CRONICAS. Cómo se Salvó el Mundo del Holocausto Nuclear
CRONICAS. Cómo se Salvó el Mundo del Holocausto Nuclear
Por: Lucía P. de García
Toronto.- En plena Guerra Fría, la mañana del 26 de septiembre 1983 nuestra Tierra se salvó de la destrucción total cuando el Teniente Coronel de la Fuerza Aérea Soviética y especialista en informática, Stanislav Petrov, evitó la guerra nuclear entre su país y Estados Unidos. El oficial estaba de guardia cuando las computadoras se alarmaron cinco veces indicando primero el lanzamiento y luego el ataque de varios misiles con carga nuclear. Según protocolo, debía alertar a sus superiores para que ellos respondieran inmediatamente con similar fuerza, pero el militar, aterrado, se mantuvo “pegado al asiento”.
En esos instantes, puede ser que recordara los comentarios “en secreto” de quienes conocían lo sucedido en octubre 1961, cuando la Unión Soviética experimentó sobre el Archipiélago Nueva Zembla, en el Ártico, la bomba nuclear Zar, la más potente explotada en nuestro planeta, con 50 megatones equivalentes a 50 millones de toneladas de dinamita y a una potencia 3 mil veces mayor a la bomba atómica lanzada por Estados Unidos sobre Hiroshima en 1945. Según los relatos, la detonación de Zar provocó un estruendo terrible y un flash poderosísimo, capaces de dejar ciegos y sordos a quienes estaban a cientos de kilómetros. Enseguida llegó la onda expansiva que inundó el ambiente con su intenso calor, impidiendo respirar y dando la sensación de que los órganos del cuerpo se replegaban hacia la columna vertebral. Luego se produjo la lluvia radioactiva, que obligó a refugiarse bajo tierra y permanecer allí varias horas. Quizás imaginó lo que podría haber sucedido después con los posibles sobrevivientes de semejante infierno: buscarían agua para calmar su sed y aliviar el ardor interno del cuerpo, lavar especialmente ojos, nariz, oídos, boca, curar la piel que se desprendería junto con el cabello o con los jirones de las prendas de vestir. Probablemente compadeció a aquellos que saldrían de sus refugios sin fuerzas para caminar ni medios para buscar ayuda, compañía, consuelo, pues estar vivos significaría sólo encontrar devastación y una angustiosa soledad.
Pegado al asiento seguía Stanislav Petrov. Según contaría después, prefirió pensar que era una falsa alarma y esperar, aunque esa espera se le hizo eterna. Pasados veinte minutos debía empezar el holocausto nuclear. Felizmente no ocurrió. Averiguado lo sucedido, los satélites habían fallado al confundir los rayos solares con misiles.
Este suceso motivó que Naciones Unidas declarara el 26 de Septiembre como Día Internacional de Eliminación Total de las Armas Nucleares. No obstante la buena intención y llamados al desarme total, las bombas nucleares proliferan y se modernizan “para disuadir al enemigo”. ¡Como si las armas fueran fuente de paz! Los líderes de nuestro único Mundo no comprenden que un accidente tecnológico, un momento temperamental de uno de ellos o algún juego macabro puede iniciar el holocausto nuclear con sólo presionar un botón en cualquiera de los arsenales cuyas bombas se distribuyen así: OTAN 5.943, Rusia 5.977, Estados Unidos 5.428, China 350, Francia 290, Reino Unido 225, Pakistán 165, India 160, Israel 90, Corea del Norte 20.
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