Rusia condiciona fin de la guerra a que Europa se doblegue
Rusia condiciona fin de la guerra a que Europa se doblegue
– Putin bloqueó Facebook y Twitter. Enviará a la cárcel a quienes “desinformen” sobre la guerra.
Las familias se quiebran en la huida. Niños y mujeres pueden salir de Ucrania, pero los hombres de 18 a 60 años tienen que quedarse y enlistarse para la guerra.
El alto el fuego para la evacuación de civiles es inestable y el futuro del país, una incógnita. En 10 días de enfrentamientos, más de 1,2 millones de personas abandonaron el país, huyendo por las fronteras que conectan con Polonia, Rumania y Moldavia, donde les espera la promesa de acogida de la Unión Europea.
Ya corre el día 10 del conflicto por la invasión ordenada por Vladimir Putin a su vecino, un exhermano de la Unión Soviética que declaró su independencia en 1991 con el fin de la Guerra Fría y la disolución de la URSS, pero que ahora Moscú quiere volver a conquistar en nombre de la “paz”.
Naciones Unidas ha contado 331 civiles muertos, pero dice que pueden ser más. Los números son imprecisos y la brecha en los datos se ahonda al revisar los datos que publica el gobierno de Volodimir Zelensky, que detalla que 2.000 ciudadanos han fallecido desde el 24 de febrero, cuando comenzó la incursión militar.
De ese número, 28 corresponden a asesinatos de menores de edad, y otros 64 pequeños han resultado heridos.
De acuerdo con el Pentágono, desde la incursión de las tropas del Kremlin al menos 480 misiles han sido detonados en territorio ucraniano, en áreas militares, civiles y hasta en dos plantas nucleares, la más reciente en la madrugada del viernes (hora de Kiev) en la central de Zaporiyia, la más grande de Europa.
Mientras el mundo espera la próxima jornada de conversaciones entre delegados de Ucrania y Rusia, que se llevará a cabo a comienzos de la próxima semana, los canales diplomáticos siguen activos buscando una resolución al conflicto, pero los intentos son fallidos.
Un ejemplo es el encuentro que tuvo este viernes el canciller alemán, Olaf Scholz, con su par ruso para intentar mediar en la guerra, pero no lo consiguió. Por el contrario, se topó con otra respuesta tajante del Kremlin.
En ese inventario de demandas está el desarme total de Ucrania, que prometa que jamás se unirá a la OTAN y a la Unión Europea y que acepte la soberanía rusa en Crimea –la península que se anexionó Putin a la fuerza en 2014– y Donbás, la región en la que el Kremlin respaldó a los grupos armados prorrusos.
Con 69 años, de los que 23 ha estado en el poder como presidente o primer ministro, Putin es el centro de la discordia internacional. Las sanciones contra él, su gobierno y amigos oligarcas intentan cercarlo, pero el mandatario se niega a detener las tropas y arrincona a Kiev, la capital.
Vladimir Putin solo escucha sus propios argumentos. Prueba de ello es que bloqueó el acceso a Twitter y Facebook desde Rusia, detuvo a más de 8.000 personas por protestar contra la invasión, cercó la plaza principal de Moscú para evitar más manifestaciones y anunció penas de hasta 15 años de prisión para quienes divulguen lo que él define como “desinformación” sobre el Ejército.
En el otro frente, Volodimir Zelenski insiste en que necesita más apoyo de Occidente, a lo que los aliados responden con dinero y armas, pero no con sus soldados. Zelenski había reclamado a la OTAN crear una zona de exclusión aérea, pero la Alianza Trasatlántica rechazó tomar esa medida.
En medio de todo, la negativa evita que se agrave el conflicto porque aceptar esa iniciativa implicaría que la OTAN movilice a sus tropas y aviones para derribar aeronaves rusas que intentan pasar por el espacio aéreo de Ucrania.
En palabras de Jens Stoltenberg, “si hacemos eso, acabaremos teniendo algo que puede convertirse en una guerra total en Europa, involucrando a muchos otros países y causando mucho más sufrimiento humano”. Mientras tanto, a diez días de la guerra, Ucrania se desangra y los misiles siguen apuntando.
El conflicto entre Rusia y Ucrania no es igual para todos los que lo padecen. Eso revela el testimonio que Mohammad Ibrahim Kargbo, un afro de Sierra Leona residente en Úzhgorod, le contó a este diario. Él africano llegó hace cinco años al país que hoy está siendo bombardeado por el Kremlin, y salió de él este jueves. En medio de su travesía para llegar a Alemania, un militar ucraniano le advirtió que le dispararía si intentaba abordar el tren a la ciudad de Lviv, pues solo estaba habilitado para mujeres y niños. Como bien es sabido, hombres blancos han podido montarse sin problema al sistema ferroviario que por estos días está colapsado de tanta gente queriendo huir de los ataques rusos.
Kargbo, ya a salvo en la ciudad de Munich, describió que “en la frontera húngara nos tratan (a los afros) con respeto y de manera humana, pero en Kiev y Lviv la experiencia no fue agradable”. No obstante, resalta que aunque allá sí se ve el hay racismo, en su experiencia no es habitual, pues durante los años que ha vivido en Úzhgorod ha comprobado que los ucranianos son buenas personas.
A Yuriy M. Kamara, de descendencia africana, le fue un poco mejor en su huida desde Kyev, pues no le pusieron problema por subirse a un tren; sin embargo, cuenta que sí le tocó dormir en el piso y que eso fue muy difícil, ya que se exponía a caer en un riel y que lo pisara un tren. Ya a bordo, los ataques a la capital sitiada por las tropas rusas hicieron que el capitán del tren les pidiera tirarse al suelo, apagar las luces y los teléfonos, pues cualquier señal era sinónimo de peligro para los refugiados.
El mensaje que escuchó Marcelo Müller en el sótano del hotel en el que se resguardaba en Kiev fue determinante: si no salía ese día, se quedaría atrapado en medio de la guerra porque las tropas rusas ya estaban cercando Kiev. El tiempo jugaba en su contra. Eran las 4 de la tarde del domingo 27 de febrero y el toque de queda comenzaba en una hora. Empacó sus cosas, tomó un carro rumbo al tren y desde allí emprendió una ruta que le tomó 50 horas de trayecto o tal vez un poco más.
“Dormimos sentados en las sillas, con las maletas. Algunos estaban en el piso con sus perros y gatos, desesperados. Nosotros íbamos con niños que ya tenían hambre porque llevábamos varias horas sin comer. Teníamos dinero para comprar algo, pero no encontrábamos qué”, relata Marcelo. Se refugió con un grupo de 40 personas, entre brasileños y uruguayos, quienes viajaron gracias a las gestiones de sus embajadas.
Entre el bus, el carro particular, el tren y el avión, calculando los cambios horarios de Ucrania a Moldavia, de allí a Rumania y desde Budapest hasta Brasil, logró un operativo contra el tiempo para salvar su vida del juego cruzado. Camino a casa vio cómo detenían a los hombres en edad de combatir, como le sucedió a Mohammad Ibrahim Kargbo, quien también contó su relató pero a diferencia de la experiencia que tuvo el migrante africano a este brasileño no lo detuvieron y pasó todos los controles de seguridad sin problema. Desde la ventana del tren, sentado con su equipaje a cuestas, veía cómo las familias se despedían en la estación en medio de una guerra que partió los hogares con una frontera en armas.
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