HABLEMOS DE CINE
HABLEMOS DE CINE
Por Jorge Gutman
Después de su clamoroso éxito obtenido por parte de la crítica y del público con Una Mujer Fantástica, además de haber sido coronado con el Oscar a la mejor película extranjera, Sebastián Lelio retorna con Disobedience efectuando su primera incursión internacional en lengua inglesa. Demostrando una notable versatilidad el remarcable realizador chileno ofrece un cautivante drama basado en la novela homónima de la escritora británica Naomi Alderman en donde la fe religiosa colisiona con el deseo sexual..
El guión de Lelio escrito con Rebecca Lenkiewicz introduce a Ronit (Rachel Weisz), una fotógrafa inglesa que años atrás dejó la colectividad ortodoxa judía de Golders Green de Londres donde su padre Rav Kruschka (Anton Lesser) es un carismático y reverenciado rabino; su alejamiento tuvo como propósito apartarse del medio religioso en que transcurrió su niñez y adolescencia para iniciar una vida secular independiente.
Cuando su viudo progenitor muere de un colapso en la sinagoga mientras está pronunciando un sermón a su congregación, Ronit retorna a Londres para su sepelio. Su llegada es objeto de una fría recepción por parte de la comunidad judía, con excepción de su tía Fruma (Bernice Stegers) quien está complacida de verla nuevamente. Su acto de desobediencia nunca fue perdonado por su padre al punto tal que legó todos sus bienes a la sinagoga; además, en los anuncios fúnebres de los diarios se lee que el difunto no tenía hijos.Durante su estadía, ella se aloja transitoriamente en la casa de su viejo amigo y rabino Dovid Kuperman (Alessandro Nivola) quien está casado con Esti (Rachel McAdams), su íntima amiga de la infancia. A partir de allí se genera el conflicto central del film cuando el reencuentro de las dos amigas, que en su etapa adolescente se sentían atraídas sexualmente, hace reverdecer esos sentimientos donde la cautela inicial cede lugar al impulso lésbico que les resulta imposible de resistir. Para Esti esta situación tiene especial concomitancia en la medida que es fiel observante de la religión judía donde la homosexualidad constituye un acto completamente inadmisible.
Parte de los méritos del film es debido a las sólidas interpretaciones de su trio protagónico al involucrarse plenamente en la piel de sus personajes. McAdams, en la mejor prestación de su carrera, brinda una variada gama de emociones enfrentando el dilema de Esti de ser leal a su marido que siempre la quiso y la pasión que siente por Ronit. Weicz encara con completo aplomo a la mujer liberada que habiendo adoptado una vida completamente disociada con la religión, no deja de ser vulnerable al tener que acarrear el sentimiento de culpa de haber descorazonado a su padre en cuanto a lo que él aguardaba de ella. Nivola se luce ampliamente como el marido que vive su propio conflicto al estar adentrado profundamente como el rabino comprometido moral y religiosamente con su congregación y por otra parte ubicarse como un marido que lejos de rechazar o repudiar a su esposa demuestra una grandeza de alma permitiendo que ella quede libre de decidir el camino a seguir.
En un relato excelentemente controlado es admirable el tacto y sutilidad del realizador al abordar este delicado tema donde a través de sus personajes analiza con profundidad la complejidad de la conducta humana. En esencia, ofrece un film hondamente emotivo y espiritual que dado la naturaleza de su tema deja abierto amplio margen para la discusión. Lo que es indiscutible es su implícito mensaje del derecho inherente que asiste a toda persona de definir su propia identidad sin que los preceptos de la fe religiosa constituyan un obstáculo para lograrlo.
KNOCK. Francia, 2017. Un film escrito y dirigido por Lorraine Lévy
Omar Sy -a quien se lo asocia con su carismática interpretación en Intouchables (2011)- es el protagonista de Knock, una adaptación de la obra francesa de 1924 Knock o el triunfo de la medicina de Jules Romains. La contagiosa simpatía del actor permite que la adaptación de la realizadora Lorraine Lévy que transporta la acción a la década del 50 resulte en un eficaz entretenimiento.
Knock (Sy) es un delincuente de poca monta que para escapar de sus asociados a quienes les debe dinero, opta por huir precipitadamente de Marsella en un barco de pasajeros donde es contratado como médico de a bordo a pesar de carecer de calificaciones como tal. En todo caso parece ser que la experiencia que atraviesa lo impulsa a estudiar medicina.
Cinco años después llega al pueblo de Saint Maurice donde en su condición de médico reemplaza al viejo facultativo local (Nicolas Mariédecide) que acostumbraba prescribir hierbas de té a sus pacientes, lo que no constituía buen negocio para el farmacéutico local (Michel Vuillermoz) local. Al saber que la población del lugar es bastante hipocondríaca, el doctor Knock, decide atraerla ofreciendo consultas gratuitas y diagnosticando enfermedades reales y otras inexistentes; la treta consiste en procurarles remedios, que en este caso no son gratuitos, obteniendo de este modo un considerable beneficio pecuniario. La vida normal de este manipulador se interrumpe cuando llega a la aldea Lansky (Pascal Elbé), uno de sus ex compinches, quien al detectarlo y para no ponerlo en evidencia le comienza a chantajear recordándole que la deuda aún no ha sido saldada a pesar del tiempo transcurrido.
Adoptando la naturaleza de una comedia ligera el relato se ameniza con los personajes con que nuestro héroe/antihéroe se relaciona donde además del farmacéutico y su esposa (Audrey Dana), se encuentran -entre otros- el cartero local (Christian Hecq), una rica viuda lugareña (Helène Vincent) que simpatiza con Knock, la dueña de una granja (Sabine Azema) y su empleada Adèle (Ana Girardot) con quien el embaucador mantiene una relación sentimental, la propietaria de la posada (Andrea Ferreol) y el cura de la parroquia (Alex Lutz) que se pone celoso de que sus feligreses confíen más en Knock que en Dios.
Aunque la historia se presta para una crítica de la medicalización exagerada, el film no tiene otras intenciones que distraer al espectador con una simpática comedia entretenida y en tal sentido logra su propósito.
APRÈS LA GUERRE (Dopo la guerra). Francia-Italia, 2017. Un film de Annarita Zambrano
La realizadora Annarita Zambrano incursiona en el terreno político analizando las consecuencias derivadas de los años de plomo vividos por Italia en la década del 70 y principios de la del 80 a través de las acciones emprendidas por las Brigadas Rojas, la organización de lucha armada revolucionaria italiana.
La historia que transcurre en 2002 se centra en Marco Lamberti (Giuseppe Battiston) de 45 años de edad, quien 20 años atrás había sido un militante italiano de extrema izquierda; al haber sido en ese entonces condenado a muerte por el homicidio cometido a un juez que condenó a sus compañeros de lucha, pudo huir de Italia y llegar a Francia; allí logró asilo político gracias a la conocida Doctrina Mitterand sancionada en 1985 por el entonces presidente que permitía a los inculpados en actividades terroristas permanecer en el país siempre y cuando renunciaran a ejercer actos de violencia.
Habiendo reconstruido su vida y residiendo tranquilamente en París, su situación cambia drásticamente cuando en Bolonia se produce el asesinato político de un profesor de leyes por parte de facciones radicalizadas. Como las autoridades italianas creen que Marco está implicado en el hecho, solicitan a Francia su extradición dado que la Doctrina Mitterand ha sido anulada.
Frente a esta situación Marco decide huir junto con su hija Viola (Charlotte Cetaire) de 16 años hacia el sur de Francia donde se oculta en una casa en medio de un bosque. Mientras tanto contacta a un conocido (Jean Marc Barr) a fin de que le provea falsos pasaportes con el propósito de poder salir de Francia y llegar a Nicaragua que es el único país dispuesto a asilarlo.
El guión de la directora escrito con Delphine Agut se desenvuelve en dos direcciones separadas aunque vinculadas por un hecho común. Por una parte describe la tensa relación que se crea entre Marcos y Viola; la adolescente se siente frustrada al verse forzada a seguir a su padre dejando sus estudios donde estaba próxima a concluir su bachillerato así como también el medio ambiente donde vivió hasta el presente. Al mismo tiempo, el pasado de Marcos repercute en su familia que dejó en Italia y a quien no ha visto durante su ausencia. Su madre Teresa (Elisabetta Piccolomini) es interrogada por la policía y asimismo ve que desconocidos destruyen la ventana de su casa a pedradas. Para proteger a su madre, su hija Anna (Barbora Bobulova) la lleva a vivir a su hogar; en tanto, su marido (Fabrizio Ferracane) que es juez y que aguarda una promoción para el cargo de procurador general, finalmente retira su candidatura por conflicto de intereses al ser cuñado de Marcos a quien nunca llegó a conocer.
Uno de los aspectos interesantes del relato es el reportaje que una periodista francesa (Maryline Canto) le efectúa a Marcos en su escondite. Él manifiesta no sentirse culpable por el homicidio cometido en sus años de juventud en la medida que según su óptica el país estaba en guerra con el Estado y por lo tanto no existía responsabilidad personal sino colectiva.
Aunque el controvertido tópico de la lucha política a través de atentados terroristas con el propósito de reivindicación social ha sido varias veces considerado por el cine italiano, la realizadora sin juzgar a sus personajes ofrece un film que se destaca por la muy buena descripción de los mismos, especialmente los de Marcos, Viola y Anna que logran estar sólidamente caracterizados por Battiston, Cetaire y Bobulova respectivamente. A ello habrá que considerar que en su primer largometraje de ficción Zambrano demuestra madurez en la narración de este drama político; si bien su final complaciente no logra satisfacer, esa objeción no alcanza a desmerecer los méritos del film.
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