HABLEMOS DE CINE
HABLEMOS DE CINE
Por Jorge Gutman
Con un retraso de casi tres años se acaba de estrenar en Montreal The Postman’s White Nights de Andrei Konchalovsky quien obtuvo el premio al mejor realizador en el Festival de Venecia de 2014. El veterano cineasta ubica su relato en el norte de Rusia describiendo las peculiaridades de un remoto pueblo cuyo cartero constituye el medio de comunicación con el mundo exterior.
La acción transcurre en una aldea ubicada a orillas del lago Kenozero, poblada de casas dispersadas, donde sus habitantes ven transcurrir sus días del mismo modo en que lo hicieron sus antepasados durante siglos, cuyos hábitos y costumbres parecieran haberse detenido en el tiempo. En ese ámbito transcurre la vida del protagonista de esta historia concebida por el realizador y Elena Kiseleva; se trata de Lyokha (Aleksey Tryapitsin), un cartero de mediana edad, acostumbrado a seguir una rutina inquebrantable; se levanta, desayuna tranquilamente, utiliza la televisión para imponerse de las noticias, e inmediatamente se vale de su lancha a motor para atravesar el lago y dirigirse al departamento de correos de la localidad donde su jefa (Margarita Titova) le entrega la correspondencia para ser distribuida a sus destinatarios.
En su diario quehacer Lyokya va interactuando con los personajes de la aldea; entre otros se encuentran el policía del distrito (Serge Yuryev), un malhumorado pescador depresivo (Yury Panfilov) y un aldeano con problemas alcohólicos (Victor Kolobov). En todo caso con quien más logra socializar es con Irina (Irina Ermolova), una mujer por quien Lyokha se encuentra atraído aunque ella no responda a sus sentimientos y sobre todo con su hijito Timur (Timur Bondarenko) con quien pasa gratos momentos en su tiempo libre; precisamente una de las más bellas imágenes del film tiene lugar cuando este buen hombre y el niño visitan un cosmódromo militar en donde un cohete es disparado desde la base hacia el cielo.
En términos de argumento no es mucho lo que realmente acontece aquí; la única nota conflictiva se produce cuando el cartero comprueba que le ha sido robado el motor de su lancha , hecho que le produce gran frustración; pero en última instancia la sangre no llega al río. Más que una historia tradicional, Konchalovsky adopta el tono documental donde la mayoría de los actores no profesionales y representándose a sí mismos van improvisando libremente las situaciones a las que están expuestos. Dentro de ese contexto lo que más destaca el realizador es el espacio abierto de la naturaleza que adquiere dimensión protagónica en el film en tanto que esta gente vive y respira a través de ella; en tal sentido la magnífica fotografía de Aleksander Simonov contribuye a realzar el aspecto visual de un film que se caracteriza por su carácter contemplativo, lírico y melancólico al ilustrar la cultura de esta comunidad rural.
IT COMES AT NIGHT. Estados Unidos, 2017. Un film escrito y dirigido por Trey Edward Shults
Un psicológico thriller post apocalíptico es el concebido por el realizador Trey Edward Shults en su segunda incursión cinematográfica. Al hacerlo utiliza como premisa un hecho inquietante y atemorizador para ver cómo el mismo repercute en la peculiar relación que se establece entre dos unidades familiares.
La acción se desarrolla en un futuro cercano donde Estados Unidos es azotado por una plaga desconocida. En la primera escena que transcurre en una aislada zona boscosa se observa a Sarah (Carmen Ejobo) despidiéndose de su moribundo padre afectado por el mal; inmediatamente su marido Paul (Joel Edgerton) transporta al anciano hacia a una fosa, lo mata piadosamente y calcina su cuerpo para evitar que la plaga pueda propagarse. Cobijados en una rústica cabaña, Paul es el protector de su familia cuidando de salvaguardar a Sarah y a Travis (Kelvin Harrison Jr.), su hijo adolescente, quien ha quedado traumatizado al contemplar la muerte de su abuelo.
Tratando de sobrellevar la realidad que enfrentan, el modus vivendi de Paul y los suyos se verá alterado cuando reciben la visita de Will (Christopher Abbot), un individuo no infectado que solicita refugio para él, su joven mujer Kim (Riley Keough) y su pequeño hijo Andrew (Griffin Robert Faulkner). Aunque al principio no se encuentra convencido, finalmente Paul accede a darles alojamiento pensando que al menos la soledad será más llevadera con la presencia de esta nueva unidad familiar.
A medida que prosigue el relato, el realizador va creando un clima de tensión creciente que surge de la coexistencia de ambas familias. Aunque la solidaridad pareciera primar en las actitudes de Paul, con todo no puede dominar la desconfianza que lo apresa al dudar si acaso los visitantes son tan inocentes como parecen o existen ocultas intenciones siniestras que desconoce. Sin apelar a los recursos típicos de los filmes de horror Shults sabe cómo lograr un buen suspenso y conducir el desarrollo de los acontecimientos hacia un climax en donde una latente violencia termina estallando. Al hacerlo ha tenido una visión clara y precisa en la descripción de sus personajes permitiendo que la psicología de los mismos se ajuste muy bien a su sólida trama y que en más de una oportunidad sorprenda al espectador.
Las interpretaciones son en general muy buenas. Privilegiando a los personajes masculinos, Edgerton refleja muy bien la figura de un hombre que aunque no manifieste exteriormente sus sentimientos, está dispuesto a recurrir a cualquier medio con tal de velar por su familia; por su parte Abbott da con el tono preciso para que nunca se llegue a saber ciertamente si es o no lo que aparenta; por último, la gran revelación es Harrison Jr. quien brinda a su Travis la vulnerabilidad de un adolescente en proceso de madurez con sus inquietudes sexuales y que descarga en sus pesadillas y sobresaltos los temores e inseguridades que le aqueja observando la incertidumbre de sus padres frente a la compleja dinámica mantenida con la familia visitante.
En los factores técnicos de producción la fotografía de Drew Daniels captando la opresión del ambiente claustrofóbico en que transcurre la acción, contribuye a reforzar la calidad de este perturbador drama.
MEGAN LEAVEY. Estados Unidos, 2017. Un film de Gabriela Cowperthwaite
¿Puede concebirse una historia de amor maternal entre un ser humano y un animal? Aunque el cine ya ha dado muestras de los íntimos lazos que pueden crearse entre una persona y un perro, lo que se ofrece en Megan Leavey es algo más que una manifestación de cariño; lo cierto es que si este drama film no estuviera basado en un caso real como lo fue, podría haberse afirmado que lo que se ve es pura ficción.
La verdadera historia de Megan Leavey (Kate Mara) comienza en 2001 viviendo en Valley Cottage, uno de los suburbios de Nueva York, con su madre (Edie Falco) y padrastro (Will Patton). Descontenta con el trabajo que estaba realizando, cuyo poco entusiasmo motivó a que fuera despedida, y al mismo tiempo dolorida por la muerte de un querido amigo, decide enrolarse en el ejército con el propósito de encontrar allí un sentido mejor a su vida.
Además de tener que atravesar los rigores de un duro entrenamiento, antes de viajar a Iraq en 2005 y 2006 se le asigna como compañero de labor a Rex, un pastor alemán, cuyo extraordinario olfato le permite rastrear bombas y detectar campos minados. Es muy apreciable la descripción de la directora Gabriela Cowperthwaite enfocando la difícil tarea de domesticación de Rex por parte de Megan sobre todo por tratarse de un animal de naturaleza agresiva. En el momento de emprender el viaje al convulsionado territorio del Medio Oriente, ya existe un claro lenguaje de entendimiento por parte del perro en seguir las órdenes impartidas por su instructora.
En esta primera mitad del relato, el film reproduce con minuciosidad las acciones desarrolladas en Iraq donde el peligro se encuentra permanentemente latente y las explosiones están a la orden del día. En ese clima hostil y opresivo, muy bien reproducido por los diseños de producción de Ed Verreaux, es donde se evidencia la labor desplegada por Kate como así también la de Rex detectando los dispositivos explosivos. Si bien esa acción les permite salvar vidas humanas no menos cierto es que este increíble dúo habrá de sufrir heridas imposibles de soslayar donde a causa de las mismas Kate está obligada a separarse del animal y retornar a Estados Unidos para su recuperación física y emocional.
La segunda parte de esta historia resalta el indisoluble vínculo de Kate con el animal. La separación forzosa implica para ella un sentimiento de angustia que sin exagerar podría asemejarse al de una madre obligada a dejar a su hijo en manos de otra persona. De allí en más, el ajustado y sutil guión de Pamela Gray, Annie Mumolo y Tim Lovestedt enfatiza los esfuerzos que esta joven realiza para que finalizada su misión pueda adoptar al animal que tanto quiere. Si bien los obstáculos interpuestos por la veterinaria (Geraldine James), hacen suponer que Megan no tendrá más remedio que despedirse definitivamente de su perro, ella no cejará en su propósito recurriendo a la recolección de firmas por parte del público, prestándose a un reportaje televisivo y solicitando la ayuda del senador Chuck Schumer (Andrew Masset).
Entre algunos aspectos incidentales dentro del marco de esta historia se encuentra la breve relación sentimental que Megan con un colega marine (Ramón Rodríguez), como así también la intervención de su padre(Bradley Whitford), infundiéndole apoyo moral.
La actuación de Mara es magnífica brindando todos los matices por los que atraviesa su personaje resultando más que convincente su entrañable devoción hacia Rex al punto tal que parecería ser la razón de su vida; no menos impresionante resulta el modo en que se desenvuelve el animal que caracteriza a Rex; en tal sentido es difícil de saber lo que el canino piensa al respecto pero no hay duda alguna que logra una enorme transformación del papel que protagoniza dejando de lado su agresividad inicial para volcar una gran ternura hacia su progenitora.
Aunque su desenlace resulte previsible nada desmerece el mérito de la realizadora de haber brindado un drama ennoblecedor y conmovedor que por haber acontecido realmente nadie podrá achacarlo de fantasioso.
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