Brasil corre, toca y pasa
Brasil corre, toca y pasa
Tras el batacazo de Alemania, no hubo otro en Moscú que hubiera sido de igual calado de haber quedado fuera Brasil a manos de la guerrillera Serbia. Con su triunfo, los pentacampeones del mundo se auparon a la primera posición del grupo y el lunes se medirán en Samara a México.
Jugó bien la selección de Tite por momentos, agarrada a la fiabilidad de Miranda y Thiago Silva, a la escoba de Casemiro y al talento de Neymar y Coutinho. Parece ir a más en su intento por ser una selección que domine varios registros. Tiene fases en la que ataca, otras en la que contragolpea y otras en las que le gusta dormir el juego en la mejor de sus tradiciones. Le falta que Neymar termine de afilarse en la culminación de las jugadas para ser un equipo redondo, aunque el chico tiene tanto arte en sus botas que al 60% de su nivel le da para desequilibrar.
Cuando Brasil sintió que había domado el partido con el esplendoroso poderío de Casemiro como arma, derrumbó a Matic y a Milinkovic-Savic por arriba y barriendo por abajo, puso en práctica una vieja triquiñuela que le sirvió para ponerse por delante. A nadie le sienta mejor esos pases horizontales, calmados y cadenciosos que a Brasil cuando gana o le conviene el resultado. La historia de los Mundiales está repleta de imágenes de esas camisetas amarillas al trote, pasándose la pelota de pie a pie a la espera de que el contrario salga a buscarla de su cueva. Esa invitación-trampa la llevan de serie, forma parte de su esencia, esa que tanto han cuestionado y les ha desviado en la modernidad del jogo bonito.
Didí, Clodoaldo y Sócrates fueron los grandes maestros de ese ritmo cadencioso que se aceleraba solo cuando descubrían un agujero. El gol de Paulinho fue una reminiscencia verticalizada de aquel juego que conquistó el paladar del planeta fútbol. Tocaba Brasil de bota a bota, de Casemiro, a Filipe, de Filipe a Miranda, de Mirada a de nuevo a Casemiro y de Casemiro a Coutinho, heredero digno de la mejor escuela del fútbol samba. Allí que levantó la cabeza el menudo volante del Barça y allí que vio el arrollador desmarque de Paulinho entre los centrales de Serbia. Atravesó Paulinho a Velikovic y Milenkovic y superó la tardía salida de Stojkovic con un globo. El meta serbio no comprendió la trampa. Su defensa estaba a la altura del centro de campo acompañando a sus medios en el achique y debía estar situado en la media luna. Estaba en el punto de penalti y concedió el espacio suficiente para que la jugada cuajara. No supo ser el portero de un equipo que quería ser corto para impedir la progresión brasileña.
El tanto favoreció aún más esa manera tan sutil de interpretar el juego. Brasil se fue al descanso entre toque y toque. El inicio del segundo acto fue un calco del primero. Serbia salió ya con todo a intentar la machada de darle la vuelta al marcador. Por momentos embotelló a los brasileños en su área. Estos resistieron los embates agarrados a la pareja Thiago Silva-Miranda. De nuevo, para aplacar ese empuje Serbio, tuvieron que aparecer Neymar y Coutinho, esta vez desplegándose a la contra. Una de ellas puso a Neymar frente a Stojkovic, pero este le aguantó bien los amagues y le sacó el disparo.
La respuesta de Brasil fue contundente, se sacudió el dominio y volvió merodear por el área contraria con frecuencia. Fruto de ellos fue el saque de esquina que Thiago Silva cazó de cabeza en el primer palo con un salto imponente. Con el 2-0, los tambores de la torcida acompañaron esos toques que hacían viajar la pelota de lado a lado y metieron a Brasil en el túnel del tiempo para volver a ser Brasil por unos benditos minutos.
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