La ruidosa seducción de Argentina a la Davis
La ruidosa seducción de Argentina a la Davis
Argentina y la Copa Davis mantienen una relación particularmente prologada en el tiempo. Se entremezclaron en 1923, cuando con su entrada en la entonces elitista competición mundial del tenis se convirtió en el primer país latinoamericano en sumarse a un torneo fundado por Estados Unidos y Canadá 10 años antes. En una Davis que en aquella época repartía a sus participantes en dos bloques, los países de la zona americana y los de la europea, los argentinos se incorporaron al segundo, y en su primera eliminatoria cayeron derrotados ante Suiza, en Ginebra, por un contundente cuatro a uno. En su segunda participación, tras dos años de ausencia, España acogió la Davis pero no para su equipo, sino que lo hizo como sede para los partidos que Argentina disputó como local, y que eligió que se celebrasen en Barcelona.
Este martes, en Madrid, en el aseado estreno de Argentina en esta nueva Davis (le endosaron un contundente 3-0 a Chile), sus tenistas no ocuparon el papel de locales, pero a tenor del ruido desplegado por el centenar de aficionados desplazados hasta la Caja Mágica, y a ese soniquete tan propio de cualquier competición en la que la bandera albiceleste esté presente, los kilómetros respecto a Río de la Plata o Buenos Aires parecieron muchos menos. Y eso que desde aquel casi centenario debut, solo una Ensaladera luce en las vitrinas de Argentina, la obtenida ante Croacia hace tres años, en 2016, gracias, entre otros, a Juan Martín Del Potro, ahora fuera de la selección.
El tandilense sabe mejor que nadie lo que significa cargar sobre los hombros con el inmenso mito argentino de los años setenta, Guillermo Vilas, ganador de 49 títulos en arcilla —un récord solo superado por Rafael Nadal (59)— y poseedor de 62 torneos, que, sin embargo, no logró alcanzar la victoria en la inolvidable final que disputó ante la poderosa Estados Unidos en 1981 (ante McEnroe, Connors, Tunner y Fleming), en la que suponía la primera para su país.
A pesar de los rumores que situaban a Del Potro de nuevo con Argentina para la Davis, el que fuera número tres del mundo hace algo más de un año —actualmente ocupa el puesto 121—, dejó un vació proporcional a su tamaño (1,98 metros) en medio de un equipo que dirige un Gastón Gaudio con enorme ascendencia sobre sus muchachos. Entre ellos sobresale el Peque Schwartzman (1,70m), que pasó por encima del chileno Garin (6-2 y 6-2), jaleado punto a punto por una afición de moral inquebrantable.
De moda en las listas de reproducciones musicales del momento, Soy sabalero, de Los Palmeras, ejerció de himno de guerra para un Schwartzman que saltó con ella a todo volumen a la pista, donde recogió el testigo de Guido Pella, quien amarró el primer punto para Argentina con su victoria (6-4 y 6-3) sobre un irregular Jarry.
Tuvieron trabajo los jueces de silla para contener la efusividad de la afición argentina, ataviados algunos de sus componentes con camisetas futboleras de River, que se perdían entre banderas albicelestes y daban color a coreografías bien dirigidas por alternantes directores de orquesta permanentemente de espaldas al encuentro.
Cuatro finales perdidas
“Fue un día bárbaro”, aseguró Gaudio, después de que la pareja compuesta por Mayer y González se adjudicasen el tercer punto (6-3 y 7-5 a Jarry y Podlipnik-Castillo) en el dobles. “Los chicos estuvieron espectaculares. Guido [Pella] ganó un partido que no había ganado nunca en su vida [tenía un 0-3 adverso en los precedentes ]. Y Schwartzman tuvo un partido impresionante. Creo que habrá tenido tres errores no forzados nada más. Es muy positivo lo que pasó hoy. Estuvieron bárbaros. Esto es el principio. Mañana [por este miércoles] es lo importante, porque si ganamos es lo que vinimos a buscar, pasar de ronda. Es fundamental seguir a este nivel”, amplió el capitán argentino, en referencia a los duelos que tendrán lugar ante Alemania.
Las cuatro finales perdidas (1981, 2006, 2008 y 2011) aumentan la presión sobre un grupo de tenistas conscientes de que la pasión argentina convierte la adoración en ira con irremediable facilidad. Pero en esa nebulosa sentimental, ninguna selección se maneja con mayor soltura que Argentina, decidida a recuperar su condición histórica para obtener un trofeo que ya le arrebató España en Mar del Plata hace 11 años. En Madrid busca encontrar la revancha.
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