HABLEMOS DE CINE
HABLEMOS DE CINE
Por Jorge Gutman
La veterana realizadora Claire Denis retorna con un film romántico y decididamente clásico en Un Beau Soleil Intérieur. Además de su cuidada realización, la presencia de Juliette Binoche contribuye a realzar sus valores brindando una estupenda interpretación en una historia agridulcemente humana.
El guión de Denis y Christine Angot, basado en un ensayo de Roland Barthés de 1977, introduce a Isabelle (Binoche), una exitosa artista plástica de mediana edad viviendo en París con su niñita de 10 años cuya tenencia comparte con su ex marido François (Laurent Grévill). Sexy y decididamente atrayente, su meta sentimental es encontrar al amor de su vida; sin embargo, ella no parece transitar por el buen camino a juzgar por los amoríos en que se va involucrando donde desde un comienzo parecen estar destinados al fracaso.
En la sucesión de vínculos afectivos que va manteniendo en la primera escena se la ve haciendo el amor con Vincent (Xavier Beauvois), un arrogante y narcisista banquero casado en quien ella no puede albergar esperanza alguna puesto que no tiene intención de dejar a su esposa. Su siguiente relación es con un actor (Nicolas Duvauchelle) también casado y más joven que ella, adicto a la bebida y centrado en sí mismo, en donde claramente se evidencia que no es más que sexo ocasional lo que él puede ofrecerle. Entre otros hombres con quien se codea están Fabrice (Bruno Podalydes) – un amigo esnobista del mundo del arte-, Marc (Alex Descas) -otro de sus amigos de quien quizá podría obtener algo de lo que está buscando-, así como un extraño (Paul Blain) a quien ella encuentra en una pista de baile. A todo ello, el hecho de estar divorciada no impide que siga acostándose con François en procura de satisfacción sexual.
Aunque ninguno de sus ocasionales amantes llega a colmar su aspiración de mujer, Isabelle finalmente encuentra una luz de esperanza en un brillante tête à tête que mantiene con el único hombre que no aspira mantener una relación romántica; cuando ella le hace conocer sus desventuras sentimentales, este vidente (Gérard Depardieu), a través de sus sabios consejos le hará recobrar la confianza en sí misma al surgir de su interior un deslumbrante sol cuyos rayos le permitirán vislumbrar un futuro más optimista.
En esa ronda amorosa Binoche transmite todos los matices de su vulnerable y frágil personaje quien a pesar de mostrarse insegura y a veces exasperante, no obstante destila una inmensa sensibilidad. En esencia, la realizadora ofrece un lúcido y cohesionado film que sin ser el más descollante de su filmografía sabe equilibrar el drama romántico con ciertas notas de punzante humor, dejando de este modo satisfecha a la audiencia.
NORMANDIE NUE. Francia, 2018. Un film de Philippe Le Guay
Una comedia de cierta connotación social es la que ofrece Philippe Le Guay en Normandie Nue enfocando las vicisitudes atravesadas por los habitantes de un pequeño pueblo rural. Contando como protagonista a François Cluzet, este convincente actor constituye el mayor atractivo del film.
La acción transcurre en Mêle sur Sarthe, una localidad ubicada en la región de Normandía. Allí, los agricultores que se dedican a la cría de ganado como medio de vida, experimentan una importante crisis como causa de la caída de los precios de los productos agropecuarios por lo que muchos de los mismos tratan de vender sus instrumentos de trabajo para sobrevivir; tratando de exteriorizar su frustración a través de protestas, esta gente no consigue atraer la atención de las autoridades oficiales pertinentes. El apreciado y responsable alcalde Georges Balbuzard (Cluzet), quien a su vez es igualmente otro de los granjeros del lugar, hace todo lo posible por resolver la situación y apoyar a su comunidad.
Quiere el azar que aparezca en el lugar Blake Newman (Toby Jones), un fotógrafo americano que está visitando la zona y que se especializa en la captación de desnudos. Este singular forastero que se muestra encantado con la belleza panorámica que contempla, propone al alcalde fotografiar a los aldeanos completamente desvestidos; así, una vez que la fotografía llegue al dominio público podrá lograr que el gobierno cobre conciencia de la situación y ayude a los desafortunados campesinos.
A todo ello, dentro del contexto de su tema central, el guión de Le Guay, Victoria Bedos y Olivier Dazat considera algunas subtramas vinculadas con los paisanos de este pueblo. Entre otros se destaca el parisino (François-Xavier Demaison), que dejó la gran metrópoli para vivir en la campaña, el carnicero (Gregory Gadebois) que es celoso de su sensual mujer (Lucie Muratet), el romance del hijo (Arthur Dupont) de un desaparecido fotógrafo de la zona con una agradable trabajadora (Julie-Ann Roth), así como la disputa entre dos granjeros vecinos (Philippe Rebbot y Patrick d’Assumçao) sobre la ocupación de un terreno.
Dentro de una atmósfera ambiental que remite en parte a la excelente comedia británica The Full Monty (1997) sobre stripers masculinos, esta película aunque parta de una idea interesante, resulta demasiado simple y tibia sin profundizar en los personajes ni tampoco aportar mucho brillo y relieve. Finalmente, la leve intriga reside en saber si el puritanismo de los pueblerinos les permitirá que se presten a posar desnudos.
Las observaciones apuntadas no alcanzan a descalificar a este relato imbuido de buenas intenciones; ciertamente está bien actuado, sobre todo por Cluzet, pero a la postre no resulta memorable.
ON CHESIL BEACH. Gran Bretaña, 2017. Un film de Dominic Cooke
Un decoroso relato sobre un amor no consumado es lo que se aprecia en On Chesil Beach, ópera prima del realizador Dominic Cooke basada en la novela homónima de Ian McEwan (2007) quien a su vez la adaptó para el cine.
Es muy importante tener en cuenta que -con excepción de su epílogo- la historia se desarrolla en 1962, algunos años antes de producirse la liberación sexual; por lo tanto resulta factible imaginar que una pareja no haya mantenido relaciones íntimas antes de su casamiento; además, la virginidad -al menos para la mujer- en ese entonces era considerada una virtud que debía ser conservada hasta el momento de la unión conyugal.
El relato que transcurre en Dorset -al sudeste de Gran Bretaña- se centraliza en Edward (Billy Howle) y Florence (Saoirse Ronan), dos jóvenes que acaban de contraer enlace; en ese día, se encuentran en la habitación de un hotel que enfrenta la playa que da origen al título del film y se aprestan a celebrar su luna de miel que comienza con una comida bien servida; durante su transcurso, a través de flashbacks, el espectador se impone de quiénes son, cómo se han conocido, como así también saber sobre los miembros de sus respectivos hogares.
Edward proviene de una familia de clase media de Londres cuyo padre (Adrian Scarborough) es un director de escuela elemental y su madre (Anne Marie Duff) ha sido una inteligente mujer hasta que un desgraciado accidente dañó su cerebro dejándola mentalmente inestable. Florence pertenece a una familia de Oxford, más afluente económicamente, donde su padre (Samuel West) es propietario de una fábrica y su madre (Emily Watson) es la que dirige la casa y a veces opina pretenciosamente más de la cuenta.
Cuando Edward, un brillante talentoso en historia, avista a Florence -una eximia violinista líder de un cuarteto de cuerdas recién formado- en la universidad, surge de inmediato un gran amor que fundamentalmente se caracteriza por su pureza. Para cada uno de ellos representa la primera experiencia sentimental en donde no hay mayor obstáculo que se oponga a la relación, a pesar de que la madre de la joven preferiría un mejor partido para ella. El complemento de la pareja es total y resulta agradable ver cómo ella va integrando a Edward al mundo de la música clásica.
Volviendo a la noche nupcial, durante la comida ellos demuestran cierta inseguridad sobre lo que acontecerá después de la misma, especialmente en Florence quien trata de disimular sus temores a medida que se aproxima inexorablemente el momento de la consumación matrimonial. Cuando ya no hay motivos o excusas para seguir dilatando el acto de unir sus cuerpos desnudos para el encuentro sexual, se produce lo inesperado al manifestarse la frigidez de Florence; un sutil detalle reflejado en una escena del relato da la pauta de lo que pudo haberle acontecido en el pasado para así comprender su agitada reacción emocional.
Entre los méritos del film se destaca la minuciosidad con que McEwan encaró la adaptación de su libro, logrando en este caso que la literatura y el cine pudieran complementarse. Eso ha sido muy bien aprovechado por el realizador al haber narrado con extrema sutileza su inusual contenido cuidando de no desbordar sentimentalmente; asimismo, ha demostrado su destreza en la dirección actoral. Tanto Howle como Ronan logran una magnífica caracterización psicológica de sus personajes irradiando sensibilidad y ternura como dos seres inocentes que amándose plenamente finalmente resultan dañados por una represiva incomunicación; así, es admirable contemplar la escena donde la playa de Chesil es testigo de la frustración, rabia, dolor y finalmente el silencio que los envuelve; sin duda, esa secuencia alcanza una gran dimensión emocional.
LA CHUTE DE SPARTE. Canadá, 2018. Un film de Tristan Dubois
Hay innumerables películas sobre estudiantes adolescentes, algunas muy buenas y otras no tanto. En un intento de superar la medianía del género, el director Tristan Dubois se ha valido de la novela juvenil de Sébastien Fréchette (cuyo seudónimo es Biz) para centrarse en un muchacho de 16 años. El resultado de dicho esfuerzo es un film que no agrega nada nuevo al respecto y que en todo caso no alcanza el nivel logrado por 1:54 (2016), la madura ópera prima canadiense de Ian England, abordando una similar temática.
El protagonista es Steeve Simard (Lévi Doré), un muchacho que asiste al último año de educación media en un colegio polivalente ubicado en Saint Lambert, un suburbio residencial próximo a Montreal. A diferencia de otros estudiantes de su clase, antes que el deporte prefiere sumergirse en la literatura de Quebec, especialmente en las obras del desaparecido poeta Gaston Miron; de este modo, dada su naturaleza solitaria, su inquietud intelectual le permite huir de la realidad que lo circunda. En su vida hogareña no parece apreciar el confort y la comodidad que sus padres burgueses (Gabriel Sabourin, Marianne Farley) le ofrecen y el cariño que le dispensan.
El relato basado en el guón de Dubois y Biz, sigue la peripecia clásica de los filmes americanos sin poder evitar los clisés de este género. En una realización convencional, Dubois entre otros aspectos muestra la atracción que despierta en Steeve la bella compañera de clase Veronique (Lili-Ann de Franceso), los celos que esa situación produce en Giroux (Karl Walcott), el deportista matón quien lo intimida y aterroriza permanentemente, así como el afecto que este adolescente mantiene con su único amigo Virgile (Jonathan St-Armand).
En esencia, la mayor parte de la historia se asocia a las presiones que la escuela ejerce en Steeve y si en algo se distingue el film es por cierto clima poético que se trasluce a través de la literatura amada por su protagonista. Aunque en general la emoción no prevalece en el desarrollo del relato, la misma se hace presente en la última parte del relato frente a un hecho dramático que sacude fuertemente a Steeve y que posiblemente habrá de alterar de algún modo su vida al creer que él es culpable de lo acontecido.
Con una buena actuación de Lévi Doré en el rol protagónico, La Chute de Sparte es un film aceptable que principalmente conformará al público juvenil de Quebec.
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