Toronto, la capital norteamericana de los rascacielos y la pesca del salmón
Toronto, la capital norteamericana de los rascacielos y la pesca del salmón

TORONTO.- Toronto es la ciudad norteamericana que más ha crecido en los últimos cinco años gracias a una explosión urbanística imparable pero que no impide que en el otoño cualquiera pueda pescar salmón a unas pocas paradas de metro del centro de la ciudad. Cada otoño, en el parque Etienne Brulé decenas de pescadores se meten en el río Humber, a escasos kilómetros de su desembocadura en el lago Ontario, y prueban suerte con sus cañas para capturar alguno de los salmones chinook, coho o incluso atlántico que ascienden sus aguas para desovar.
Julio César Rivas
Toronto.-Toronto es la ciudad norteamericana que más ha crecido en los últimos cinco años gracias a una explosión urbanística imparable pero que no impide que en el otoño cualquiera pueda pescar salmón a unas pocas paradas de metro del centro de la ciudad.

Cada otoño, en el parque Etienne Brulé decenas de pescadores se meten en el río Humber, a escasos kilómetros de su desembocadura en el lago Ontario, y prueban suerte con sus cañas para capturar alguno de los salmones chinook, coho o incluso atlántico que ascienden sus aguas para desovar.
Cada otoño, en el parque Etienne Brulé decenas de pescadores se meten en el río Humber, a escasos kilómetros de su desembocadura en el lago Ontario, y prueban suerte con sus cañas para capturar alguno de los salmones chinook, coho o incluso atlántico que ascienden sus aguas para desovar.
No es extraño que la pesca, ya sea deportiva o de subsistencia, sea una de las actividades más ligadas a los canadienses: en el país hay alrededor de 3 millones de lagos y miles de ríos con una riqueza pesquera casi sin rival en el mundo.
Desde hace miles de años, muchas de las sociedades indígenas del país, especialmente en el Pacífico y en el Atlántico, han estado vinculadas económica y culturalmente con el salmón.
Para muchas tribus norteamericanas, como los wsánec en la costa del Pacífico de Canadá, todos los seres vivos han sido en algún momento seres humanos por lo que consideran a los salmones parientes a los que se les debe tratar con respeto.
Cada otoño, cuando los salmones regresan a los ríos en los que nacieron para desovar e iniciar otro ciclo vital, los wsánec tejen redes que permiten escapar a algunos de los salmones. Para estos indígenas, si algunos salmones pueden regresar a sus hogares, los linajes que representan continuarán vivos.
Con el agua del río Humber por debajo de las rodillas de sus botas altas, Kuo Liu, uno de los pescadores de Toronto que prueba suerte en el parque Etienne Brulé, sonríe con educación cuando se le menciona las creencias que los indígenas canadienses mantienen sobre los salmones.
“No lo sabía. Pero hace más interesante venir a pescar salmón en el río Humber”, dice Liu.
A su alrededor, se pueden ver decenas de salmones de más de un metro de largo nadar contracorriente en su lucha para regresar al punto de su nacimiento y depositar los huevos que acarrean en su cuerpo.
A unos 50 metros del lugar elegido por Liu para lanzar su anzuelo, una pequeña caída de agua es otro obstáculo para los salmones.
Pero para las decenas de personas que se acercan al parque para pasear y disfrutar de uno de los últimos días soleados del otoño de Toronto, el lugar es una parada obligada desde donde observar las piruetas de los salmones en su intento por rebasar el obstáculo.
“¿No es asombroso?”, pregunta una anciana.
“Llevo un buen rato aquí y aunque he visto a muchos saltar todavía ninguno ha superado la caída de agua”, añade.
Si no es extraña la fascinación que el ritual del salmón provoca a los visitantes del parque, o incluso a los pescadores, si es inusual que la escena se produzca a sólo una decenas de paradas de metro de los imponentes rascacielos del centro de Toronto.
Pocas metrópolis del mundo pueden presumir de poseer ríos en sus centros urbanos en los que se pescan salmones.
Especialmente una ciudad de 2,6 millones de habitantes (5,5 millones si se cuentan las cuatro municipios que la rodean) que cada año recibe 100.000 nuevos habitantes y que vive una explosión urbanística que parece perpetua.
Y es que mientras que en Estados Unidos la crisis del mercado inmobiliario en 2008 precipitó una recesión sin precedentes desde el colapso de 1929, que posteriormente contagió a Europa, en Canadá y especialmente en Toronto, sólo se vivió como un pequeño bache en el camino.
En los últimos cinco años, el cielo de Toronto ha estado dominado por innumerables grúas para construir decenas de miles de pisos cada año, una explosión urbanística que ha convertido la ciudad en la segunda de Norteamérica con más rascacielos y torres de viviendas de gran altura, sólo después de Nueva York.
Sólo en lo que va de 2012, en la ciudad se han construido casi 45.000 pisos. La explosión urbanística de Toronto es tal que este año triplica a Nueva York en el número rascacielos en construcción: 195 a 60.
Quizás es esta actividad febril de Toronto lo que hace más extraña escenas como las de Liu, con su botas altas de goma, pescando salmón en un parque mientras a su alrededor decenas de grúas construyen a un ritmo endemoniado más rascacielos de cristal.
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