeley en 1988 se basa en el ensayo escrito por el poeta y periodista Mark O’Brien “On Seeing a Sex Surrogate” –que posteriormente fue publicado en la revista literaria The Sun– donde relata sus experiencias al estar  condenado a vivir en un pulmón artificial pero que a los 38 años de edad está decidido a perder su virginidad.

Como antecedente cabe aclarar que a los 6 años de edad, el autor fue afectado de poliomielitis perdiendo casi por completo la coordinación de sus movimientos y por lo tanto estuvo obligado a depender de la respiración artificial. Eso no ha sido óbice para que este empeñoso individuo siguiera una exitosa carrera universitaria de periodismo en la Universidad de California en Berkeley.

A pesar de su grave discapacitación y del debilitamiento físico,  su cuerpo no perdió las sensaciones vitales y, entre las mismas,  el deseo natural del sexo se pone de manifiesto. Para tratar de solucionar su problema y teniendo en cuenta sus convicciones religiosas, como católico resuelve confesarse con el Padre Brendan (William H. Macy), un sacerdote de mentalidad abierta que está dispuesto a dar luz verde al proyecto de Mark consistente en la ayuda de una terapeuta sexual que lo ayude a lograr su primera experiencia en la materia. Algunos de los momentos más placenteros del relato ilustran  la forma en que Brendan debe pasar por alto los preceptos estrictamente religiosos, comprendiendo que el caso excepcional solicitado por Mark es algo en lo que Dios estaría totalmente de acuerdo y es por ello que le otorga su  completa bendición; de algún modo, el sacerdote se convierte en su guía moral.

No muchas veces  el cine procura al espectador la satisfacción de abordar aspectos urticantes con tan gran afecto y delicadeza como en el caso de esta notable película y eso se refleja en la parte central del relato con la relación que se establece entre  Cheryl Cohen Green (Helen Hunt) y Mark (John Hawkes). Ella, además de terapeuta sexual, es una mujer casada y aunque no esté explicitado en el relato, ese factor tendrá gran importancia en la comunicación física e íntima que se establecerá entre la “instructora” y su “alumno”. Las estrictas reglas fijadas por Cheryl establecen que la terapia alcanzará un máximo de 6 sesiones.

El director Ben Lewin ha logrado una gran sutileza para transmitir el sentimiento que anima a las partes intervinientes a medida que las sesiones semanales se van desarrollando. Desde un primer encuentro en que ella lo ayuda con la práctica de ejercicios clínicos para ir avanzando gradualmente hasta lograr la completa relación sexual, el film exhibe momentos de franco humor frente a situaciones que aunque a veces resulten incómodas son totalmente realistas.

Lewin,  quien personalmente fue afectado por el polio llegando a sobrevivir, tenía como intención de recurrir a un intérprete discapacitado para asumir el rol de O’Brien, pero finalmente se decidió por John Hawkes. Se trata de un excepcional actor que transmite maravillosamente  el estado anímico de su personaje quien debe permanecer en completa postración durante casi todo el metraje; en suma, Hawkes vuelca una inusitada sinceridad y candor que resulta inimaginable suponer que se trata de una ficción y no de un verdadero discapacitado a quien uno está contemplando. La otra extraordinaria composición es la de Hunt; su presencia no solamente ilumina a Mark sino también al espectador; la ternura, cariño y comprensión que transmite hacia su paciente es indescriptible así como también sus emociones reservadas al tener que abordar como terapeuta un territorio nunca por ella transitado y que como mujer casada descubrirá  sensaciones tampoco imaginadas pero que inevitablemente dejan una huella imposible de ocultar.

El gran crédito que merece el realizador es haber logrado el justo equilibrio de transmitir en la pantalla una sublime experiencia de comunicación corporal y espiritual. Sin ocultar el tratamiento terapéutico sexual, y a pesar de que Hunt permanece desnuda durante considerable parte del relato, los momentos culminantes de la relación eluden exhibir  los órganos genitales de sus participantes para en cambio sugerir a través del movimiento de los cuerpos y de los diálogos mantenidos lo que está aconteciendo.

Conclusión: Un  excelente film sobre una terapia sexual emotivamente cálida y tierna.

Gerard Butler y Jonny Weston en CHASING MAVERICKS

 

CHASING MAVERICKS.  Estados Unidos, 2012. Un film de Michael Apted y Curtis Hanson.

Este film se centra en Jay Moriarity, un joven surfista que dedicó la mayor parte de su breve existencia a la práctica de este deporte con un entusiasmo incontrolable.  Aunque para el público corriente resulte de gran interés apreciar la agilidad de los surfistas tratando de embestir las olas y vencerlas, ciertamente  este deporte ha cobrado la vida de muchos intrépidos que han intentado surfearlas.

Como todo film que se basa en hechos reales, en la medida de que no se trata de un documental sino de un relato de ficción,  no todo lo que se observa  podrá ser completamente fehaciente, pero en todo caso y a  pesar de que el guión de Kario Salem y Brandon Hooper es en gran parte predecible, Chasing Mavericks se deja ver con agrado porque los personajes infunden simpatía y no están acartonados en los estereotipos que pueden apreciarse en muchos filmes de género deportivo.

El film de Michael Apted y Curtis Hanson que transcurre en Santa Cruz, California, comienza cuando el pequeño Jay quien vive con su madre (Elizabeth Shue) se encuentra admirando la majestuosidad de las olas conocidas como “Mavericks”, una  de las más elevadas del planeta (entre 7 y 25 metros) que rompen junto a un pequeño puerto. Cuando por una infortunada circunstancia Jay está a punto de perder su vida atrapado por las aguas, es rescatado por Frosty Hesson (Gerard Butler), un vecino conocedor de todos los secretos del surf; ese salvataje  tendrá importante repercusión en la vida de ambos.

Cuando Jay (Jonny Weston) ya es un adolescente de 15 años, queda bien remarcado que el surf es su pasión y prácticamente su razón de vivir; con todo, para practicarlo necesita de un buen entrenador y en tal sentido quién mejor que Frosty para formarlo. Aunque al principio se niega a hacerlo, finalmente Frosty termina aceptando la responsabilidad de enseñarle todos los secretos del deporte y el  cómo sobrevivir frente a situaciones de alto riesgo. Lo que comienza como una  relación profesional,  donde  la determinación de Jay de conquistar a Mavericks se combina con el compromiso moral de Frosty de involucrar a su discípulo en un intenso entrenamiento físico y mental, va generando entre ambos una profunda amistad que supera la mera práctica del surf. En última instancia, Frosty adquiere para Jay el carácter del verdadero padre que nunca llegó a tener.

Ciertamente, hay algunas situaciones que bordean el melodrama –el drama de Frosty cuando muere su esposa (Abigail Spencer)- pero la narración evita que el film adquiera un carácter fuertemente sentimental sin que por ello deje de trascender la humanidad del relato. Las actuaciones de Butler y Weston son convincentes  y sobre todo existe una excelente química entre sus respectivos personajes.

A pesar de que el film termina con una celebración de la vida, los créditos finales dejan un sinsabor al indicar que el gran surfista murió ahogado practicando buceo en las Maldivas –país insular en el Océano Indico- en 2001, un solo día antes de cumplir los 23 años de edad.

Conclusión: Un film sencillo, convencional y bien realizado donde no es necesario ser surfista o amar este deporte  para llegar a apreciarlo.

Ricardo Darín en UN CUENTO CHINO

UN CUENTO CHINO. Argentina, 2011. Un film escrito y dirigido por Sebastián Borensztein

He aquí otra prueba elocuente de cómo un relato demasiado transitado puede trascender por la descripción de personajes bien perfilados y respaldados por una buena interpretación. Ése es el caso de Un Cuento Chino, tercer film de Sebastián Borensztein en donde también es el autor del guión.

Ricardo Darín,  uno de los mejores actores  de Argentina y el más conocido internacionalmente, vuelve a dar nuevas muestras de su ductilidad componiendo a Roberto, un ferretero argentino que vive en Buenos Aires y que responde a un tipo hosco y cascarrabias que  pasa su vida quejándose, aunque a veces no le falte razón. A pesar de ser una persona poco sociable, el destino lo enfrenta con Jun (Ignacio Huang), un inmigrante chino que no habla español y que sólo domina el mandarín. Nada más opuesto a Roberto en carácter y personalidad; con todo, el porteño  trata de ofrecerle su cooperación a fin de que Jun encuentre a un tío que busca desesperadamente; mientras tanto, le invita a pernoctar en su hogar esperanzado que todo habrá de concluir al día siguiente cuando le ayude a establecer contactos con la embajada china.

Como es de suponer, nada habrá de solucionarse con tanta brevedad y el cambio de planes obliga a que Roberto y Jun tengan que convivir con el gran obstáculo de no poder mantener diálogo alguno dado que cada uno desconoce el idioma del otro. Ciertamente el tema de la colisión cultural se impone en el relato pero el tratamiento resulta un tanto esquemático porque el verdadero propósito de esta historia es pintar las consecuencias de una convivencia forzada donde cada uno de los dos personajes solitarios aprenderá algo del otro, especialmente en el caso de Roberto donde la visita de su inesperado huésped altera por completo  su vida rutinaria.

Aparte de su tema central, el film se nutre con la presencia de una chica enamorada de Roberto (Muriel Santa Ana) y algunos personajes secundarios que contribuyen a brindar humor y calidez al esquemático guión. Con todo, el logro del film reside en sus buenos diálogos y en la remarcable  interpretación de Darin y Huang ganándose el inmediato cariño por parte del  público. Darín es capaz de derrochar amplia simpatía a pesar de su misantrópica personalidad en tanto que Huang produce situaciones muy hilarantes y constituye un buen contrapunto con su interlocutor  cuando la única forma de entenderse se manifiesta a través del lenguaje gestual, elocuentes miradas y precisos silencios.

Conclusión: Una fábula amable que trata de demostrar cómo personalidades con profundas diferencias anímicas y culturales pueden finalizan complementándose para forjar una inesperada amistad. 

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