La Covid-19 es ya la primera causa de muerte en España
La Covid-19 es ya la primera causa de muerte en España
El principal autor del Atlas Nacional de Mortalidad analiza el impacto del nuevo coronavirus
Hace cuatro meses ninguno de nosotros había oído hablar de la Covid-19. Sin embargo, en este corto periodo de tiempo, esta enfermedad se ha convertido en el principal condicionante de nuestra normalidad diaria. En los siguientes párrafos vamos a intentar aportar algo de luz y números, sobre todo números, a la magnitud del reto al que se está enfrentando nuestro sistema sanitario por este nuevo condicionante.
Uno de los principales activos que se ha llevado por delante la Covid-19 es la percepción de la magnitud de la enfermedad. En este momento, no resulta sencillo hacerse una composición de lugar de las personas que pudieran estar, o haber estado, infectadas en España por el coronavirus.
La escasez de los famosos kits diagnósticos de la enfermedad, así como la proporción de casos asintomáticos que pueden haber pasado desapercibidos para el sistema sanitario, hacen el número de contagiados un factor de enorme interés epidemiológico que nadie parece conocer con precisión, más allá de la cifra oficial de casos diagnosticados. Como resultado, diariamente afloran nuevos estudios sobre la magnitud de la epidemia, en términos de infectados, o incluso aventurando predicciones, a veces con resultados bastante dispares.
A día de hoy, uno de los pocos indicadores fiables para cuantificar la magnitud de la epidemia sería la cifra de defunciones que se le puede atribuir, e incluso los distintos valores de esta cifra tampoco muestran una conclusión unánime. Así, como bien es sabido, existe una gran controversia por los distintos criterios utilizados por cada país para contabilizar sus defunciones por Covid-19, lo que hace difícil comparar la mortalidad por este factor entre países. Pero incluso este mismo fin de semana se hacía eco de un informe del Centro Nacional de Epidemiología del que se podría deducir que el exceso de mortalidad observado en los últimos días no podía ser explicado solo por las defunciones atribuidas a la Covid-19. Quizás, esta discrepancia podría ser explicada tanto por una potencial subnotificación de casos de Covid-19 como por los efectos secundarios que la pandemia pueda estar teniendo en el funcionamiento del sistema sanitario. Lo que desconocemos es en qué medida influye cada uno de estos factores.
Los fallecimientos por Covid-19 del 25 al 29 de marzo supusieron el 75% de las defunciones que se suelen producir en este mismo periodo cualquier otro año
Ciñéndonos a las cifras de defunciones diarias de Covid-19 publicadas por el Ministerio de Sanidad, el número medio diario de defunciones de esta enfermedad en España fue de 781 personas, para los últimos cinco días de los que se tiene información (entre el 25 y el 29 de marzo). Más allá de que esta cifra se considere elevada o no, porque conforme esta cantidad aumenta diariamente la asumimos con mayor normalidad, resulta muy interesante interpretarla en términos relativos. Así, según publica el Instituto Nacional de Estadística (INE), el número medio diario de defunciones durante el mes de marzo de los cinco últimos años es de 1.042. Por tanto, solo los fallecimientos por Covid-19 del 25 al 29 de marzo supusieron el 75% de las defunciones que se suelen producir en este mismo periodo cualquier otro año.
Para que contextualicemos este número, si atendemos a los datos de mortalidad del año 2018, último año publicado por el INE, posiblemente las muertes por Covid-19 en España a día de hoy equivalen a las de los tres principales grupos de mortalidad en su conjunto: enfermedades circulatorias (331 defunciones diarias), tumores (309) y enfermedades respiratorias (147). Este dato ilustra la magnitud del problema al que nos enfrentamos, fundamentalmente nuestro sistema sanitario.
Si bien el efecto de la Covid-19 sobre la mortalidad puede parecer escandaloso, esta cifra tiene una parte, digamos, menos mala. Posiblemente, el exceso de mortalidad que estamos viendo estos días se acompañe de un descenso en la mortalidad en las próximas semanas o meses, cuando la mortalidad por Covid-19 se atenúe o, en el mejor de los casos, desaparezca.
La mortalidad entonces será posiblemente menor que la de años anteriores para esas mismas fechas. Esto se debe a lo que en epidemiología se conoce como “efecto cosecha”, por el que las defunciones por Covid-19 afectarían principalmente a la población más frágil en términos de salud, que posiblemente fueran, al menos de forma parcial, las defunciones que deberían ocurrir durante las próximas semanas o meses.
Contraer la enfermedad supone concentrar en unas dos semanas el riesgo de morir durante el próximo año
Además, posiblemente ya a día de hoy (29) el exceso de defunciones por Covid-19 esté ocasionando también un descenso de mortalidad por otras causas, ya que una buena proporción de personas que ahora podrían estar muriendo por otras causas estén muriendo en este momento por esta enfermedad. Incluso la coyuntura actual estará posiblemente reduciendo también la mortalidad por otras causas, como podrían ser los accidentes de tráfico y laborales o las muertes por causas asociadas a la contaminación ambiental.
Así, de manera agregada, la cifra final de defunciones en términos anuales, cuando todo esto pase, quizás resulte menos impactante. Sin embargo, pese al previsible efecto de todos estos factores, la mortalidad por Covid-19 está concentrando un enorme número de defunciones, y por consiguiente demanda de recursos sanitarios, en una estrecha franja de tiempo, lo que incrementa el estrés del sistema sanitario de forma evidente.
Además, existe un segundo factor que todavía tensiona más el sistema sanitario: las importantes diferencias geográficas en la mortalidad y, en consecuencia, posiblemente en los contagios reales de Covid-19. Según las cifras oficiales, Murcia es la comunidad autónoma con menor mortalidad acumulada por esta enfermedad, con 1,7 fallecidos por cada 100.000 habitantes, desde el inicio de la epidemia hasta el día de ayer, 29 de marzo. Por el contrario, Madrid muestra la mayor mortalidad, con 50,7 fallecidos por cada 100.000 habitantes. Si ya la magnitud de recursos sanitarios demandados por la Covid-19 supone un gran reto, el que dicha demanda se concentre particularmente en ciertas localizaciones geográficas hace la carga para esas regiones todavía más difícil de soportar, poniendo todavía más a prueba el aguante de sus sistemas sanitarios y haciendo el reto de la gestión de la epidemia aún mayor.
Por último, recientemente, David Spiegelhalter, un afamado estadístico especializado en la comunicación a la población de cifras y resultados estadísticos, ha cuantificado el impacto de la mortalidad por Covid-19, y posiblemente el correspondiente uso de recursos sanitarios, de la siguiente manera: de forma más o menos independiente de la edad, el contagio de la enfermedad supone, para cada persona que la contrae, el concentrar el riesgo de morir durante el próximo año en el periodo que duraría el episodio de su enfermedad, digamos unas dos semanas.
Para personas más jóvenes la probabilidad de morir durante el próximo año es baja, por tanto el incremento de riesgo que le supone la Covid-19 también lo es. Sin embargo, para personas más mayores o con patologías importantes previas, el acumular todo el riesgo anual en solo un par de semanas supone todo un problema. Posiblemente, a nivel de recursos sanitarios esta cifra también pueda tener bastante sentido y cada persona infectada por Covid-19 esté concentrando su consumo de recursos sanitarios anual, o más bien un consumo adicional con el que no se contaba, en solo dos semanas. Esta cifra ilustra nuevamente el enorme impacto de la Covid-19, adicional al resto de patologías que se atienden regularmente, sobre el sistema sanitario.
Una vez puestas estas cifras encima de la mesa —esta es nuestra pequeña aportación a la lucha contra la Covid-19— solo nos restan un par de consideraciones. En primer lugar, poner en valor una vez más el personal del sector sanitario en España, que son realmente el pilar que está sosteniendo el Sistema de Salud que, como hemos querido dejar patente, se está viendo gravemente amenazado estos días. En segundo lugar, aunque estos días de confinamiento puedan llevarnos al desánimo, permanecer en casa es nuestra pequeña contribución a que la epidemia no se extienda y así el sistema sanitario no presente más grietas. No podemos dejar al personal del sector sanitario solo en esta lucha. Seamos responsables y no dejemos pasar la oportunidad de contribuir con nuestro comportamiento individual a la lucha contra la epidemia.
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