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  • May 22, 2015 , 09:46am

HABLEMOS DE CINE

HABLEMOS DE CINE

Ethan Hawke en GOOD KILL

Ethan Hawke en GOOD KILL

Por Jorge Gutman

 

La turbulencia emocional de un oficial del ejército americano participando en la lucha contra los talibanes es uno de los aspectos que considera el realizador Andrew Niccol en  Good Kill.  Aunque el tema no resulta novedoso, lo que lo torna un poco diferente a otras muestras del género es la vinculación de  los drones -aviones no tripulados y teledirigidos-  como arma de combate con las repercusiones psicológicas que dicha tecnología involucra.

 

El relato de Niccol que transcurre en 2010 se centra en Tom Egan (Ethan Hawke), un mayor de la fuerza aérea de Estados Unidos quien desde un lugar desértico de Las Vegas, en una sala de control ubicada en una barranca, combate contra los talibanes de Afganistán junto con su colega Airman Vera Suarez (Zoe Kravitz) y el apoyo de dos técnicos (Jake Abel, Dylan Kenin); la misión consiste en cumplir las órdenes del comandante Johns (Bruce Greenwood) quien a su vez recibe instrucciones provenientes de los cuarteles centrales de la CIA para determinar quién o quiénes serán las próximas víctimas. De este modo, ubicado frente a una consola,  y como si se tratara de un videojuego,  Tom  solo debe oprimir   un botón para que en el espacio de diez segundos el misil lanzado desde el dron haga impacto en el móvil enemigo ubicado a miles de kilómetros de distancia.

 

Como en otros relatos del mismo tema, quedan claros los discutibles criterios  empleados por la CIA al decidir quien será el objetivo de la “buena matanza”, donde en muchos casos prima la mera sospecha sin tener la prueba evidente de si hay terroristas de por medio; más aún, la orden de matar no excluye la posibilidad de que personas inocentes circundantes puedan ser abatidas.

 

Paralelamente, el relato ilustra los efectos colaterales que esta descarnada guerra genera en Tom; completamente extenuado internamente, la naturaleza de la tarea que durante 12 horas diarias debe cumplimentar llega a afectar su estabilidad mental. Todo ello lo va apartando involuntariamente del  grupo familiar donde durante el tiempo que transcurre en el hogar se siente poco menos que extraño, poniendo de este modo a prueba la relación mantenida con su atractiva  esposa Molly (January Jones).

 

El mérito del realizador es haber planteado sin condescendencia alguna y con severa mirada crítica a algunos de los dilemas morales de una guerra deshumanizada y  sin fin donde se impone la necesidad de atacar antes de ser atacado, mediante el empleo de una tecnología éticamente cuestionable.

 

Conclusión: Muy bien dirigido, Niccol ofrece un film interesante; con todo, cabe objetar la insistente repetición de las  secuencias de los ataques virtuales que resienten levemente la fluidez del relato. De todos modos, la excelente actuación de Hawke caracterizando a un individuo afectado psicológicamente por el trabajo que realiza,  constituye otra de las razones para la apreciación de este film. 

Tawfeek Barhum y Danielle Kitzis en DANCING ARABS

Tawfeek Barhum y Danielle Kitzis en DANCING ARABS

DANCING ARABS. Israel-Alemania-Francia, 2014. Un film de Eran Riklis

La  compleja relación de  judíos y árabes nacidos en Israel y habitando territorio israelí vuelve a ser considerada en Dancing Arabs. Para que el relato adquiera la máxima convicción posible, el  realizador judío  Eran Riklis se basó en Arabes Danzantes, novela en parte autobiográfica  del columnista árabe israelí Sayed Kashua, quien también fue responsable de la adaptación cinematográfica.

La historia presenta a Eyad Barhum (Tawfeek Barhum), un joven de identidad similar a la de Kashua, viviendo en una aldea árabe de  territorio israelí.  Este adolescente dotado de excepcional inteligencia es hijo de  Salah (Ali Suleiman), un activista palestino que en la década del 80, fue encarcelado por las fuerzas de seguridad de Israel al haber sido acusado de participar en un acto de terrorismo; aunque nunca llegó a ser juzgado o condenado, lo cierto es que el hecho impidió la prosecución de sus  estudios universitarios en Jerusalén. Diez años después, la erudición de  Eyad lo hace merecedor de una beca para estudiar y residir como interno en un prestigioso establecimiento de educación media en la capital de Israel.

Si bien al comenzar el relato se aprecia cierto humor cáustico, el sentido dramático del film se refleja en los primeros contactos que este joven de naturaleza tímida mantiene con sus compañeros de aula. Siendo el único alumno árabe-israelí de la clase se siente marginado debido a su desconocimiento de costumbres o modalidades israelíes, y por otros pequeños detalles como por ejemplo la pronunciación de ciertas consonantes del hebreo que él las articula  con acento árabe. Con todo, la estadía de Eyad se torna más placentera al frecuentar a  Naomi (Danielle Kitzis), una amistosa compañera de clase con quien posteriormente se relaciona sentimentalmente, como así también del afecto que le prodiga Jonathan (Michael Moshonov), un estudiante que padeciendo de distrofia muscular se moviliza en silla de ruedas.

El relato presenta dos caras de una misma realidad. Una faceta demuestra cómo predomina el espíritu humano de solidaridad; eso se manifiesta en la manera que Eyad, a pedido de Edna (Yael Abecassis), la madre de  Jonathan, contribuye en forma devota a ayudar al muchacho en las tareas escolares a medida que sus  deficiencias físicas se van intensificando, para llegar a un determinado momento en que termina alojándose en su hogar.

La otra cara de la medalla es que con el transcurso de los años, los acontecimientos políticos y militares de la región reflejando la tensión creciente entre judíos y árabes, gravitan en el ánimo de Eyad;  es así que además de ver concluido el cálido romance con Naomi   por oposición de los respectivos padres, él es consciente de que siempre será objeto  de los prejuicios existentes con respecto a su persona por más que se asimile a la cultura israelí. Parecería que la única forma de superar la sutil discriminación es tomando prestada una identidad ajena que lo convierta en judío.

Planteada la historia tal como queda ilustrada, el film deja una sensación de tristeza al constatar la dificultad de poder lograr una convivencia entre árabes y judíos desprovista de racismo, prejuicios y de animosidad entre las partes en conflicto.

Conclusión: Apoyado de un sólido elenco, Riklis demuestra una vez más su sensibilidad tratando delicadamente asuntos urticantes dentro del marco de una humana historia que mueve a la reflexión 

Nina Hoss en PHOENIX

Nina Hoss en PHOENIX

PHOENIX Alemania-Polonia, 2014. Un film de Christian Petzold

Este film confirma a Christian Petzold como uno de los más importantes directores europeos. Ratificando la madurez demostrado en Barbara (2012), Petzold  ofrece en Phoenix un muy buen melodrama ambientado en Berlín, poco tiempo después de haber concluido la Segunda Guerra.

Abordando los efectos del conflicto bélico así como los problemas de identidad y pertenencia con el pasado y los sentimientos de culpa,  el director relata la historia de Nelly (Nina Hoss), una cantante judía alemana sobreviviente del holocausto que acaba de recuperarse de una cirugía facial que le reconstruyó su rostro maltrecho en los campos de concentración.

 

Su propósito es el de localizar a su marido Johnny (Ronald Zehrfeld) sin saber que él logró divorciarse de ella. Cuando el encuentro se produce, sin que su esposo la reconozca debido a su nueva fisonomía y además por estar  convencido de que Nelly está muerta, Johnny le propone que asuma el  rol de su supuestamente desaparecida esposa para compartir la herencia dejada por la familia de su ex esposa asesinada por los nazis. Nelly acepta el ofrecimiento convirtiéndose así en impostora de sí misma por el amor que guarda por Johnny, a pesar de los presuntos rumores de que fue él quien la denunció a la Gestapo.

 

Sobre la base de lo que precede Petzhold va desarrollando   una  historia de sólido suspenso con una decidida carga emocional pero relatada sin sentimentalismo alguno. Lo importante es que a través de una narrativa excepcional por su cohesión y meridiana claridad, el realizador retorna a uno de sus temas recurrentes  como el de remarcar cómo el pasado histórico de Alemania sigue gravitando con gran fuerza a través de los sacudones traumáticos que afectan a quienes han logrado sobrevivir a la tragedia bélica.

 

Dentro de un relato apasionante dotado de gran emoción y suspenso, el inteligente guión del director escrito con Harun Farocki sorprende al espectador con un desenlace   excepcionalmente imaginativo. Sería indiscreto anticiparlo pero basta señalar que la secuencia final sin diálogo alguno y de extraordinaria expresividad es una de las más brillantes que se haya visto en el cine de los últimos tiempos.

 

Finalmente, cabe remarcar la extraordinaria actuación de Nina Hoss en el rol protagónico; al igual que el mitológico ave Fénix (de allí el título del film), Nelly renace de las cenizas para recobrar su pasado. Teniendo en cuenta que Hoss también fue la protagonista en varios filmes del realizador incluyendo Barbara, no cabe duda la gran complicidad que existe entre ambos, contribuyendo a  valorar el relato.

Conclusión: Un film vibrante que merece verse sin reserva alguna

Benoît Poelvoorde y Roschdy Zem en LA RANÇON DE LA GLOIRE

Benoît Poelvoorde y Roschdy Zem en LA RANÇON DE LA GLOIRE

LA RANÇON DE LA GLOIRE. Francia, 2014. Un film de Xavier Beauvois

Observando esta deliciosa película de Xavier Beauvois uno no puede dejar de pensar que posiblemente Charles Chaplin la hubiera podido concebir de manera similar privilegiando, como era su costumbre, el contenido humano que emergía de sus filmes. Y la mención del inmortal cómico viene al caso porque la trama de La Rançon de la Gloire se refiere precisamente a él.

 

El guión preparado por el realizador con la colaboración de Etienne Comar se basa en hechos que efectivamente han acontecido. La acción se  desarrolla en 1977  en Vevey, sofisticada localidad ubicada en el  Lago Ginebra de Suiza. Ahí se sale al encuentro de Eddy (Benoît Poelvoorde), un inmigrante belga, quien acaba salir de la cárcel por fechorías menores cometidas. Sin empleo ni dinero, encuentra alojamiento en lo de su gran amigo Osman (Roschdy Zem), otro inmigrante proveniente de Argelia, a cambio de la ayuda que presta a su hijita Samira (Seli Gmach) para que mejore su escritura en francés durante el período en que su mujer (Nadine Labaki) se encuentra en el hospital afectada por una dislocación  de cadera. Con un magro salario que percibe donde está empleado, Osman no está en condiciones de sufragar el tratamiento de su hospitalizada mujer.

 

Cuando en el día de Nochebuena ambos amigos  se enteran por las noticias de la televisión  de que Chaplin acaba de fallecer, a Eddy se le ocurre la idea de apoderarse en el cementerio del ataúd que contiene su cuerpo para luego pedir a su familia un millonario rescate para reintegrarlo;  de este modo, tanto él como su amigo solucionarían sus penurias financieras. Aunque Osman encuentra la ocurrencia  propuesta completamente alocada para que pueda funcionar, en última instancia accede participar en  la extravagante aventura.

 

Lo que sigue a continuación es una agradable comedia de enredos tan humana como emotiva contemplando las desventuras de estos pintorescos personajes. Todo eso está intercalado con breves secuencias de algunos de las comedias que el genial actor filmara durante la época del cine mudo,  lo que complementado con la banda sonora de la hermosa música de Michel Legrand contribuye a crear un clima nostálgico que realza los valores del film.

 

Es interesante observar cómo el realizador ha logrado la buena descripción de dos típicos perdedores opuestos en naturaleza -el hombre de familia pesimista versus el empedernido pícaro risueño dispuesto a lo que venga- pero que en el fondo son decididamente chaplinescos. Además de destacar el mérito de Beauvois en un género de comedia que incursiona por primera vez, es necesario distinguir la valiosa participación de Poelvoorde y Zem quienes lograron que sus personajes rebocen de una  inmensa ternura que contagia fácilmente al espectador.

 

Conclusión: Un film liviano, sencillo pero hecho con amor donde  Beauvois rinde un cálido homenaje a Chaplin. Sin duda el genial tragicómico lo habría disfrutado si hubiese estado viviendo. 

 

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