Pachamanca en Nazca
Pachamanca en Nazca
La pachamanca de Olivia Sejuro es de las más simples que he comido. Llegue a ella por una bendita equivocación, justo en medio de un viaje a Nazca, y me quedé enganchado desde que me la anunciaron. Esta noche cocinan pachamanca, un guiso ritual andino que se remonta muy atrás en la historia de esta parte de la cordillera andina y de su gente. Hay quien encuentra antecedentes de esta preparación, que consiste en cocinar bajo tierra aprovechando el calor de grandes guijarros previamente atemperados en un copioso fuego, en restos arqueológicos del neolítico, datados hace siete u ocho mil años, que no es poco tiempo.
La fórmula guarda muchas similitudes con otras preparaciones tradicionales en América Latina, como el recado yucateco —lo he comido rojo o negro, dependiendo del color de los condimentos— que he visto cocinar enterrado, aunque dentro de una olla, en alguna comunidad maya, y el curanto mapuche, tradicional al sur de Chile y Argentina, más cercano a la pachamanca, aunque mezcla carnes y mariscos.
Olivia Sejuro ha convertido la ceremonia generalmente multitudinaria de la pachamanca en un acto íntimo y casi familiar. Se la encargan grupos que acuden al Wasipunko, su hotel en las afueras de Nazca. No sé cómo será otros días, pero hoy somos tres y su pachamanca ha dejado de ser un guiso comunal para convertirse en un acto íntimo y familiar, con menos ingredientes de los habituales. La están preparando delante de mí y veo enterrar, siguiendo un cuidadoso orden, una pieza de carne de cerdo adobado, un atado con pollo condimentado con pimiento rojo y algunas hierbas tradicionales, camotes, papas, habas, choclos y un fardo conteniendo trozos de queso envueltos en hojas de maíz.
Olivia utiliza las brasas del fuego en el que ha calentado las piedras como lecho para las piezas de carne, lo que reduce el tiempo de cocción a poco más de hora y media. La ternura y el sabor de las carnes respaldan su preparación. La pachamanca más bizarra que he comido me la sirvió hace años un grupo de reclusas del penal de mujeres Anexo 1, en Chorrillos (Lima). No había hueco en el suelo —imposible excavarlo en aquel patio sellado con hormigón armado—, así que lo prepararon en una olla, como a menudo se cocinan el curanto y los recados en México y Chile.


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