HABLEMOS DE CINE
HABLEMOS DE CINE
Por Jorge Gutman
Después de su exitosa presentación en los festivales de Toronto y San Sebastián del año pasado, X Quinientos volvió a recibir el apoyo del público de Montreal en ocasión de haberse presentado días atrás en el Festival de Cine Latinoamericano. Esa aceptación popular corroborada por la valoración positiva de la crítica, ratifica a Juan Andrés Arango como uno de los más maduros y originales cineastas de América Latina. Así como en 2012 abarcó un tema social en La Playa DC, en éste su segundo trabajo nuevamente considera una problemática de esa índole como lo es el de la inmigración y lo que implica humanamente cambiar el lugar donde se ha de vivir.
Uno de los hechos que más sobresalen en la historia propuesta por el realizador es su genuinidad, aspecto que no debería sorprender puesto que la acción se desarrolla en ambientes que no le son desconocidos y cómo el manifestó en una entrevista realizada, son sitios con el que se encuentra íntimamente ligados dado que nació y fue criado en Bogotá, posteriormente vivió en México y finalmente estableció su residencia en Montreal.
Yendo a la trama en sí, el relato abarca tres historias independientes que enfocan el tópico mencionado. Al comenzar el film se sale al encuentro de David (Bernardo Garnica Cruz), un muchacho mazahua quien a la muerte de sus padres deja la aldea rural de Michoacán en México para desplazarse a la capital del país; habiendo logrado un trabajo en un sitio de construcción se hace amigo de un compañero gay que lo introduce a una pandilla que maneja la zona donde habita.
La segunda historia se desarrolla en el puerto Buenaventura de Colombia donde procedente de Estados Unidos llega Alex (Jonathan Díaz Angulo), un adolescente afrocolombiano. Para mantener a su hermano menor y a su anciana tía, decide dedicarse a la pesca, siguiendo la tradición familiar. Debido a que su bote requiere de un motor, para adquirirlo trata de obtener un préstamo de un traficante de drogas local, quien en lugar de facilitarle el dinero le ofrece trabajo; ese empleo resultará perverso porque el muchacho deberá inmiscuirse con una banda criminal.
El tercer segmento se centra en la joven María (Jembie Almazan), una filipina que después que su madre murió se ha mudado a Montreal para vivir con su abuela. Inscripta en una escuela de lengua francesa, su adecuación deja bastante que desear al pelearse con una compañera y comenzando a faltar a las clases. Su vinculación con compatriotas no muy recomendables así como su desobediencia de los consejos sanos suministrados por su abuela, harán que finalmente sucumba a la delincuencia.
Con una impecable narración intercalando las tres historias mencionadas, el relato de Arango no es por cierto optimista. Así como muchos latinos que inmigran ilegalmente a Estados Unidos encuentran que el sueño americano no es tan fácil de realizar, en este caso Arango demuestra que ciertos ambientes de otras regiones del mundo pueden ahogar las ilusiones de quienes aspiran lograr un mejor porvenir; eso es lo que se constata observando la inadaptación de María en Montreal y el modo en que David y Bernardo se implican involuntariamente en un camino violento en los lugares donde decidieron comenzar una nueva etapa de sus vidas.
Las actuaciones no pueden ser más naturales; los tres protagonistas a pesar de no haber tenido previa experiencia como actores transmiten plenamente las emociones que embargan a sus personajes. Ayudado por la valiosa fotografía de Nicolas Canniccioni y la eficaz labor de edición de Felipe Guerrero, Arango ha logrado un vibrante film multicultural que adoptando en muchos momentos el carácter de un documental refleja muy bien las diversas subculturas que anidan en los lugares donde transcurre la acción.
FRANTZ. Francia-Alemania, 2016. Un film de François Ozon
Este film del versátil e inteligente director y escritor François Ozon es uno de los más directos, bellos y románticos que haya realizado hasta la fecha. Como de costumbre, su modalidad es de sorprender al espectador al narrar una historia inspirada en Broken Lullaby (1932) un film de Ernst Lubitsch que a su vez estuvo basado en una pieza francesa del dramaturgo Maurice Rostand; en todo caso, Ozon nunca copia ni imita porque su ingeniosidad le permite ofrecer a este relato un toque especial e inesperado.
Ozon ubica la acción en un pequeño pueblo alemán en 1919, meses después de haber concluido la Gran Guerra donde Anna (Paula Beer), una joven alemana de 20 años, aún mantiene el duelo por la muerte de su amado novio Frantz (Anton von Lucke) ocurrida en combate durante la contienda bélica. El elemento movilizador de esta historia se produce el día en que Anna al visitar la tumba de Frantz, observa que alguien deposita flores en la misma; de este modo conoce a Adrien (Pierre Niney), un joven francés quien le dice haber sido gran amigo de su novio cuando él estaba estudiando en París antes que la guerra estallara.
Cuando Anna que vive con el doctor Hans Hoffmeister (Ernst Stötzner) y su señora Magda (Marie Gruber), los padres de Frantz, trata de presentar a Adrien, el médico no se muestra muy dispuesto a recibirlo debido a la animosidad existente hacia toda persona que fuese francesa; con todo, la simpatía y encanto especial del visitante como así también por el recuento que efectúa de las anécdotas vividas con Frantz donde ambos tenían en común el amor al arte, logran vencer la reluctancia del anfitrión. Eso se reafirma cuando se sabe que el visitante es un violinista profesional y que Frantz solía tocar ese instrumento. Dicho lo que antecede, llega a establecerse un cálido vínculo entre Adrien y la familia del difunto muchacho.
El guión de Ozon preparado con Philippe Piazo introduce un giro inesperado en su segunda parte que sería ingrato anticipar al lector; valdrá solamente mencionar que se irán revelando ciertas verdades que anteriormente no se llegaron a conocer sobre Adrien y que repercutirán emocionalmente en las partes implicadas.
Esta es la primera vez que por razones de ambientación Ozon utiliza en su mayor parte el idioma alemán en tanto que el francés queda relegado a las conversaciones mantenidas entre Anna y Adrien al ser ambos bilingües. Otro elemento distintivo es que el director apeló a una fotografía en blanco y negro con el propósito de otorgar mayor fuerza y veracidad a la historia relatada como así también para involucrar más intensamente al espectador; eso no obsta para que recurra en algunas secuencias de la narración al uso del color a fin de reflejar los momentos más alegres de esta historia, como por ejemplo cuando en una escena retrospectiva del pasado se observa a Frantz y Adrien visitando el Museo del Louvre.
Con una minuciosa observación de los detalles de época dentro del marco de una intachable narración, Ozon ofrece un impecable melodrama valorizado por su buen elenco donde en especial se destaca la soberbia actuación de Paula Beer. En resumen, he aquí un film inteligente que gratifica al espectador.
THE ZOOKEEPER’S WIFE. Estados Unidos, 2016. Un film de Niki Caro
Son incontables las historias que se desprenden de la Segunda Guerra Mundial donde se van conociendo nuevos episodios que realmente ocurrieron y que sin embargo no llegaron a ser difundidos. Es por ello que resulta de gran interés el drama que relata la directora neozelandesa Niki Caro sobre lo acontecido en Polonia desde los meses previos al inicio del conflicto hasta un año después de haber finalizado el mismo.
Basándose en el libro homónimo de Dane Ackerman publicado en 2007 y con la adaptación realizada por la guionista Angela Workman, Caro narra en The Zookeeper’s Wife la altruista labor de un admirable matrimonio que durante el Holocausto adopta la misma conducta de Oskar Schindler; en este caso se trató de proteger la vida de 300 judíos que podían haber sido exterminados en el gueto de Varsovia.
La acción transcurre en la capital de Polonia donde Antonina (Jessica Chastain) junto con su marido Jan Zabinska (Johan Heldenberrgh) son los encargados de operar un zoológico de la ciudad. La tarea es proteger a los animales como así también cuidar que todo marche adecuadamente con la visita que la gente efectúa al lugar. El comienzo irradia frescura contemplando el gran amor y ternura que Antonina prodiga a las bestias que llegan a reconocerla muy bien y saben que cuentan en ella a una gran amiga; eso se pone de manifiesto cuando una noche, en una reunión social en que se hallaba abandona la misma para salvar a un pequeño elefantito de morir sofocado, respondiendo de este modo al desesperado pedido de auxilio de la mamá elefante.
Después de la calma sobreviene la tempestad cuando el 1 de septiembre de 1939 Alemania invade Polonia; al ser arrasada Varsovia, el violento impacto repercute en el zoo con el espanto que experimentan los animales donde sus vidas al igual que la de los seres humanos altamente peligran. Frente a dicha situación, Antonina y su esposo logran albergar en el hogar que se encuentra dentro del zoológico a numerosos judíos polacos que habitando en el gueto son contrabandeados por Jan recurriendo a una ingeniosa estrategia. Ese acto de generosidad y coraje es realizado manteniendo el cuidado necesario a fin de no despertar las sospechas de Lutz Heck (Daniel Brühl), un zoólogo oficial nazi que aprecia a la pareja y que además se siente atraído hacia Antonina.
Lo que sigue a través de los años no es más que volver a reflejar las atrocidades de los nazis al propio tiempo que mostrar cómo Antonina junto a Jan y los judíos protegidos viven en continúa tensión frente al peligro de ser descubiertos por los militares alemanes estacionados en el zoológico y sobre todo por la peligrosa presencia de Heck.
Una de las escenas más emotivas del film se produce cuando el 19 de abril de 1943 las fuerzas nazis demuelen el gueto y al propio tiempo se contempla cómo los judíos celebran el séder de la pascua judía en el hogar de la familia Zabinska.
La buena realización de Caro unida a la encomiable interpretación de Chastain y del buen elenco que la rodea permiten que esta historia de abnegado heroísmo, sin llegar a niveles de excepción, logre emocionar.
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