“En Colombia no hay un problema de tierras, hay 100 problemas de tierras”
“En Colombia no hay un problema de tierras, hay 100 problemas de tierras”
– Casi todos los problemas de Colombia se pueden reducir a una causa: la desigualad en la propiedad de la tierra.
El 1% de la población en Colombia es dueña del 81% del territorio, según la ONG Oxfam. Es uno de los índices de inequidad más altos del mundo.
Esto, añadido a otras complejas variables, resultó, de una manera u otra, en el surgimiento de las guerrillas y los paramilitares, en la producción en masa de hoja de coca, en la creación de poderosos carteles del narcotráfico y en el desarrollo de una estructura clientelar que define la política y la economía.
Pero el problema de la tierra y sus consecuencias son mucho más complejos que eso. Durante décadas los gobiernos han intentado resolverlo, sin éxito. Se enfrentan a importantes grupos de poder, un fragmentado territorio y un aparato estatal cuyas iniciativas solo parecen generar burocracia en lugar de soluciones.
El nuevo presidente, Gustavo Petro, llegó al poder con la promesa dehacer, de una vez por todas, la reforma agraria que durante décadas ha sido dilatada, o mal ejecutada. Ya anunció la titulación de 700.000 hectáreas de tierra a 12.000 campesinos y firmó un inédito acuerdo con terratenientes ganaderos para comprar y entregar tierras a agricultores.
Alejandro Reyes es una de las pocas personas que le han dedicado su vida a entender este problema. Abogado y sociólogo, ha estudiado a fondo la vida rural de 30 de los 32 departamentos del país. Ha vivido con indígenas y ha escudriñado registros notariales. Se muestra escéptico de los políticos y de las posturas derecha-izquierda.
Acompañado de dos gatos, decenas de plantas y una imponente vista de Bogotá, Reyes dedica sus años de jubilación a escribir columnas de opinión y asesorar interesados en el tema agrario. No parece optimista, aunque celebra algunas iniciativas de Petro.
BBC Mundo habló con él en busca explicaciones claras y estructurales a un problema que parece transversal a esta maravillosa y accidentada geografía que goza Colombia.
Empecemos por hacer un mapa conceptual del problema de la tierra: ¿qué tenemos que entender para abordar el tema?
Primero hay que entender que este es el país topográficamente más complejo de América Latina. Acá la cordillera de los Andes se divide en tres ramales con un montón de valles y sabanas en el medio y a los lados.
Segundo, hay que pensar que este país tardó mucho en conectar sus regiones. A diferencia de Perú o Ecuador o Chile, que se dividen entre montañas y valles y se pueden conectar con carreteras longitudinales, Colombia tuvo que desarrollar un sistema norte-sur y otro oriente-occidente; un sistema más complejo y costoso.
Luego hay que entender el tema de la propiedad. Acá el proceso de ocupación o colonización, y de estructuración y formación de derechos sobre la tierra, generó una discrepancia estructural: no son los mismos campesinos que ocupan los territorios quienes aparecen como los dueños del territorio. Y eso hace que el colono sea siempre itinerante y esté siempre expandiendo la frontera agraria hacia zonas más desprovistas de la presencia del Estado y menos aptas para el desarrollo agrario.
Pero, además, está la emergencia de los grupos armados: cuando termina esa ola colonizadora, a finales de los años 1970, aparece el narcotráfico, que les dio a las comunidades de colonos, por primera vez, un producto suficientemente rentable y con suficiente demanda para sostenerse.
La colonización que estaba destinada al fracaso porque se estaba moviendo a sectores ecológicamente no aptos recibió un subsidio del mercado, que es el sobreprecio de la hoja de coca. Y como es un mercado ilegal, el regulador no fue el Estado, sino las guerrillas y las mafias.
Con eso la mitad de la geografía del país salió del control del Estado. Casi nunca lo tuvo, pero el narcotráfico precarizó aún más su ya limitada presencia.
Colombia tiene uno de los índices de desigualdad en la propiedad más altos del mundo. ¿Cómo se llegó a eso?
El proceso de ocupación del territorio fue sacando al campesinado de las mejores tierras: las planas y fértiles. Y lo fue expulsando hacia la frontera de colonización selvática, tanto en el Pacífico como en el Amazonas, así como en las alturas y en las laderas de las montañas.
Colombia tiene a la población en el lugar equivocado. En vez de tener la mayor densidad de población donde está la oferta de suelos fértiles y planes para la agricultura, tenemos esos suelos dedicados a la ganadería extensiva y a la captura de rentas por valoración de la tierra, que es el verdadero negocio de los grandes terratenientes.
El producto agro no es la fuente de riqueza de la tierra en Colombia: es su valorización.
La altísima concentración de la tierra se debe a que una muy pequeña capa de la población almacena su capital en la tierra, mientras el resto de la sociedad, con sus impuestos, se la valoriza constantemente a través de infraestructura, redes, vías, etcétera.
Algunos dicen que en algunas regiones de Colombia pareciera que opera un sistema feudal. ¿Qué tan cierto es eso?
Es cierto. Le doy un ejemplo. Durante un año estuve estudiando los procesos de adquisición de las grandes haciendas en Sucre (un departamento en la costa Atlántica). Me fui a las oficinas de registro y encontré que nueve clanes familiares, todos emparentados entre ellos vía matrimonio, eran dueños del 55% de la superficie del departamento.
Y cuando me puse a mirar las formas de adquisición, la gran mayoría se dio por sentencias de juicios de pertenencia. Es decir: que esas tierras que antes eran baldíos de la nación que, con solo dos testigos de la zona, fueron tituladas por un juez.
En Colombia ha habido una usurpación sistemática de la tierra fértil, tolerada por una ley que acreditó títulos a la gran propiedad monopolista, y se expulsó al campesinado a la periferia y a las montañas altas.
¿Es verdad que las vacas en Colombia tienen más tierra que los campesinos?
Sin duda. Acá tenemos 7 millones de hectáreas dedicadas a la agricultura, tanto empresarial como campesina, y 39 millones de hectáreas dedicadas a la ganadería. Y no somos grandes productores de ganado: tenemos uno hato de 28 millones de cabezas, una tercera parte de lo que produce Argentina.
La verdadera función del ganado acá no es vender carne o cuero, es ser celadores de la propiedad de la tierra.
También es verdad que, en zonas como la costa Atlántica, uno, cuando va en carro, ve una vaca cada hora.
¿Y también es verdad que en Colombia nunca se ha hecho una reforma agraria?
No, se han hecho esfuerzos inimaginables para resolver esto. La primera reforma agraria en Colombia la hicieron los borbones en los 1780 y fue una reforma seria, eliminaron muchos latifundios y le dieron tierra a mucha gente. La idea de reformar la tenencia no es nueva.
Pero sí hay algo acá que no ha pasado en otros países.
Sí, que nuestras reformas agrarias han sido, en general, tímidas, marginales, limitadas.
Toda la reforma agraria de los años 60 permitió entregar a campesinos, en 50 años, menos de 2 millones de hectáreas. ¡En 50 años!
Y en el acuerdo agrario de La Habana (parte del proceso de paz con las FARC, que se firmó en 2016), el gobierno se comprometió a distribuir 3 millones de hectáreas. Un poco más del 50% más de lo que se acordó y parceló y distribuyó en medio siglo.
Es decir: aun con lo osada que fue, la reforma agraria acordada en La Habana es una reforma moderada, parcial.
Más que no haya habido intentos de reforma agraria, lo que ha pasado en Colombia es que todas las reformas han fracasado. Y eso se debe a dos cosas: que hay oposiciones muy fuertes y que hubo errores de concepción en el diseño de las reformas.
Hablemos de esos errores.
Por ejemplo, apenas ahora estamos empezando a hablar del enfoque territorial para pensar el problema agrario.
Colombia tiene cerca de 100 territorios diferenciados geográficamente. Es un mosaico, un archipiélago, de ecosistemas. Cada uno de ellos tiene sus lógicas, no solo ecológicas, sino económicas, políticas, culturales. Y el problema agrario se define, y se tiene que resolver, según las características de cada territorio.
En Colombia no hay un problema agrario, hay 100 problemas agrarios diferenciados, que no pueden recibir el mismo tratamiento de parte del Estado. Si usted no se acomoda a la complejidad, la complejidad lo derrota.
Y eso es lo que parece haber ocurrido por 200 años, no solo en el tema rural: que Bogotá toma decisiones por el resto con un enfoque centralista, andino, criollo incluso.
Y por eso han fallado las políticas. El enfoque territorial lleva décadas funcionando en Europa y en muchos países de América Latina (Brasil, Argentina, México), donde se dieron cuenta que todos los territorios son potencialmente competitivos si las políticas se adecúan a las condiciones del espacio.
¿Entonces qué es lo que hay que hacer?
Hay que meterle lógica geográfica el desarrollo rural del país, primero.
Segundo, uno puede aliarse con el sector privado para que ellos ayuden a pagar por el desarrollo técnico y de infraestructura que cada región necesita. El Estado no es el único que tiene esa capacidad y no se lo podemos cargar todo a los contribuyentes.
Después, les quitaría tierra a los rentistas de la tierra y la repartiría a los campesinos, en zonas cercanas a las grandes ciudades, con acceso a los mercados, con buenas vías, con buena calidad de suelos.
Habla de quitar la tierra. Eso genera mucho rechazo en sectores importantes. ¿Cómo hacer eso posible?
Desde el año 1936 se creó la figura de la extinción de dominio si uno deja las tierras ociosas. Su fundamento es que la tierra tiene una función social, porque es un bien único, es el planeta que todos compartimos y de ahí sale el agua, el oxígeno y el alimento que todos necesitamos para sobrevivir.
Entonces, no importa si tiene un propietario privado, la tierra debe cumplir un rol público. Si no lo hace, el Estado está en su derecho de extinguir el dominio.
Esa ley de los años 30 nunca se ha cumplido en Colombia, porque los terratenientes tienen mucha fuerza política, económica, mediática. Pero eso hay que tocarlo. Hay que extinguir el dominio de las tierras que sirven solo como almacenaje de capital.
¿Y cómo se comprueba que las tierras son ociosas? Muchos pueden alegar que con una vaca cada hora, como usted dice, están usando el espacio. Y que eso corresponde a su libre albedrío en un sistema capitalista y liberal.
Esa es una discusión interminable, porque el finquero puede decir que tiene la tierra quieta porque la está regenerando, o que las vacas no están porque están en otro pasto y mil excusas más.
Pero hay una fórmula mucho más sencilla: consultar las declaraciones de impuestos de renta de cada propietario, a ver cuánto excedente le está generando la tierra.
Si uno cruza esa información con los títulos de renta, es fácil saber si la están usando o no.
No parece fácil, técnica y burocráticamente, cruzar esa información.
No es fácil, pero es un método directo, sencillo. Y si empieza a salir la información en los medios de lo que los terratenientes están haciendo con su tierra ociosa, al día siguiente todos entran en pánico, y con razón, porque o van a entrar en fraude tributario o les van a quitar sus tierras. Y tendrán que escoger cuál de las dos prefieren.
En todas partes la tierra es una moneda corriente de poder político y económico. ¿Qué es lo que hace el caso colombiano particular?
Acá las consecuencias del problema han sido mucho más drásticas.
Primero tiene el surgimiento de guerrillas en los años 60 y 70 como formas de lucha de los campesinos y luego en los 80 y 90 surgen los paramilitares como una forma de defensa de la propiedad. Ese conflicto tiene como consecuencia el desplazamiento de 8 millones de personas, por no decir que 8 millones de campesinos.
Y después métale a eso el surgimiento del narcotráfico, que sirvió como una forma de control y apropiación ya no solo del territorio, sino también de la vida agraria.
Uno puede decir que un país tan desigual, tan fragmentado territorialmente, con tanta corrupción y precariedad de la presencia estatal y con tanta tierra fértil, es una suerte de ecuación perfecta para la organización de los carteles del narcotráfico.
Y a eso se añaden los errores de gestión que mencionaba antes.
Claro. Otro error inmenso fue la apertura económica acelerada de los años 90 que desprotegió el sector agrario y quebró a los campesinos y convirtió una economía productora en una comercial y de servicios.
Creció la banca, crecieron las grandes cadenas de distribución de productos importados, crecieron las grandes empresas de hidrocarburos, pero el país se desagriculturizó y desindustrializó. Y eso no ocurrió de manera tan acelerada en otros países de América Latina.
La quiebra de los sectores agrarios hizo que el capital se refugiara en la renta de la tierra y por lo tanto le puso un sobreinterés a la propiedad.
Eso perjudicó no solo a los campesinos, sino a la competitividad misma del país en un mundo capitalista. Benefició a unas pequeñas élites regionales que tenían subordinados al Estado y a las Fuerzas Armadas, y un acceso hiper restringido y privilegiado a las rentas y a las propiedades.
Claro, es más difícil ser un empresario moderno, competitivo, que tiene que asumir riesgos, que debe jugársela por ser competente en un mercado abierto, que tener 5.000 hectáreas que no se trabajan, quietas, y se valorizan con el tiempo.
¿Cuáles son las consecuencias de todo esto?
Que el país se va a encontrar, y se está encontrando, muy mal preparado para el cambio climático. Colombia es uno de los tres o cuatro países más vulnerables frente al cambio climático. La alteración del sistema hídrico de lluvias y la erosión de las montañas generan enormes amenazas.
En la región andina, cuando llegaron los españoles, había 70 millones de hectáreas de bosques. Cubrían todas las cordilleras. Hoy tenemos menos de 7 millones de bosque. Hemos deforestado las montañas, y eso acaba con las puertas de entrada de recarga de los acuíferos. Es decir: con su capacidad de absorber agua. Y sin eso el agua no infiltra la tierra, no rellena el acuífero, sino que genera no solo erosión de suelos, sino eventos catastróficos de deslaves y deslizamientos e inundaciones.
Tener a la gente viviendo e intentando cultivar en zonas no aptas para la agricultura nos pone una situación crítica. Resolver el problema agrario es reordenar la distribución de la población en el territorio de tal manera que quitemos presión demográfica a zonas que solo pueden servir para mantener el ecosistema sano.
40% del territorio total colombiano está en proceso de erosión, considerando que más del 50% es selva amazónica intocada, de la cual hemos destruido el 10%. Cuando ese número llegue al 30%, el proceso es irreversible, y la selva comienza a morirse y se vuelve llano, llanura, sabanas.
Suena todo muy estructural y difícil de cambiar. ¿Cree que Petro puede hacerlo distinto a los anteriores?
Lo que está haciendo no es muy distinto a lo que se intentó antes, en los 60, que se promovió la organización campesina. Meterle pueblo a la reforma es la única manera de que no encuentre obstáculos.
Petro también ha dicho que hay que trasladar población a zonas seguras. Lo dijo el otro día en el Canal del Dique (en el norte). No se puede seguir invirtiendo en diques y diques si todos los años la inundación es mayor, porque el agua rebasa cualquier dique.
La complejidad del problema es muy grande. No lo veo precisamente optimista.
Soy optimista del remesón de Petro, pero me preocupa la escogencia de algunos funcionarios que están muy desgastados política y técnicamente.
Siendo realistas, creo que las cosas van a seguir más o menos igual. La inercia nos lleva hacia allá.
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