HABLEMOS DE CINE
HABLEMOS DE CINE
Por Jorge Gutman
La muy conocida novela “Leon Morin, Prêtre” de Beatrix Beck que fue publicada en 1952 y obtuvo el prestigioso premio Goncourt, fue trasladada al cine en 1961 en la película homónima de Jean Pierre Menville con Jean Paul Belmondo y Emmanuelle Riva; ahora vuelve a cobrar vida en la nueva versión del director Nicolas Boukrief intitulada La Confession.
El relato adaptado por el realizador comienza en la actualidad donde un sacerdote es requerido por la hija de una mujer que yace moribunda en su cama para suministrarle los sacramentos; curiosamente, el novel religioso se encuentra frente a la enferma anciana sorprendiéndose que no sea católica ni tampoco creyente en Dios; no obstante, antes de expirar ella desea confiarle un secreto que hasta ese momento no había sido revelado.
De allí en más, la historia retrocede a 1944 en la época de la Segunda Guerra cuando Francia se encuentra ocupada por Alemania. En un pequeño pueblo francés vive Barny (Marine Vacth), una joven comunista atea cuyo marido es un prisionero de guerra de los alemanes desde poco antes del nacimiento de su hija. Tanto ella que trabaja en la oficina local de correos como sus tres compañeras están intrigadas por la llegada del nuevo cura Leon Morin (Romain Duris) en reemplazo de quien le precedió. Curiosamente se produce una vinculación entre Barny, quien demuestra rechazo y hasta cierto punto desprecio hacia la Iglesia, y el Padre que además de su apariencia física seductora demuestra inteligencia en la forma y contenido de sus sermones. Venciendo sus aprehensiones y con el propósito de provocarlo, ella resuelve confesarse con Morin y en la primera de las varias confidencias que le hará le manifiesta la manera en que satisface sus urgencias sexuales en ausencia de su marido; impávido por lo que escucha, el joven sacerdote sabe cómo atender y responder al desafío de la confesada.
A medida que la historia prosigue, la misma va cobrando mayor envergadura por el interés que despiertan estos dos personajes que en materia religiosa se encuentran en posiciones diametralmente opuestas; no obstante se produce un punto de inflexión cuando Barny impresionada cada vez más por la personalidad carismática de Morin acepta leer algunos evangelios que él le suministra. Consecuentemente, a medida que el tiempo transcurre los contactos entre ambos adquieren mayor frecuencia en donde la joven irreligiosa comienza a dudar acerca de sus convicciones ateas. Al propio tiempo queda por ver de qué modo el acercamiento intelectual puede motivar un interés sentimental por parte de Barny y desestabilizar emocionalmente a Morin.
El film impresiona por su rigurosa puesta escénica como así también por sus precisos diálogos. También se destaca por la muy buena interpretación tanto de Vacth como por parte de Duris. La bella actriz insufla profundidad a su personaje a través del duelo verbal y psicológico mantenido con su interlocutor; resulta interesante destacar que su personaje muy bien caracterizado deja la duda si acaso su manera de comenzar a pensar diferentemente sobre la religión cristiana es realmente auténtica o si se debe a la atracción que la presencia carismática de su interlocutor ejerce en ella. Igualmente Duris transmite en su personaje firmeza y convicción como creyente en Dios, brindando entera confianza a sus feligreses; al propio tiempo, demuestra ser lo suficientemente sagaz en su enfrentamiento con Barny al saber manejarla estratégicamente como si se tratara de mover correctamente las piezas de un tablero de ajedrez.
Aunque este melodrama no llegue a innovar con su tema de contenido espiritual, su nivel de calidad satisface ampliamente las exigencias del espectador selectivo cualquiera sea su fe religiosa.
FILM STARS DON’T DIE IN LIVERPOOL. Gran Bretaña, 2017. Un film de Paul McGuigan
Una vez más se da el caso de que remarcables actores pueden realzar un film. Eso acontece con Annette Bening quien en Film Stars Don’t Die in Liverpool ofrece una extraordinaria interpretación animando a Gloria Grahame (1923-1981), una de las más populares estrellas del firmamento de Hollywood de las décadas del 40 y 50.
Basado en las memorias del actor británico Peter Turner y adaptado por el guionista Matt Greenhalg, el film del director Paul McGuigan enfoca la romántica relación que la actriz mantuvo en sus dos últimos años de vida con Turner, casi 30 años menor que ella.
La historia comienza en Liverpool, hacia fines de septiembre de 1981, donde Gloria (Bening) se apresta a salir a escena en la representación de la obra The Glass Menagerie; desafortunadamente, antes de hacerlo sufre un colapso en su camarín. Es allí que negándose a ser atendida por los médicos, busca ayuda en Peter Turner (Jamie Bell), su amante de 30 años, quien la traslada a su hogar familiar de Liverpool donde es recibida cálidamente por sus padres (Julie Walter y Kenneth Granham). Mientras reposa en la cama, gravemente enferma por un cáncer que la va carcomiendo, Peter acude a sus recuerdos para pasar revista a partir del primer encuentro en que conoció a la actriz en 1978, hasta llegar al momento actual.
A través de flashbacks la acción se desarrolla entre el momento actual y el pasado. Así se asiste al romance de una mujer que después de haber contraído matrimonio en cuatro oportunidades encuentra en el joven actor un inmenso placer y a quien poder ofrecer devoción amorosa; a pesar de que ella lo dobla en edad, eso no es obstáculo para que Peter corresponda genuinamente a los sentimientos de su pareja. De este modo ambos gozan de la mutua compañía danzando al compás de la música que emerge de un disco, yendo al cine, como así también disfrutando de la intimidad sexual con inmensa ternura; no faltará tampoco un viaje conjunto a California, donde Peter llega a conocer a la madre de Gloria (Vannesa Redgrave) y su hermana (Frances Barber) quien lanza algunos dardos ponzoñosos sobre la actriz al revelarle al joven que ella se había casado por cuarta vez con el hijastro de su segundo marido.
A través de este vínculo sentimental Gloria quiere desmentir el paso del tiempo y es así que desea que Peter le diga que se ve joven; incluso le manifiesta que le gustaría interpretar con la Royal Shakespeare Company la obra Romeo y Julieta donde ella daría vida a la juvenil heroína shakesperiana.
En líneas generales, no hay mucha historia desde el punto de vista argumental; uno de los aspectos más destacables del relato radica en el momento en que se produce la ruptura del romance en Nueva York; cuando después de una cita médica ella se impone que ya no existe tratamiento alguno para el cáncer que invade su cuerpo, al retornar al hotel descarga su frustración en Peter echándole de la habitación en que están alojados. El otro elemento relevante es el patetismo de Gloria al negarse a admitir que no le queda mucho tiempo de vida, a pesar de los terribles dolores que la aquejan.
McGuigan opta por contar esta relación amorosa en forma no lineal pero al hacerlo abusa innecesariamente de los continuos traslados de la acción entre el presente y pasado; en este caso la no cronología de los acontecimientos afecta su narración impidiendo lograr la necesaria envergadura dramática; a todo ello, la innecesaria repetición de ciertas secuencias, como la de la estadía en el hotel neoyorkino, alarga el metraje más allá de lo debido.
A pesar de sus desniveles narrativos, el resultado del film es positivo por la descollante actuación de Bening al revivir a Grahame de manera estupenda: ella transmite sin afectación alguna los diferentes matices físicos y emocionales vividos por la estrella de cine durante sus dos últimos años de existencia junto a Peter. Si bien Bening constituye el indiscutible alma de esta película, es importante distinguir la muy buena caracterización que Bell logra de su personaje; así, se contempla una secuencia poéticamente emotiva cuando pocos días antes de su deceso, Peter sorprende a su amada transportándola a un vacío escenario de un teatro de Liverpool para que juntos reciten un extracto de Romeo y Julieta, cumpliéndose en parte la ilusión de Gloria.
Al concluir el film, el realizador ofrece una nota nostálgica; recurriendo al material de archivo se asiste al momento de la ceremonia de los Oscars de 1953 donde Grahame es galardonada como mejor actriz de reparto por su actuación en The Bad and the Beautiful del realizador Vincent Minelli.
ICARUS. EE.UU., 2017. Un film de Bryan Fogel
Bryan Fogel, realizador de este documental que es uno de los cinco candidatos nominados al Oscar de este año, aborda un tema que a pesar de ser muy conocido resulta atractivo por la forma en que está relatado y porque además se tiene la oportunidad de conocer más íntimamente a la persona que por sus testimonios estremeció al mundo deportivo.
Fogel que además de novel cineasta es un ciclista amateur, fue uno de los muchos que admiraron las proezas deportivas de Lance Armstrong quien había logrado un récord mundial al haber ganado siete veces el Tour de France. Como es sabido, terminó defraudando la confianza del público cuando después de haber negado consistentemente el empleo de estupefacientes para aumentar su ventaja deportiva como ciclista, terminó confesando la verdad. Eso motivó el interés del realizador para experimentar personalmente cómo el dopaje puede pasar desapercibido por parte de quien lo utiliza. Para ello resolvió entrar en contacto con el científico ruso Grigory Rodchenkov quien ocupó el cargo de director del Centro Antidopaje de Rusia; sus declaraciones efectuadas frente a la cámara del documentalista son sencillamente sorprendentes.
Después de la participación poco satisfactoria que le cupo al equipo ruso en las Olimpíadas de Beijing de 2008, algo había que hacer para mejorar la actuación de los deportistas rusos en experiencias futuras. Es así que Rodchenkov manipulando la orina de los atletas al sustituir astutamente muestras “sucias” por “limpias” logra que ellos pudieran salir airosos de los exámenes a que fueron sometidos. No es extraño entonces de que el 50% de los atletas rusos que compitieron en las Olimpíadas de Londres en 2012 utilizaran esteroides sin haber sido descubiertos; conductas similares fueron empleadas por los deportistas que participaron en los Juegos Olímpicos de Invierno de Sochi en 2014 quienes fueron recompensados con 13 medallas de oro. Obviamente, todo ello fue denegado por el Ministro de Deportes Vitaly Mutko de Rusia y por el Presidente Vladimir Putin. La verdad sale a relucir con las manifestaciones que Rodchenkov efectúa al diario New York Times en mayo de 2016 explicando cómo logró que los deportistas rusos apelando al empleo de drogas pudieran salir indemnes de las pruebas realizadas.
Las revelaciones de este amoral doctor, confirmaban las sospechas que previamente habían sido difundidas por reporteros de la televisión alemana que fue la primera en abrir la caja de Pandora. ¿Que es lo que indujo a Rodchenkov a confesar de haber sido la eminencia gris del “dopaje desapercibido”?; aunque no se tenga una respuesta específica al respecto se podría inferir que esa actitud pudiese haber debido a que el ex funcionario se sintiera remordido por su actuación y para tranquilizar su conciencia haya buscado redimirse denunciando el nivel de corrupción existente. Lo concreto es que viendo peligrada su vida a causa de las informaciones suministradas, gracias a la ayuda proporcionada por Fogel, el informante ha huido de Rusia para vivir en Estados Unidos bajo protección judicial.
Como resultado de este impactante documental resulta triste comprobar que las Olimpiadas, que fueron creadas como homenaje al sano deporte y desprovistas de intereses políticos o monetarios, se vean sujetas a esta clase de vejámenes que desnaturalizan su razón de ser. Así el rol desempeñado por Rodchenkov deja margen para reflexionar sobre la competitividad del deporte y lo que se oculta detrás del mismo donde parecería que la finalidad es ganar a toda costa sin importar los medios utilizados para lograrlo.
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