HABLEMOS DE CINE
HABLEMOS DE CINE
Por Jorge Gutman
Fresco aún con el Oscar obtenido por Moonlight, su film precedente, el director Barry Jenkins retorna ahora en un relato que adaptó de la novela de James Baldwin publicada en 1974 que da título al film que se comenta.
Adentrándose nuevamente en la exploración de personajes afroamericanos que tratan de defender su identidad racial, en If Beale Street Could Talk Jenkins relata con gran sensibilidad el drama de una pareja afrontando una flagrante injusticia social.
El relato ambientado en Harlem en la década del 70 presenta a Tish Rivers (Kiki Layne), una joven de 19 años quien está embarazada de Alonzo Hunt (Stephan James) -apodado Fonny-, su amigo de infancia de 22 años a quien ella ama ardientemente. Con todo, su gravidez se encuentra empañada porque él está en la cárcel por el delito de haber violado a una mujer portorriqueña. A pesar de tener una convincente coartada demostrando que no estuvo en el escenario donde transcurrió el lamentable hecho y por lo tanto incapaz de haber cometido tal transgresión, se lo declaró responsable de la misma.
El film se nutre en el vínculo amoroso de la joven pareja, no solo a través de flashbacks donde se ilustra cómo se ha iniciado la relación sino también a través de los emotivos encuentros que se producen en las sucesivas visitas de Tish a la cárcel; a ello habrá que mencionar el vano esfuerzo que ella despliega por salvar a su amado incluyendo un viaje a Puerto Rico, donde ahora se encuentra la víctima violada (Emily Rios) a fin de lograr que esa mujer admita que Fonny no ha sido el violador.
En otros aspectos, el film destaca el fuerte lazo que une a la joven con su familia: así su madre Sharon (Regina King), al enterarse de su estado de gravidez le brinda todo su cariño y apoyo ayudándola a dar a conocer la noticia a su padre Joe (Colman Domingo) y a su hermana menor (Teyonah Parris).
Dentro del marco de este vibrante drama trasciende la injusticia sufrida por la población afroamericana; eso se puede apreciar en la abierta actitud racial de la policía blanca hacia los negros donde queda claro cómo un acérrimo oficial racista (Ed Skrein) manipuló a la víctima violada para provocar el arresto de Fonny.
Más allá de la romántica historia, el film expresa el sentimiento de dignidad humana de la comunidad negra y al hacerlo Jenkins se cuida muy bien de no desbordar en el melodrama inherente que emerge de su tema para en cambio ofrecer un sutil y romántico poema lírico.
La interpretación es muy buena donde tanto Layne como James brindan la justa nota de dos jóvenes que se aman con fervor pero que no pueden disfrutar plenamente del amor que los une; en tal sentido no se puede pedir mayor naturalidad en las prestaciones brindadas por estos dos jóvenes actores. El elenco que los rodea es igualmente eficaz, destacando en especial a King quien despliega profunda humanidad como la madre de Tish.
Con una impecable dirección y apoyado por excelentes valores visuales, el realizador brinda un film elegante y radiante donde no faltan algunos toques de humor bien intercalados para atenuar el clima dramático de esta humana y cálida historia romántica.
SHOPLIFTERS. Japón, 2018. Un film escrito y dirigido por Hirokazu Kore-eda
Considerado como uno de los más importantes realizadores de Japón, Hirokazu Kore-eda vuelve a impresionar gratamente con su más reciente film Shoplifters. Aquí, como en sus anteriores trabajos, considera la dinámica de la familia aunque esta vez lo es a través de una integración basada no necesariamente en vínculos consanguíneos; es así que a través de su desarrollo dejará al espectador para que responda qué es lo que determina la configuración de un núcleo familiar: ¿es únicamente el aspecto biológico que une a sus miembros o quizá sea igualmente válido la nutrición de afecto, amor y cariño que une a personas no ligadas por la sangre?
En base a lo que antecede, el guión del realizador introduce al espectador en una humilde familia sui-generis que vive apiñada en una modesta vivienda de Tokio. Ahí se encuentra el padre Osamu Shibata (Lily Franky), la madre Nobuyo (Sakura Ando), el adolescente hijo Shota (Jyo Kairi, su hermana mayor Aki (Mayu Matsuoka) y la abuela Hatsue (Kirin Kiki). Los limitados recursos financieros provienen de la pensión que la abuela recibe, el salario percibido por Osamu como obrero de la construcción, el de Nobuyo trabajando en una lavandería y el de Aki que se vale del sexo como herramienta de trabajo en un peep show.
Como el dinero no alcanza para subvenir a las necesidades del hogar, el astuto Osamu se vale de las raterías realizadas en combinación con Shota; así, en la primera escena del film se los ve en un supermercado donde uno cubre al otro en el hurto de productos alimenticios y de limpieza que Osamu los utiliza para revenderlos. Al salir del establecimiento, en esa fría noche de invierno observan a Yuri (Miyu Sasaki), una niña de cinco años en el balcón de un edificio que ha sido abandonada por sus padres; en un acto de compasión, Osamu decide llevarla a su hogar. A pesar de las reticencias iniciales de Nobuyo, al descubrir algunas heridas en su cuerpo debido a malos tratos recibidos de sus padres, los Shibata deciden incorporarla a la familia. A través de ese gesto de cariño, la niña siente el afecto que recibe y es así que gustosamente comparte su vida con su nuevo hermano, hermana, padre, madre y abuela. Si bien la adopción implícita de Yuri, técnicamente constituye un acto de secuestro de sus verdaderos padres, aquí nadie trata de obtener una suma de rescate sino más bien cobra importancia la motivación de ofrecer a esa vulnerable criatura un futuro mejor.
Aunque en casi la mayor parte del metraje, el relato ilustra cómo esta familia nada convencional logra dentro de sus limitaciones mantener una sólida unión y ser feliz a su manera, en su trecho final el relato que adquiere contenido emocional adopta un clima sombrío debido a circunstancias que no conviene develar.
Como en sus filmes precedentes, Koree-da infunde a los integrantes del grupo descripto un profundo humanismo sin juzgarlo por sus acciones; al tratarlo en forma delicada y sutil demuestra una vez más que es un sagaz explorador de las relaciones familiares. Excelentemente dirigido y con actuaciones impecables, este drama de connotaciones sociales, que merecidamente obtuvo la Palma de Oro en el festival de Cannes, permite que su calidad sea apreciada tanto por los críticos más exigentes como igualmente por el gran público al empatizar plenamente con sus personajes.
MARY POPPINS RETURNS. Estados Unidos, 2018. Un film de Rob Marshall
Tras el grado recuerdo deparado por Mary Poppins (1964) llega ahora una secuela de la deliciosa comedia musical con Mary Poppins Returns; como lo anticipa su título, aquí se produce el retorno de la mágica niñera para volver a solucionar los problemas de una tradicional familia inglesa. Si en principio imaginar una continuación de la historia original podía resultar una arriesgada tarea, el director Rob Marshall, indiscutiblemente versado en comedias musicales como lo demostró en Chicago (2002) e Into the Woods (2014), ha salido airoso logrando un espectáculo vitalmente deslumbrante.
El guión de David Magee con la colaboración del realizador y John DeLuca basado en los libros de P. L. Travers, origina una liviana anécdota que no obstante gravita lo suficientemente para conformar una agradable fantasía musical. La acción transcurre en Londres, en un período de depresión económica, y sigue tomando como referencia a la familia Banks. Michael (Ben Whishaw) ya no es el niño de hace 25 años, sino un hombre que enviudó hace poco más de un año y vive en el mismo domicilio de Cherry Tree Lane. La vivienda es compartida con sus tres hijitos Georgie (Joel Dawson), John (Nathanael Saleh) y Annabel (Pixie Davies) así como su hermana Jane (Emily Mortimer) y la estimada ama de llaves Ellen (Julie Walters). La situación financieramente precaria de Michael ha motivado el retraso en el pago de las cuotas que adeuda al banco por la propiedad en la que habita; en consecuencia, la institución financiera bajo el manejo de su despiadado gerente (Colin Firth) está dispuesta a expropiarla. Es allí que resurge Mary Poppins (Emily Blunt) quien con su paraguas mágico desciende de las alturas para visitar nuevamente a los Banks, ayudar a los niños y procurar una solución al problema de la familia frente a la amenaza de expulsión que afronta; para ello la buena samaritana en lugar de contar con la colaboración del antaño deshollinador Bert ahora es Jack (Lin-Manuel Miranda), su amigo farolero, quien le brinda su apoyo.
Como toda comedia musical, el relato se desarrolla con secuencias musicales concebidas por Marc Shalman y Scott Wittman. En este aspecto, sin quererlo surgen las inevitables comparaciones con los clásicos temas A Spoon Full of Sugar, Let’s go fly a Kite, Chim Chim Cher-ee o Supercalifragilistic de la historia inicial. No obstante, el público quedará gratificado con las agradables canciones que sus intérpretes entonan donde se destacan Step in Time, Trip a Little Light Fantastic, The Place Where Lost Things Go y sobre todo Turning Turtle cantada por la maravillosa Meryl Streep quien en un cameo caracteriza a Topsy, la excéntrica prima de Mary Poppins.
Las interpretaciones son impecables y aunque en el rol central uno no deja de recordar la gracia y simpatía de Julie Andrews que junto al remarcable showman Dick Van Dyke constituyeron pilares valiosos del film original, aquí tanto Emily Blunt como Lin-Manuel Miranda y los niños actores contribuyen igualmente a jerarquizarlo. Un tributo a la nostalgia es brindado por Marshall al haber integrado en su elenco, aunque más no sea en papeles cameos, a Van Dyke que con sus 93 años de edad aún exhibe plena energía y a la tan querida Angela Lansbury de similar edad.
En esencia, tanto la actuación, el ritmo ágil que Marshall imprime a esta historia, así como los cantos, bailes y la maravillosa coreografía contribuyen a que este film de los estudios Disney, pleno de corazón, ternura y emoción, arroje un resultado ampliamente favorable y gane la adhesión de la audiencia cualquiera sea su edad.
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