Hablemos de Cine
Hablemos de Cine
Por Jorge Gutman
El realizador David Mckenzie ha logrado con Hell Or High Water, un satisfactorio western moderno que además de entretener ofrece algo más de lo que en principio se aguarda de los filmes de este género.
Uno de los méritos del film se debe al eficiente guión de Taylor Sheridan quien concibió una historia que guarda coherencia y cuenta con personajes bien caracterizados. El relato presenta a dos hermanos de Texas provenientes de un hogar humilde. Uno de ellos es Tanner (Ben Foster), el mayor de los dos que habiendo elegido el camino de la delincuencia estuvo varios años preso; el otro es Toby (Chris Pine), el hermano más joven que está divorciado y es padre de dos hijos a quienes no ha visto durante cierto tiempo. Dado que la propiedad familiar que poseen está a punto de ser expropiada por el banco local por no haber sido cancelada la hipoteca existente ni tampoco haber saldado la deuda de impuestos atrasados, para evitar la incautación Toby induce a su hermano a iniciar una serie de robos en las sucursales del banco a fin de disponer del dinero que no tienen a su alcance. Así comienzan a realizar los atracos a diferentes agencias valiéndose de vehículos que sucesivamente van cambiando para despistar a sus seguidores. La mano dura de la ley está representada por Marcus (Jeff Bridges), un duro ranger tejano a punto de jubilarse, y su asistente Alberto (Gill Birmingham) de origen mejicano quien tolera apaciblemente algunas impertinencias de su superior.
El director logra secuencias auténticas de los asaltos bancarios así como también son convincentes las tareas de investigación emprendidas por Marcus y Alberto y la persecución que realizan para atrapar a los malhechores. Si bien el film mantiene un ritmo dinámico ofreciendo en primera instancia las características de un buen relato de acción, el mismo se diferencia de otros del género en la pintura que realiza de una América desolada y empobrecida a causa de la crisis económica. Es por eso que sin justificar a los delincuentes, el libreto trata de demostrar cómo gente sencilla puede elegir la vía equivocada cuando el verdadero villano está representado por un malévolo sistema financiero incapaz de comprender la lucha emprendida por ciertos sectores de trabajadores que viven en el corazón del país y se encuentran forzados a perder sus viviendas.
Con estupendas actuaciones de Bridges, Foster, Pine y Birmingham además de las de Katy Mixon, Margaret Bowman y Marin Ireland en papeles secundarios, el realizador junto al libretista concretaron un western de connotaciones morales que resulta más profundo de lo que aparenta y coronado con un desenlace imprevisible de hondo contenido humano.
ANTHROPOID. Gran Bretaña-Francia, 2016. Un film de Sean Ellis
Un drama histórico de la Segunda Guerra Mundial durante la ocupación alemana en Checoeslovaquia (hoy día la República Checa) es lo que se aprecia en Anthropoid.
Antes de comenzar el relato, el material de archivo más los títulos presentados en la pantalla ubican al espectador sobre lo que acontecía en ese momento. En 1941 el régimen nazi apostado en el país estuvo a cargo del teniente general Reinhard Heydrich, un importante comandante de Hitler conocido como “el carnicero de Praga” y que a su vez había sido uno de los arquitectos de la llamada “solución final”. Frente a esta situación Josef Gabcik (Cillian Murphy) y Jan Kubis (Jamie Dornan), dos sargentos checos expatriados, tienen la misión de dirigirse a Praga y llevar a cabo la Operación Antropoide consistente en asesinar al temido Heydrich.
La primera parte del film del director Sean Ellis muestra cómo los combatientes encuentran alojamiento en casa de una amable mujer (Alena Mihulova), donde no faltan los interludios románticos que Jan mantiene con Anna (Charlotte Le Bon) al punto de proponerle matrimonio y posteriormente Josef con Lenka (Anna Geislerova). Naturalmente, lo más importante es el contacto clandestino que mantienen con los miembros de la resistencia local a fin de planificar el atentado; dentro del grupo, hay ciertas opiniones discordantes de los que sostienen que llevar a cabo dicha misión podría repercutir desastrosamente por la venganza que los nazis ejercerían posteriormente contra la población local. Finalmente, el plan sigue el curso previsto y después de una hora de metraje, llega el momento de implementar el atentado. El mismo que tiene lugar en pleno centro de la ciudad no logra plenamente el objetivo perseguido porque Heydrich solo quedó malherido en el interior del coche en que transitaba.
Cuando unos días después el criminal nazi muere la respuesta de las fuerzas alemanas no se hace esperar; así se produce un enfrentamiento violento en una iglesia ortodoxa de Praga donde Gabcik, Kubis y los restantes integrantes de la resistencia han logrado refugiarse. Esas escenas de caos y horror, a pesar de dolorosas, están excelentemente orquestadas brindando un sorprendente realismo.
El film realizado con palpable seriedad y muy bien interpretado merece ciertas objeciones, aunque sin llegar a desmerecerlo. La primera de ellas es que el guión de Ellis escrito con Anthony Frewin destina demasiado tiempo a la preparación del atentado sin que exista una intriga lo suficientemente dramática para justificar su duración; es en su segunda mitad donde el ritmo se acelera lográndose un clima de real suspenso. El segundo reparo se refiere al idioma donde los personajes principales hablan en un pesado inglés; si la acción transcurre en Praga y los alemanes se expresan en su propia lengua habría resultado más conveniente que el idioma empleado fuese el checo a fin de que el relato lograra mayor autenticidad.
Aunque esta operación comando no ha sido muy difundida a nivel internacional, el film permite interiorizarse de los acontecimientos reseñados transmitiendo el valor y coraje de un grupo de hombres patriotas que prefirieron morir dignamente antes que entregarse al enemigo.
Los créditos finales indican que como consecuencia del asesinato de Heydrich, 5000 checos de la población civil -incluyendo mujeres y niños- fueron ejecutados por el sangriento régimen del Tercer Reich como un acto de revancha.
FLORENCE FOSTER JENKINS. Gran Bretaña, 2016. Un film de Stephen Frears
Aunque resultaría difícil precisar quién fue o es la mejor soprano del mundo, sin duda habrá unanimidad en afirmar que la peor de todos los tiempos ha sido Florence Foster Jenkins. Puede que ésa sea una de las razones por las que su personalidad ha sido ya reflejada en el teatro como en el cine (por parte de Xavier Giannoli en Marguerite); es ahora el director británico Stephen Frears quien la aborda en una atractiva tragicomedia que lleva su nombre.
Lo que se contempla no es precisamente una biografía de Florence sino más bien un muy buen retrato de su persona durante los últimos meses de su vida transcurrida en Nueva York en 1944. Con una pasión por la música y habiendo tomado lecciones de canto, se la ve mostrando sus habilidades líricas a un público que la sigue en el Club Verdi -por ella fundado y financiado-. A pesar de su poco sentido del ritmo y un pésimo oído musical, la audiencia se entusiasmaba con ella, posiblemente por su condición como filántropa de las artes y/o bien por el hilarante entretenimiento que su desafinada entonación producía.
En el terreno artístico Florence (Meryl Streep) se encuentra respaldada por St.Clair Bayfield (Hugh Grant) quien como su marido y empresario realiza los máximos esfuerzos por realzar las “virtudes” vocales de su esposa. Así no resulta extraño que, no habiendo problemas financieros de por medio por la fortuna que ella recibió como herencia, él contrata los servicios de Carlo Edwards (David Haig), director musical del Metropolitan Opera, para que la ayude a lograr el tono preciso dentro del repertorio operístico por ella seleccionado que incluyen composiciones de Mozart y Verdi, entre otros. Simultáneamente, Bayfield también se preocupa en conseguirle el pianista que habrá de acompañarla en sus recitales; en tal sentido, el elegido es el joven Cosmé McMoon (Simon Helberg) que en principio está feliz por haber logrado un puesto muy bien remunerado.
Como cabe esperar y teniendo como protagonista a la prodigiosa Streep, el público real así como el de la ficción encuentra varios momentos de plena hilaridad con la estrepitosa actuación de Florence donde su horripilante voz llega al paroxismo cuando interpreta la célebre aria La Reina de la Noche de La Flauta Mágica de Mozart. Pero el tratamiento que brinda el realizador a este relato en base al guión de Nicholas Martin, es de respeto y no de burla al descubrir al patético personaje protagónico.
Interesante es constatar, tal como realmente lo ha sido, que casi todo el mundo era consciente de las nulas calificaciones artísticas de Florence, salvo ella que estaba completamente convencida de que era una genial diva. Así, al haber asistido a un concierto en el Carnegie Hall de la célebre soprano Lily Pons dirigida por el inmortal maestro Arturo Toscanini (John Kavanagh), Florence cree estar en condiciones de emularla y es por eso que presiona a su marido para que organice un concierto en ese prestigiado auditorio neoyorkino. A pesar de lo embarazoso que resultaba para Bayfield satisfacer sus deseos, él logra que el evento se produzca el 25 de octubre de 1944, un mes antes de su muerte.
Intercalado con la historia narrada, el relato ilustra la especial relación conyugal asexuada de Florence y Bayfield donde él, a pesar de amar a su mujer, no tuvo prejuicio alguno en mantener una doble vida amorosa con su amiga Kathleen (Rebeca Ferguson). Queda en el misterio saber si Florence tenía conocimiento de ese vínculo.
El film que más se parece a una fábula que a una historia real cuenta con tres actuaciones remarcables. De Streep ya no existe sorpresa alguna en constatar que cualquier rol le viene como anillo al dedo al estar dotada de una versatilidad extraordinaria; aquí descuella dando vida a una mujer que goza con su arte sin saber lo ridícula que resulta con su actuación y a su vez la actriz realiza un esfuerzo extraordinariamente logrado para cantar falsamente sobre todo en las notas agudas. Grant logra el mejor trabajo de su carrera como un hombre que llega casi a engañarse a sí mismo para mantener la fantasía de su esposa hasta el punto de sobornar a un periodista musical (Christian McKay) para que evite escribir una crítica negativa sobre ella. La gran sorpresa es la prestación realizada por Helberg como el pianista acompañante de Florence que debe hacer grandes esfuerzos para contener su risa mientras ella canta; sus expresiones faciales constituyen un notable acierto.
Queda como resultado una agridulce historia muy bien relatada que combina una comedia reidera con la tragedia de una excéntrica melómana que sin saberlo vivió una vida de ficción.
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