ORDINARY LOVE. Gran Bretaña, 2019. Un film de Lisa Barros D’Sa y Glenn Leyburn.
ORDINARY LOVE. Gran Bretaña, 2019. Un film de Lisa Barros D’Sa y Glenn Leyburn.
Por Jorge Gutman
Dentro de las numerosas películas exhibidas en el Festival de Toronto, algunas de ellas suelen pasar desapercibidas a pesar de su nivel de calidad, como es el caso del magnífico drama Ordinary Love exhibido el año pasado en el TIFF. Afortunadamente, ahora llega a las salas de cine donde el público tiene ocasión de juzgar el conmovedor retrato de un matrimonio atravesando un trance dramático.
El film meticulosamente realizado por Lisa Barros D’Sa y Glenn Leyburn enfoca a Joan (Lesley Manville) y Tom (Liam Neeson), una pareja sexagenaria viviendo en los suburbios de Belfast que a simple vista se puede apreciar el profundo amor que los une. Así, en un día cualquiera suelen caminar como un modo de ejercicio físico, retornar a la acogedora residencia en la que habitan, cenar tranquilamente, ver televisión, charlar un poco y posteriormente acostarse para que un sueño reparador les brinde la energía necesaria a fin de reanudar en la mañana siguiente la misma rutina.
Esa vida armoniosa se trastoca cuando Joan percibe un pequeño bulto en uno de sus senos y transmite su inquietud a Tom. Si bien en un principio ambos no se alteran demasiado, después de unos exámenes realizados en el hospital local la doctora que la atiende (Melanie Clark Pullen), le diagnóstica un tumor maligno y la necesidad de someterse a la cirugía.
Confrontando la mortalidad, Joan manifiesta su gran preocupación y nerviosismo recibiendo de su marido confort y aliento aunque él disimula hábilmente su propia perturbación. Es allí que el espectador se impone que ambos han tenido la desgracia de perder a una hija y que está tragedia contribuyó aún más a fortificar el lazo conyugal. Cuando Tom se dirige a visitar la tumba de su hija, contraviniendo el pedido de Joan él le cuenta la enfermedad de su madre dejándole un ramo de flores; ésta es una de las escenas más conmovedoras del relato.
Los directores se han basado en el guión de Owen McCafferty quien al prepararlo se inspiró en la experiencia vivida por su esposa quien sufrió el mismo tipo de cáncer; por lo que el relato alcanza un sorprendente nivel de autenticidad. Es así que se asiste a los preparativos de la operación, las sesiones de quimioterapia con los efectos que dicho tratamiento produce (vómitos, caída del cabello), las continuadas visitas al hospital para el consiguiente tratamiento como así también las tensiones naturales entre Tom y Joan transitando este proceso, no obstante la sólida unión existente.
D’Sa y Leyburn son dos cineastas que demuestran poseer una singular sutileza en el tratamiento de este tema que fácilmente podría desbordar en el melodrama aunque sin excluir escenas de genuina ternura. Resulta entrañable la secuencia de la noche previa a la operación donde el matrimonio mantiene relaciones íntimas, así como aquella otra en que Tom con gran afección va cortándole el pelo a su mujer. A todo ello cabe destacar el cálido vínculo que Joan establece en el hospital con Peter (David Wilmot), que en el pasado había sido uno de los profesores de su hija y ahora padece de un cáncer terminal.
Finalmente palabras de elogio merecen la natural y excepcional interpretación de Neeson y Manville, quienes sobrellevan la mayor parte del relato; en sus respectivas caracterizaciones se desligan por completo de quienes son en la vida real para corporizarse por completo en Tom y Joan. La conjunción de una excelente dirección, un magnífico guión y una admirable actuación generan un film remarcable.
VIVIR DOS VECES. España, 2019. Un film de María Ripoll.
Esta comedia dramática, estrenada en España en 2019 y ahora disponible en Netflix, puede que no aporte algo nuevo; sin embargo, ese aspecto poco importa debido al afecto que la directora María Ripoll siente por sus muy bien descriptos personajes en un tema que aborda el mal de Alzheimer.
El guión de María Minguez presenta a Emilio (Oscar Martínez), un viejo cascarrabias que en sus años activos ha sido un brillante matemático y profesor universitario. Experimentando el comienzo del Alzheimer, en la primera escena una doctora lo interroga a través de ciertas pruebas para comprobar en qué estado de la enfermedad se encuentra. Viviendo solo en Valencia después de que su querida esposa falleció, quiere seguir gozando de su independencia y se resiste a aceptar la propuesta de su hija Julia (Inma Cuesta) para que se aloje con ella, su marido (Nacho López) y su pequeña hija Blanca (Mafalda Carbonell). Dentro de ese entorno familiar donde las relaciones no son siempre muy diáfanas, se destaca el vínculo especial entre el abuelo y su nieta; a pesar de que ella se muestra díscola viviendo el mundo actual de la era digital con su celular a mano permanentemente del cual el anciano se encuentra completamente apartado, gradualmente se va estableciendo un vínculo amistoso.
Como es bien sabido, los que sufren de esta cruel dolencia, en sus primeros estadios van lentamente desapareciendo los recuerdos cercanos pero no así los del lejano pasado; en consecuencia, Emilio a pesar de haber querido a su mujer relata a su nieta sobre el sentimiento amoroso que experimentó en su adolescencia hacia una chica llamada Margarita pero que nunca llegó a concretarse. Por lo tanto, en el ocaso de su existencia quisiera reencontrar al gran amor de su vida y para ello acude al auxilio de Julia y de Blanca para que le ayuden a localizarla antes de que sea demasiado tarde.
Tan sencilla como emotiva resulta esta historia en la que Ripoll ha sabido equilibrar el trasfondo dramático, como lo es el gradual deterioro cognitivo de Emilio, con situaciones de humor que nunca desentonan. A todo ello, lo más importante del film son las interpretaciones; así el veterano Martínez en el rol protagónico transmite con total convicción el progresivo extravío mental de su personaje; por su parte la debutante Carbonell descuella como la preadolescente imbuida de sorprendente espontaneidad, en tanto que Cuesta sale airosa como la hija que protegiendo a su padre trata de no querer aceptar la enfermedad de la cual él padece.
En esencia, Ripoll ofrece un film muy humano que llega directamente al alma con personajes de asequible identificación.
LES CHATOUILLES. Francia, 2018. Un film escrito y dirigido por Andréa Bescond y Eric Métayer
El tema de la pedofilia, ya considerado otras veces por el cine, es en este caso tratado por quien ha padecido el trauma de haber sido objeto de abuso infantil. Eso se debe a que el guión de Les Chatouilles se basa en la obra escrita para el teatro por Andréa Bescond e,inspirada en su penosa experiencia personal. Si bien la pieza ha merecido varios premios en Francia, su traslado cinematográfico por parte de Bescond y del realizador Eric Métayer dista de ser eficaz.
El comienzo es auspicioso ilustrando cómo Odette de ocho años (Cyrille Mairesse) es inocentemente seducida por Gilbert (Pierre Deladonchamps), un amigo íntimo de la familia; este repudiable individuo, a la vez casado y padre de tres hijos varones, induce a la niña a jugar al cosquilleo y es así que introduce su mano en los genitales de la pequeña. Inmediatamente vemos a la adulta Odette (Bescond) que visita a una psicóloga (Carole Franck) para tratar de resolver el profundo trauma sufrido en su infancia por el pedófilo; a pesar de que la profesional le aconseja que recurra a un doctor más especializado, ella prefiere no cambiar de terapeuta.
El relato estructurado entre el pasado y el presente permite conocer algunos aspectos de la infancia de la protagonista. Gran amante de la danza clásica donde prosigue sus estudios en una academia especializada, vive con Mado (Karin Viard), su dominante y egocéntrica madre, y Fabrice (Clovis Cornillac), un padre de naturaleza pasiva y sin mucha personalidad, quienes son ajenos a lo que le pasa a la niña. En el presente se observa a Odette (Bescond) convertida en una bailarina contemporánea que vuelca en la danza toda la furia que la corroe interiormente; a todo ello, el alcohol, la droga y encuentros sexuales impersonales la conducen a adoptar una conducta de malos hábitos que le impide mantener permanentes relaciones interpersonales.
Varios son los factores que impiden lograr un film satisfactorio. En primer lugar, no queda bien claro si lo que Odette le confía a la terapeuta es decididamente cierto o si parte de lo que le narra es producto de sus perturbaciones; al propio tiempo, lo que sí se evidencia es una relación completamente inusual entre ambas donde hay instancias en que los roles de psicoanalista y psicoanalizada parecieran revertirse. Otro aspecto que resulta difícil de comprender es la razón por la que como persona adulta Odette nunca haya manifestado a sus padres su profunda herida emocional; lo que resulta aún más difícil de aceptar es que ella haya permitido que el depravado hombre causante de su problema continuase visitando el hogar de sus padres como si nada hubiera ocurrido. Pero más allá de estas reflexiones, el problema mayor de este drama es la forma en que confusamente está narrado y en donde lo actual con lo pasado se interconectan de manera poco eficaz; en consecuencia, el relato no encuentra el preciso tono entre la realidad y la fantasía asumida por la protagonista en sus sueños e imaginaciones.
A la endeble adaptación cinematográfica se agrega el problema de una narración irregular que impide consustanciarse plenamente con el drama vivido por Odette. Con todo, más allá de las objeciones apuntadas, el film es válido al poner en evidencia e indirectamente denunciar un tema candente demostrando la necesidad de vencer el temor o la vergüenza en revelar a los predadores sexuales; al hacerlo, es posible que el castigo de los victimarios pueda atenuar el trauma emocional causado a sus víctimas.
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