HABLEMOS DE CINE
HABLEMOS DE CINE
Por Jorge Gutman
Resulta interesante constatar la preocupación del director quebequense Maxime Giroux de enfocar un tema que considera el comportamiento de otras comunidades, además de la básicamente francófona, que conviven en la provincia de Quebec. Para ello ha concebido una interesante historia de amor que si bien en principio resultaría difícil de imaginar, logra convicción por la forma que adopta su narración como así también por la natural transformación que experimentan sus personajes a lo largo de la misma.
Sus dos principales protagonistas son Félix (Martin Dubreuil) y Meira (Hadas Yaron). El es un hombre secular francófono que perteneciendo a un medio social burgués no le interesa mucho el dinero que dispone y en esencia es un ser bohemio a la vez que solitario y errante; después de largo tiempo de no haber visto a su anciano padre (Benoît Girard), moralmente se siente inducido a visitarlo al hallarse moribundo y próximo a su fin. Por su parte, Meira es una joven madre de familia perteneciente a la comunidad jasídica de Montreal; descontenta en su matrimonio con Shulem (Luzer Twersky), un respetable rabino, y tratando de apartarse de las estrictas reglas religiosas que debe observar toda mujer de su condición, siente una notoria insatisfacción en su vida personal al no adecuarse al medio que la rodea. Después de la muerte del padre de Félix, éste se cruza con Meira en el barrio del Mile End de Montreal donde ambos viven sintiéndose inmediatamente atraído hacia ella cuando la observa paseando a su hijita en el cochecito. Aunque al tratar de abordarla Meira se resiste a entablar conversación, no pasa mucho tiempo para que, tímidamente al principio, se vincule sentimentalmente con él.
En la descripción de dos mundos completamente opuestos en el que viven sus protagonistas, parecería imposible que esa gran divergencia cultural en la que están embebidos pueda originar una historia de amor como la que se presencia. De allí que resulta encomiable la forma delicada y el bajo perfil empleado por el realizador para que este relato sobre dos seres dispares que encuentran solaz al estar uno junto al otro, trasunte la emoción necesaria que involucre al espectador.
Sin maniqueísmo alguno en la descripción de sus personajes, el guión de Giroux escrito con Alexandre Laferriere permite comprender cómo Meira, una mujer con ganas de disfrutar y gozar de la libertad natural que la vida puede ofrecerle y le es negada, se ve impulsada a salir de un ambiente en el que se siente asfixiada y atrapada por las reglamentaciones jasídicas; eso influye, entre otras cosas, sobre la forma en que debe vestirse, el uso obligado de una peluca ataviada a su cabello, el impedimento de escuchar música secular y/o cantar en su propio hogar.
A pesar de que es observada y controlada por su marido, el relato describe al rabino como un individuo noble que adherido a sus principios religiosos muy conservadores no puede permitir el comportamiento moderadamente liberal de su esposa, pero a medida que el tiempo transcurre es consciente de la lucha interna que ella sobrelleva para compatibilizar sus reales aspiraciones con la conducta obligada que debe mantener en la comunidad a la cual pertenece.
Si bien el aspecto central del relato gira en torno de Felix y Meira, el director aprovecha dicha historia para ofrecer con máximo respeto algunas de las modalidades de la vida insular llevada a cabo por un movimiento religioso ultraortodoxo y místico.
A nivel de la interpretación no podría aguardarse mayor naturalidad que la que ofrecen Yaron y Dubreuil, pero también es digno de destacar la participación de Twersky quien en la vida real había pertenecido a dicha comunidad y precisamente fue preparado para llevar a cabo una existencia similar a la del rabino Shulem lo que en consecuencia le resultó sencillo animar a dicho personaje con completa convicción.
Para concluir es necesario destacar que además de exponer el multiculturalismo prevaleciente en Montreal a través de esta inusual historia romántica, Giroux logra un film decididamente feminista retratando a una mujer que en procura de su propia identidad llega a emanciparse de su medio venciendo con valor cualquier clase de prejuicio existente.
Conclusión: Un film sutil y sensible que explora con fineza un terreno delicado y rara vez considerado por el cine canadiense
BLACK OR WHITE. Estados Unidos, 2014. Un film escrito y dirigido por Mike Binder
Si bien su título sugiere que se asistirá a un film sobre relaciones raciales, en realidad el tema central de Black or White es el de la disputa entre un abuelo materno y una abuela paterna por la custodia de la pequeña nieta que tienen en común. Aunque basado en hechos reales, el tratamiento brindado por el realizador Mike Binder es demasiado elemental, esquemático y poco consecuente con su complaciente desenlace.
El veterano Kevin Kostner interpreta a Elliot, un abogado de raza blanca de muy buena situación económica viviendo en un afluente sector de Los Ángeles quien al comienzo del relato se encuentra acongojado por la muerte de su esposa (Jennifer Ehle) acaecida en un accidente automovilístico. El matrimonio tenía a su cargo a Eloise (Jillian Estell), la nieta de 7 años, cuya madre que era hija de Elliot murió al nacer el bebé, en tanto que Reggie (Andre Holland), el papá de la criatura de raza negra y un hombre adicto a la droga dejó irresponsablemente el hogar desentendiéndose como padre. Con todo, Elliot mantuvo buenas relaciones con Rowena (Octavia Spencer), la madre afroamericana de Reggie, así como con su familia extendida.
Elliot trata de acomodarse a su nueva vida y tiene toda la intención de seguir ocupándose de su nieta como lo había hecho hasta el momento en que su mujer falleció. Para reforzar la excelente educación privada que recibe Eloise contrata los servicios de un tutor (Mpho Koaho) a domicilio para que le brinde clases de matemáticas. Sin embargo, nada seguirá como hasta ese entonces cuando Rowena le solicita la custodia de la niña aduciendo que ella tiene un legítimo padre. Elliot que quiere entrañablemente a la niña, se niega a acceder al pedido teniendo en cuenta,entre otros factores, que Eloise ya no seguiría viviendo en el elegante suburbio en que habita sino en un barrio mucho más humilde, como tampoco tendría acceso al alto nivel de educación que recibe en la escuela elitista a la que asiste. Es aquí donde su consuegra decide iniciar unademanda judicial con la ayuda de su hermano abogado (Anthony Mackie) para defenderla en su reclamo.
Gran parte del film tiene lugar durante el juicio en donde surgen argumentos de incriminación por parte de ambas partes. Por un lado Elliot arguye que Reggie es drogadicto a pesar de que éste sostiene estar recuperado y sobrio; por el lado opuesto, la acusación de la matriarcal Rowena reside en los hábitos alcohólicos de su consuegro y que al estar trabajando fuera de su hogar no podrá atender convenientemente a la niña. En lo que concierne a la cuestión racial, el tema surge en forma aislada cuando a pesar de que queda claro de que Elliot no es racista en un momento de ofuscación hacia su yerno lo tilda de “negro”.
Por todo el buen propósito que alienta al film sobre la conflictiva situación y la intriga por saber el veredicto del juicio teniendo en consideración el hogar que sea más estable y conveniente para el bienestar de Eloise, el relato resulta muy blando y simplista sin que legítimamente llegue a emocionar; para peor, la parte final de la trama es totalmente condescendiente y poco creíble. En esencia, lo que se contempla se asemeja más a una “película de la semana” que a un sólido drama como el contemplado en el excelente film Kramer vs. Kramer (1978) de Robert Benton sobre similar tópico. Las interpretaciones de Costner y Spencer son muy buenas así como la pequeña Estell sabe ganarse la simpatía del público, pero eso no puede compensar las limitaciones de esta historia.
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L’HOMME QU’ON AIMAIT TROP. Francia, 2014. Dirección: André Téchine. Distribución: TVA Films (2015)
El veterano realizador André Téchiné retorna al cine con este drama psicológico en una historia donde la pasión amorosa se entremezcla con conflictos familiares, diabólicos juegos de poder y la traición.
Volviendo a trabajar por séptima vez con el realizador, Catherine Deneuve da vida a Renée Le Roux de quien en el prólogo del relato se llega a saber que los esfuerzos que por largo tiempo realizó para reabrir el expediente judicial contra Maurice Agnelet (Guillaume Canet), a quien considera como el asesino de su hija Agnès (Adèle Haenel), logró prosperar.
El famoso affaire Le Roux comienza en 1976, cuando Agnès retorna a Niza después de un fracasado matrimonio en África y desea que su madre viuda que es propietaria de un casino de la Costa Azul, le adjudique su parte de la herencia familiar que le corresponde para desempeñarse por su propia cuenta. Como el casino está perdiendo dinero, Renée no accede al deseo de su hija porque no dispone del dinero líquido para comprarle su parte. A todo eso, Maurice Agnelet, ambicioso y mujeriego abogado de Renée, se siente profundamente disgustado porque ella no lo designó gerente del casino; para vengarse, seduce a su hija convirtiéndose en su amante. Ahí se inicia un complot donde con la participación de un mafioso local (Jean Corso), se produce la caída en desgracia de Renée al perder control del establecimiento, a la vez que Agnès llega a obtener su herencia de 3 millones de francos. Al poco tiempo, la joven que estaba infatuada con Maurice, después de un fracasado intento de suicidio, desaparece en tanto que su amante emigra a Panamá con el dinero heredado. Eso motiva a que Renée esté convencida de que Maurice eliminó a su hija. Lo cierto es que aunque se supone que está muerta, su cadáver aún no ha sido descubierto.
La duda persiste en esta dramática historia por cuanto el acusado a lo largo de casi 4 décadas ha persistido en mantener su inocencia. El guión del realizador que contó con la participación de Jean-Charles Le Roux, hermano de Agnès, es suficiente ágil como para atraer al espectador siguiendo todos los vericuetos del caso. Como nota interesante cabe señalar que posteriormente a la realización del film, el acusado ha sido condenado en abril de 2014 a 20 años de prisión y apelado al veredicto de culpabilidad pronunciado por la justicia.
Cinematográficamente, el film sin ser el más audaz o complejo de Téchiné está bien relatado, aunque sin juzgar a sus personajes para dejar que el espectador se convierta en juez de lo que ha visto. La interpretación del trío central sin llegar a ser remarcable es correcta y no merece objeción alguna.
El DVD es presentado en su versión original francesa con subtítulos en inglés.
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