HABLEMOS DE CINE
HABLEMOS DE CINE
Por Jorge Gutman
A pesar de la familiaridad sobre temas en donde un excelente mentor puede despertar y desarrollar las potenciales aptitudes existentes en acontecimientos deportivos o de naturaleza similar, en Queen of Katwe, la realizadora Mira Nair logra un film que conmueve por su sencillez, la emoción natural que reflejan sus personajes y además por la excelente descripción de lugares no muy conocidos por el gran público.
Basado en una historia real pero llevada a la ficción por el guionista William Wheeler, el relato comienza en 2007 y se desarrolla principalmente en una muy pobre comunidad de Katwe, Uganda, donde la mayoría de la gente habita en chozas precarias. Allí se presencia la diaria actividad realizada por Phiona (Madina Nalwanga), una despierta y vivaz niña quien se dedica a vender maíz en las calles a fin de ayudar a que su madre viuda (Lupita Nyong) pueda hacer frente a las necesidades básicas de la familia.
Un motivo de interés radica en ver el lugar donde transcurre. Posiblemente con excepción de Kampala, la capital del país, no es muy frecuente que a través del cine se contemple las aldeas y pequeños pueblos de Uganda. He aquí, donde con excelente preciosidad la directora ubica su cámara para ilustrar la vida cotidiana de Katwe como también algunos de sus rasgos culturales; así se aprecia que a pesar de la gran pobreza de la mayoría de su población la misma en ningún momento muestra desesperación o miseria, para en cambio vivir lo más dignamente posible.
La observación anterior no excluye que entre los jóvenes siempre existe el deseo de un mejor porvenir. En el caso de Phiona la oportunidad se le presenta cuando su hermano (Martin Kabanza) comienza a tomar clases de ajedrez impartidas por Robert Katende (David Oyelowo), un maestro local; ésa es la razón por la cual la curiosa niña interesada por el juego comienza a involucrarse en el mismo mediante las enseñanzas de este señor y de otros chicos a quienes instruyó y que le muestran a Phiona cómo se desplaza cada pieza en el tablero. A medida que avanzan las lecciones, el maestro queda asombrado de la agilidad mental de su alumna quien en base a las estrategias que le enseñó, ella se anticipa mentalmente con varios movimientos de piezas a fin de lograr el jaque mate. Después de que el profesor consigue convencer a la madre de la niña para que le permita participar en pequeñas competencias que se realizan en el pueblo, con su gran inteligencia ella resulta triunfadora; por lo tanto, el paso siguiente es competir por su país en Kampala.
Nuevamente aquí queda reflejado el poder de observación de la realizadora al mostrar con sutileza el contraste existente entre Katve y la gran ciudad donde las condiciones de vida no pueden ser más diferentes.
No es necesario agregar la prosecución del relato. Si bien el espectador puede predecir su desenlace, esta circunstancia de ninguna disminuye sus méritos; lo que resulta destacable es la eficiente forma en que Nair construye esta inspiradora historia donde ha logrado reunir un calificado elenco. Nalwanga es toda una revelación al haber sabido captar todas las sutilezas, emociones y esperanzas que se encuentran en la dulce niña un tanto reservada que cuando sonríe ilumina la pantalla. No menos importante es la actuación del conocido actor Oyelowo quien se introduce por completo en la personalidad de un noble hombre que destina considerable parte de su tiempo para que sus alumnos dominen y absorban toda la pasión generada por el ajedrez, un excelente deporte mental cuyo resultado generalmente depende más de la inteligencia que de la buena suerte del jugador. Algo semejante acontece con el desempeño de la querida actriz Nyong quien transmite muy bien la devoción de una madre que en principio se muestra reluctante a que su hijita se involucre en este juego por temor a que pueda resultar descalificada en algún momento y quede desilusionada; al propio tiempo ella y su familia demuestran cómo uno puede siempre aprender algo nuevo en la vida al enfrentar difíciles situaciones.
De lo que antecede queda como balance un film hermoso, tierno y entretenido. Finalmente, ¿cómo no emocionarse cuando en los créditos finales los actores aparecen acompañados de las verdaderas personas a quienes han personificado, donde por supuesto se ve a la verdadera campeona de ajedrez convertida por tal motivo en la Reina de Katwe? Igualmente cabe mencionar que casi todos los integrantes de esta historia han logrado superar las condiciones del medio en que se desenvolvieron habiendo exitosamente llegado a niveles de educación y desempeño laboral de considerable categoría.
IT’S ONLY THE END OF THE WORLD (JUSTE LA FIN DU MONDE). Canadá-Francia, 2016. Un film escrito y dirigido por Xavien Dolan.
Precedido por el Gran Premio del Jurado -segundo en orden de importancia- obtenido en el Festival de Cannes de 2016, el reciente film de Xavier Roland es llamado a crear opiniones divisivas, del mismo modo que aconteció en la Riviera francesa con los periodistas asistentes. En lo personal, después de la primera presentación mundial para la prensa al terminar la proyección, quedé desconcertado. Dolan, es uno de los cineastas canadienses más respetables en la medida que con su juventud e inteligencia vuelca su capacidad y notable energía para brindar un cine diferente que escapando de la narración tradicional siempre ha satisfecho mis expectativas. Ocurre que con Juste la fin du monde a pesar de que visualmente es interesante, la historia relatada sobre la complejidad de las relaciones humanas no alcanza envergadura dramática impidiendo lograr con lo que se contempla.
Basado en la pieza teatral epónima de Jean-Luc-Lagarce de 1990, su adaptación al cine resulta estática. Su trama gira en torno de Louis (Gaspard Ulliel), un autor gay de 35 años, quien después de 12 años de ausencia y de haber mantenido escasa comunicación con su familia, salvo a través de tarjetas postales, regresa a Canadá. El propósito del viaje es comunicar a los suyos su próxima e irremediable muerte debido a una enfermedad terminal cuya causa el público desconoce. Tampoco se sabe cuál fue la razón que le motivó ausentarse de su hogar para afincarse en algún lugar no especificado de Francia; a todo ello, su rostro de ninguna manera rostro delata que se encuentra en estado moribundo. Lo cierto es que durante el trayecto aéreo de regreso, su voz en off precisa que él desea ser “dueño de su vida“.
Al llegar a destino, es recibido cálidamente por su familia. Aquí podría aplicarse la frase de “la calma que precede a la tempestad” debido a que prontamente presenciará los avatares y disfuncionalidad existente entre los miembros del grupo familiar. Allí se encuentra su estrafalaria, histérica y absorbente madre Martine (Nathalie Baye) maquillada extravagantemente, quien manifiesta a su hijo que le ama profundamente aunque le reprocha el no haber mantenido contacto con ella; también se halla su impetuosa hermana menor Suzanne (Léa Seydoux) que ha idealizado a Louis al que no había llegado a conocer; otro personaje es su hermano mayor Antoine (Vincent Cassel), dueño de un temperamento provocador y violento quien mantiene un sostenido rencor hacia Louis; él se encuentra acompañado de su afable y sumisa esposa Catherine (Marion Cotillard) quien debe escuchar casi continuadamente los exabruptos de Antoine, al propio tiempo que trata de conciliar la paz entre los dos hermanos.
Salvo breves momentos de pausa, Louis no encuentra el momento adecuado para anunciar lo que se propuso al observar inmutablemente las permanentes conversaciones de sus familiares que se traducen en confrontaciones, hostilidades, alaridos e insultos donde nadie escucha al otro. Este film claustrofóbico y de casi completa estructura teatral no especifica detalles de cómo transcurrió la vida de esta familia antes de la llegada de Louis; así, el espectador se encuentra inmerso en un asfixiante melodrama de explosión familiar que sin llegar a conclusión alguna resulta incómodo de contemplar y finalmente termina agobiando. Eso no menoscaba la magnífica actuación del elenco cuya excelencia permite a sus integrantes salir airosos dentro de los límites impuestos por el guión.
Como es habitual en la filmografía de Dolan, los preciosismos visuales que acostumbra a emplear están aquí presentes. El realizador contó con la valiosa colaboración de André Turpin en la fotografía; este excelente fotógrafo a través de logrados primeros planos consigue captar vivamente las expresiones faciales de sus personajes; en tal sentido, ha permitido que tanto los encuentros entre Louis con su cuñada así como con su hermana adquieran cierta intimidad en donde quedan traslucidos algunos de los problemas que cada una de sus interlocutoras atraviesa. La música de Gabriel Yared es adecuada y permite ocasionalmente disminuir el clima de tensión existente.
Para concluir, queda la incógnita del porqué este dotado e ingenioso director utilizó el material un tanto endeble de Lagarce; lo que resulta claro es que si bien el film está bien realizado, tal como está presentado carece de profundidad sin suscitar mayor emoción.
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