Conejillos de Indias
Conejillos de Indias

En los experimentos, financiados por los Instituto Nacionales de Salud de la época, participaron unos 5.500 individuos
En medio de una semana muy agitada como fue la recién pasada, con elecciones en Venezuela y Brasil, un intento de golpe de estado en Ecuador y rumores de posibles acciones terroristas en Europa, una noticia que tiene todos los rasgos de esconder un tenebroso telón de fondo no ha llegado a tener la cobertura que merece, ni menos aun, despertar las indignadas protestas que debería haber desencadenado.
Me refiero a la sorprendente revelación según la cual en Guatemala entre 1946 y 1948 unos mil quinientos individuos, principalmente presos y enfermos mentales, fueron deliberadamente infectados con enfermedades venéreas tales como la sífilis y la gonorrea como parte de un experimento conducido por autoridades médicas de Estados Unidos para probar la eficacia que la penicilina podría tener en el tratamiento de esas enfermedades. Seres humanos usados como “conejillos de Indias”, ni más ni menos.
Como era de esperarse, el presidente guatemalteco, Álvaro Colom reaccionó indignado ante la información y se comunicó directamente con su colega norteamericano Barack Obama para exigir explicaciones sobre el hecho. Obama efectivamente ofreció sus excusas y aceptó que una comisión bipartita de ambos países estudie y proponga alguna forma de compensación para las víctimas de ese experimento o sus familiares, ya que lo más probable es que la mayoría de ellas ya haya muerto.
Lo que sin embargo aun queda en pie y sin haberse dado un adecuado debate sobre el tema, es el hecho mismo que este experimento haya ocurrido. Un hecho revelador de numerosos aspectos no suficientemente explicitados.
El primero, y que debe resaltarse, es que este tipo de experimento haya tenido lugar. Uno bien puede plantearse en qué medida este proceder de las autoridades de Estados Unidos en ese tiempo, puede distinguirse de los experimentos conducidos por el tristemente célebre Dr. Joseph Mengele unos años antes, durante la guerra. Al parecer el siniestro doctor nazi “hizo escuela” y su modus operandi, utilizar individuos (prisioneros) que no podían oponerse a sus procedimientos, fue muy pronto asimilado por sus colegas de los equipos médicos estadounidenses que en esos años se trasladaron a Guatemala para sus secretos operativos. En los hechos, lo que hizo Mengele y luego quienes le copiaron en Estados Unidos no tiene mayores diferencias, excepto probablemente en que Mengele tuvo más sujetos a su disposición, pero por otro lado sus experimentos no tuvieron el grado de secreto de los conducidos por las autoridades norteamericanas, mientras lo de Mengele se supo prácticamente inmediatamente después de la guerra, lo acaecido en Guatemala se viene a saber más de 60 años después de ocurrido y prácticamente por casualidad. Los autores del siniestro experimento en Guatemala bien se cuidaron de guardar el secreto de lo obrado. Uno puede preguntarse si hay otros casos similares, porque por cierto después de lo revelado, queda la duda sobre qué era lo que hacían esos frecuentes visitantes de aparente buena voluntad e intercambio científico que cada cierto tiempo se dejaban caer por América Latina, muchas veces con la complicidad de las propias autoridades locales (complicidad seguramente comprada a buen precio).
En segundo lugar, este experimento conducido en secreto fuera de Estados Unidos, deja traslucir también un profundo racismo, algunos dirán reflejo de esa sociedad en los años 40 pero no necesariamente prevalente hoy día (cosa en todo caso sujeta a discusión). Lo importante sin embargo, es que en elegir a Guatemala (y pudo haber sido posiblemente cualquier otro país latinoamericano) como sitio para el experimento, de un modo implícito se decía “esta gente puede ser sujeta a este tipo de experimento porque no son como nosotros, los estadounidenses (blancos)”, en otras palabras, para los que autorizaron e implementaron el experimento sus sujetos eran una “raza inferior”. Un modo de pensar no muy diferente al del Dr. Mengele en el marco de la ideología nazi que enmarcaba su accionar.
Naturalmente ese racismo estaba claro en las mentes de John Cutler, el médico norteamericano que dirigió el experimento, y su supervisor inmediato R.C. Arnold. Según señala el diario guatemalteco Prensa Libre, “Thomas Parran, el cirujano general que supervisó el inicio de los experimentos de Cutler en Tuskegee, reconoció que el trabajo en Guatemala no se podía hacer en EE. UU., y que los detalles se les ocultaron a las autoridades guatemaltecas”. Por cierto, la opinión pública en Estados Unidos no hubiera aceptado tan fácilmente que se infectara a sus propios ciudadanos, ni siquiera quizás a sus presos, por lo menos no a los blancos. Fuera de Estados Unidos sin embargo, Cutler y su gente tenían las manos más o menos libres como para hacer lo que quisieran. Y vaya que lo lograron, como señalaba anteriormente, nadie si hubiera enterado si no es porque la doctora Susan Reverby, haciendo una investigación sobre casos no tratados de enfermedades venéreas, llegó por casualidad a los archivos del controvertido experimento.
En tercer lugar, el hecho que los sujetos del experimento fueran presos, enfermos mentales (y aparentemente según los hallazgos de la Dra. Reverby, incluso los médicos norteamericanos en un momento pensaron usar niños por lo que se recurrió al orfanato de Ciudad de Guatemala) indica también un trato discriminatorio y abusivo hacia personas que estaban social, física o mentalmente incapacitadas para dar su consentimiento y así participar del experimento con plena conciencia. Según el diario guatemalteco que he citado anteriormente, “Los médicos que trabajaron en el hospital siquiátrico detallan en sus archivos que los pacientes accedían a los procedimientos a cambio de cajetillas de cigarros, sin mayor explicación.”
Por último está toda la hipocresía con que habitualmente se recubre el accionar de Estados Unidos y sus agencias en prácticamente todo el mundo. Este episodio, descubierto a más de 60 años de ocurrido, deja un interesante recordatorio que no hay que perder de vista: Estados Unidos nunca ha tratado a los países latinoamericanos como sus socios, mucho menos como sus iguales, a lo más son sus empobrecidos y problemáticos vecinos a los cuales de vez en cuando les recuerda quién es el que manda en el barrio. En el marco de esa mentalidad de supuesta superioridad ¿qué serían unos cuantos infectados en algún pequeño país que seguramente la mayoría de los estadounidenses no puede ni siquiera ubicar en el mapa, si a la postre, de ese experimento se había de obtener beneficios para la humanidad? (Naturalmente “humanidad” entendida como aquella que habita al norte del Río Grande).
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