HABLEMOS DE CINE
HABLEMOS DE CINE
Por Jorge Gutman
Éste es otro de los filmes donde la realidad supera a la ficción. Aunque no se trate de un documental, la historia relatada en The Disaster Artist es absolutamente verdadera porque está basada en el libro homónimo escrito por Greg Sestero, quien es uno de los dos personajes protagónicos. James Franco en su doble condición de director y actor aborda la génesis de una película llamada The Room, que en ocasión de su estreno fue considerada como la más mala de la historia del cine.
El relato comienza en San Francisco en 1998 presentando a Tommy Wiseau (James Franco), un individuo de aproximadamente 40 y tantos años decididamente excéntrico; esa impresión es transmitida con su curiosa vestimenta, pintoresca peluca de larga cabellera, su impreciso modo de hablar y con un comportamiento que se aparta de los criterios aceptablemente normales. Creyendo que es un buen actor en una clase de actuación trata de probar sus dotes de intérprete aunque su maestra (Melanie Griffith) no resulta convencida. En ese lugar también se halla Greg Sestero (Dave Franco), un joven aspirante a actor quien tampoco logra persuadir a su instructora. Al terminar la sesión, Greg traba relación con Tommy donde al poco tiempo surge entre ambos una improbable amistad; el extraño individuo comienza a proteger al muchacho de tal manera que lo invita a viajar a Los Ángeles para tratar de lograr mejores chances actorales. Cuando después de varios esfuerzos ninguno de los dos logra despertar el interés de los productores de Hollywood, Tommy decide hacer su propio film: así, comienza los preparativos para el rodaje de The Room, una película por él producida, escrita y dirigida donde ambos asumirán los roles principales. Wiseau, que además de carecer del mínimo talento jamás tuvo experiencia alguna como realizador, actor y libretista, concreta su proyecto y logra que el film se estrene en Los Ángeles el 27 de junio de 2003, originando desastrosos comentarios críticos.
En este relato, el realizador ilustra qué es lo que aconteció durante el proceso de filmación donde las situaciones más inverosímiles se fueron sucediendo pero que por ser reales producen situaciones hilarantes. Reproduciendo fielmente la etapa del rodaje, James Franco no tiene como propósito burlarse de Wiseau sino más bien efectuar un estudio de personalidad donde refleja hasta dónde puede llegar el ego de una persona decididamente delirante en procura de notoriedad. Como un film con referencia a otro, el público tiene ocasión de contemplar una muy buena comedia que deja algunas lecciones para potenciales directores sobre cómo evitar de incurrir en los calamitosos errores cometidos por el inepto novel cineasta. Conviene destacar que a pesar de las continuas carcajadas que despierta este agradable pastiche, el espectador siente un sabor agridulce de que su risa es lograda a expensas de haber contemplado la filmación de un trabajo desastroso. No menos importante es reflexionar sobre lo que define el éxito de una película: en tal sentido, resulta sorprendente constatar que el demoledor comentario crítico consiguió despertar la curiosidad de una audiencia que motivo a que The Room se convirtiera en un film de culto durante las exhibiciones de medianoche que tuvieron lugar tiempo después.
Como realizador James Franco imprime un gran dinamismo a esta historia y como actor emerge triunfante al transmitir en toda su dimensión el patetismo de un hombre que a la postre resulta intrigante; así nunca se llega a saber de dónde realmente es oriundo, su verdadera edad, como tampoco el modo en que amasó su fortuna para invertir 6 millones de dólares en la producción de su proyecto. Dave Franco, hermano de James, logra la simpatía del público como el joven que acepta el sometimiento de su protector y que luego volcará sus experiencias en el libro que dio origen al film. En papeles menores colaboran con espontánea gracia Seth Rogen , Zac Efron, Ari Graynor, Alison Brie y Judd Apatow, entre otros.
En esencia, aunque de difícil categorización en esta divertidísima comedia no hay desperdicio alguno.
ROCK’N ROLL. Francia, 2016. Un film de Guillaume Canet
Sin ser necesariamente un relato autobiográfico, Guillaume Canet en su doble condición de realizador y actor ofrece un liviano divertimento donde en algunos casos resulta difícil deslindar la ficción de la realidad.
La trama concebida por Canet junto con los guionistas Philippe Lefebvre y Rodolphe Lauga se centra en el tema de la juventud y cómo mantenerla a pesar del transcurso del tiempo. Guillaume (Canet) con sus 43 años de edad lo tiene todo para no tener de qué lamentarse; felizmente casado con Marion (Marion Cotillard, su verdadera cónyuge) y padre de familia, goza de su popularidad como actor.
Todo comienza plácidamente donde se ve a Canet actuando en una película dirigida por su amigo realizador Philippe Lefebvre y teniendo como compañera de reparto a la joven Camille Rowe de 20 años. El factor que impulsa la acción es el comentario que ella efectúa en una entrevista de televisión donde sin malicia alguna ni intención de herirlo manifiesta espontáneamente que Canet no es “rock’n roll” queriendo significar que ya superó la edad como para pertenecer a la generación de gente joven; esa declaración estalla como una bomba en el ego del actor y aunque exteriormente no hay ningún indicio que indique que ha dejado de ser físicamente atractivo, a partir de allí no hay otra razón que le preocupe más como la de querer demostrar que los años no han pasado para él.
Simultáneamente, el relato se centra en Marion quien absorbida por sí misma y sin dedicar demasiada atención a la preocupación de su marido, ella le manifiesta que está ensayando hablar el francés de Quebec para actuar en una película dirigida por Xavier Dolan; de allí que insiste en dialogar con quienes la rodean en el dialecto de la belle province. Naturalmente, solamente los que dominan la lengua de Molière podrán notar esa sutileza que más allá de que pueda discutirse si es o no políticamente incorrecto, lo cierto es que uno no puede evitar la franca risa provocada por esa situación. Además de esa anécdota y de otras que sin mayor gravitación se manifiestan en el desarrollo del relato, lo importante es el esfuerzo de Guillaume de querer probar que aún se mantiene joven; finalmente recurre a una cirugía estética para rejuvenecer su rostro pero que en última instancia lo convierte en una persona de apariencia más deslucida; aquí podría aplicarse el refrán de que es peor el remedio que la enfermedad.
Con un tono de comedia que adopta en ciertas situaciones el carácter de sátira, Canet ofrece un film simpático aunque sin ser demasiado trascendente. Con todo es interesante observar como algunos aspectos de la ficción se entremezclan con la realidad de los actores que se interpretan a sí mismo donde se destacan Canet y Cotillard. En roles menores resulta apreciable el aporte de Lefevbre, Rowe, Yvan Attal, Gilles Lellouche y el cameo del recientemente desaparecido célebre rockero francés Johnny Hallyday.
COCO. Estados Unidos, 2017. Un film dirigido por Lee Unkrich con la colaboración de Adrián Molina.
Después de haber logrado en 2015 un resonante éxito artístico con Inside Out, los estudios Pixar vuelven a pisar fuerte con Coco, una entrañable fábula animada que homenajea a la cultura mexicana como así también a una de sus más arraigadas tradiciones.
El film está inspirado en la festividad del Día de los Muertos; se trata de una celebración que se realiza en México el 1 y 2 de noviembre de cada año honrando a los difuntos; la importancia de esta conmemoración motivó que la Unesco la declarara Patrimonio Cultural Inmaterial de México.
En su primera parte la historia transcurre en el ficticio pueblo mexicano de Santa Cecilia donde Coco Rivera (voz de Anthony González), un niño de 12 años apasionado por la música, ambiciona convertirse en un importante guitarrista; sin embargo sus aspiraciones se ven obstaculizadas porque su familia impide que la música se introduzca en el hogar. Eso se debe a que el esposo de su tatarabuela Imelda (voz de Alanna Ubach) abandonó a los suyos para iniciar una aventura musical.
Ansioso de poder encontrar a Ernesto de la Cruz (voz de Benjamín Bratt), un mítico cantante y compositor ya desaparecido físicamente a quien trata de emular, en el Día de los Muertos Miguel mágicamente se transporta a la Tierra de los Muertos para poder ubicarlo.
En ese universo paralelo, donde los difuntos convertidos en esqueletos pueden seguir gozando de una segunda existencia siempre y cuando los vivos los recuerden, el niño finalmente descubrirá qué es lo que ha acontecido con sus ancestros, incluyendo a su tatarabuelo, gracias a la apasionante travesía que realiza en compañía de Héctor (voz de Gael García Bernal), un simpático vagabundo.
A través de un minucioso trabajo de investigación, Lee Unkrich y su colaborador Adrián Molina han logrado sumergirse por completo en la cultura del país azteca valiéndose del guión muy bien urdido de Adrián Molina y Matthew Aldrich. Con sus adorables personajes, el film emociona plenamente sin caer en estereotipados sentimentalismos y además se nutre de un saludable humor.
Entre otros valores que se añaden a la ingeniosa historia cabe destacar los excelentes diseños de producción de Harley Jessup quien en su ingeniosa concepción refleja el surrealista mundo de los muertos. Igualmente importante es la música de Michael Giacchino donde además de bellas canciones tradicionales de México, se destaca el número final Remember Me compuesto por el matrimonio integrado por Kristen Anderson-López y Robert López, cuyo tema gira en torno de una persona que aguarda ser recordada por un ser querido.
Otro logro del film reside en las apropiadas voces prestadas por un selecto grupo de artistas; además de las de González, Bratt, García Bernal y Ubach, se destacan las de Renée Victor, Jaime Camil, Gabriel Iglesias, Edward James Olmos y la de Ana Ofelia Murguía como Coco, la bisabuela de Miguel.
En esencia, he aquí un film cálido, humano y visualmente esplendoroso, que realza los valores de la familia. Por su contenido, su estreno no puede ser más oportuno teniendo en cuenta el período festivo que se aproxima y el contenido espiritual que lo anima.
L’AMANT DOUBLE. Francia, 2017. Un film escrito y dirigido por François Ozon
Basado en el libro Lives of the Twins escrito en 1987 por Joyce Carol Oates el director François Ozon resolvió adaptarlo a la pantalla con el título L’Amant Double. Muchas veces se ha señalado que algunas obras literarias pueden resultar dificultosas para ser trasladadas al cine; es posible que eso haya acontecido con esta novela a juzgar por lo que aquí se aprecia.
Chloe (Marine Vacth) es una joven ex modelo que por alguna razón desconocida sufre de dolores estomacales que pueden ser atribuidos a la somatización de algún problema psicológico. De allí que acude a Paul (Jérémie Renier), un considerado psiquiatra a quien le trasmite sus problemas que en gran parte pueden estar asociados a fantasmas interiores que no han podido ser expulsados. Cuando ambos se enamoran, por razones éticas la relación profesional se interrumpe y a partir de entonces ambos deciden vivir juntos. Durante esa convivencia, ella descubre que su romántico amante tiene un hermano gemelo llamado Louis (igualmente caracterizado por Renier), que también es psiquiatra aunque de naturaleza perversa y maquiavélica; al llegar a conocerlo termina acostándose con él a pesar de su violencia sexual. De este modo queda configurado un triángulo amoroso sui generis donde Ozon apela a trampas y vueltas de tuerca engañosas que contribuyen a que la narración pierda consistencia.
Tratando de establecer una línea ambigua donde resulta difícil separar la realidad de la imaginación mental de la joven paciente, el director intenta crear un clima de suspenso alimentado con escenas perturbadoras de escasa convicción. Aunque Ozon demuestra una vez más poseer un refinado estilo de filmación, dicha virtud no puede salvar a esta ridícula fantasía de erotismo sexual que más se asemeja a un ejercicio artificioso de onanismo intelectual.
Nada especial puede hablarse de la interpretación de Vacth; sin duda bella y muy atractiva de contemplar, la obsesión sexual de Chloe, sea imaginativa o real, dista de conmover; por su parte, Renier se defiende mejor en la caracterización de sus dos personajes.
A pesar de que Ozon es un talentoso director, en este caso ofrece un relato psicológico que por superficial e irrealista deja que desear.
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