Asian Town, el aislado barrio de los obreros que construyeron los estadios de Qatar
Asian Town, el aislado barrio de los obreros que construyeron los estadios de Qatar
El fútbol está siendo la distracción de los migrantes tras jornadas de trabajo que muchas veces superan las 12 horas.
– A 20 kilómetros del estadio Al Janoub de Qatar, miles de trabajadores migrantes ven el fútbol a través de una pantalla gigante. Al campo, que muchos ayudaron a levantar con sus manos, no pueden acercarse.
Lejos de los focos de la Doha cosmopolita, lujosa y ultramoderna que se muestra por televisión, los hombres más humildes del país se juntan en su particular “zona fan de los pobres”.
Así la llaman ellos mismos.
Está instalada en el estadio de críquet de Asian Town (barrio asiático), el punto neurálgico de la zona industrial de la capital, el lugar donde residen cientos de los miles de migrantes que levantaron los estadios y otras infraestructuras de Qatar 2022 y que están en el centro de una de las mayores controversias de este Mundial.
“Vivimos y trabajamos como esclavos. Aguanto por mis hermanos pequeños en Uganda, para que coman y se eduquen”, dice el joven Moses. “Hemos trabajado en condiciones que ningún humano debería. Las temperaturas son altas y trabajamos horas que no acordamos, hasta 14 ó 15 al día”, continúa.
Sin embargo, no todos aquí piensan como él.
Muchos agradecen a Qatar por darles trabajo y librarles de situaciones más precarias en sus países de origen como India, Bangladesh, Pakistán, Nepal y otras naciones del este de África.
“En Nepal o Pakistán hay demasiada gente, menos trabajo y menos dinero. Qatar ha sido bueno con nosotros”, coinciden dos de los entrevistados.
Organizaciones humanitarias e instituciones han denunciado abusos y violaciones de derechos de los trabajadores durante los proyectos para Qatar 2022 y la Organización General del Trabajo apuntó que hubo decenas de muertes.
Moses, de Uganda, aseguró a BBC Mundo que dos de sus compañeros murieron trabajando, una afirmación que este medio no pudo comprobar de forma independiente.
“Uno colapsó del calor. Simplemente se fue”, señaló.
El gobierno de Qatar, por su parte, afirma que 37 trabajadores de la construcción habían muerto entre 2014 y 2020, aunque solo tres de ellos por causas “relacionadas con el trabajo”.
Un portavoz del gobierno dijo recientemente a la BBC que las reformas implementadas, que han convertido a Qatar en el país del Golfo con la legislación laboral más avanzada, están mejorando las condiciones laborales de la mayoría de trabajadores extranjeros y que según vayan implementando las medidas, más empresas cumplirán con las nuevas reglas.
“Bienvenidos a la Fan Zone Industrial”
Es noche de viernes y para muchos el único día libre.
Mientras los migrantes entran en masa al estadio de críquet, un grupo improvisa un baile cerca de la entrada, donde un cartel reconoce su esfuerzo en árabe, inglés e hindi: “Gracias por sus contribuciones para realizar la mejor Copa Mundial de la FIFA”.
Dentro y fuera del estadio hay pantallas gigantes y puestos de comida y bebida.
Decenas de miles se juntan en las gradas y el césped para ver los partidos en una atmósfera divertida, pero muy distinta a otras zonas fans de Doha, especialmente por la llamativa ausencia de mujeres.
En este país, las mujeres suponen alrededor del 25% del total de tres millones de habitantes, pero en esta zona industrial donde viven los migrantes menos cualificados solo son un 0,5% entre algo más de 310.000 residentes.
La mayoría de los hombres se dedican a la construcción y otras industrias pesadas.
Desde la abarrotada zona industrial, lo común entre los entrevistados son seis jornadas laborales de más de 12 horas cobrando el salario mínimo (1.000 riales qataríes al mes, unos US$275) o un poco por encima.
Cuesta preguntar por pagos y condiciones. Suelen responder primero con una risa irónica. Advierten que sus compañías les piden no hablar con periodistas.
“No podemos hablar. No queremos problemas, pero muy cómodos no estamos”, dice un grupo de migrantes africanos.
De los testimonios encontrados, el salario más alto fue el equivalente a US$686 mensuales. El resto cobraba alrededor o algo más del salario mínimo que aprobó Qatar en 2021.
Y aunque pueda parecer una suma considerable teniendo en cuenta la situación en otros países, los migrantes describen que apenas les da para ahorrar y mandar remesas a sus familias.
También tienen difícil ir a otras zonas fans de la ciudad ya que necesitan portar una tarjeta hayya, una especie de permiso de estancia que se expide a quienes hayan comprado entradas, un lujo de US$60 o más que no pueden permitirse.
Entre esto y el poco tiempo de descanso, muchos dicen no salir casi nunca del barrio.
“No he pensado ir a un partido porque mi compañía me trajo y ahora mismo me siento como en una jaula. Quizás en algún momento sea más libre. Esta zona fan es para nosotros los pobres y se lo agradezco a Qatar. Me encanta”, dice John, migrante ghanés.
Asian Town
La zona industrial está a unos 15 kilómetros al sudoeste de Souq Waqif, el zoco de Doha. A diferencia de muchas atracciones de la capital donde se llega en 30 ó 40 minutos en transporte público, arribar aquí se tarda alrededor de una hora.
El gigantesco metro que se alistó en tiempo récord para el Mundial no llega todavía a esta barriada.
La atracción principal es el llamado Asian Town (barrio asiático), un complejo compuesto por un centro comercial más asequible para el bolsillo obrero con restaurantes, tiendas, cines, un anfiteatro, el campo de críquet y Labour City (Ciudad del Trabajo), donde pernoctan alrededor de 70.000 migrantes.
“Ciudad Asiática, el mejor alojamiento con completas instalaciones de servicio”, reza un cartel en una de las entradas vigiladas de Labour City.
Esta es la residencia que Qatar inauguró en 2015 bajo intensa presión internacional por las denuncias sobre las precarias condiciones de los trabajadores de la construcción.
Entrar está prohibido: un muro de unos 4 metros de alto cerca las instalaciones con decenas de cámaras de seguridad instaladas.
El complejo está rodeado por grandes autopistas que dificultan el paso a pie y por extensas zonas descampadas donde se acumulan latas de soda, botellas de plástico y bolsas de papas sobre la arena.
No se puede decir que por fuera Labour City luzca como un lugar descuidado o precario, pero está lejos de parecerse a la mayoría de propiedades residenciales de la capital.
Dentro hay mezquitas, lavanderías, gimnasios y cafeterías.
Muchos duermen en habitaciones de cuatro, aunque Moses asegura que en algunas conviven hasta 16.
Día de descanso jugando críquet
En uno de los descampados que rodean esta especie de ciudad intramuros, algunos de sus residentes organizan una pachanga de críquet.
Es una forma divertida y barata de relajarse mientras dura el sol y llega la hora de los partidos del Mundial.
“A veces jugamos hasta 10 horas. Amamos el críquet”, dice un trabajador pakistaní a BBC Mundo.
Es aquí donde varios entrevistados dicen estar satisfechos con sus vidas al compararlas con lo que dejaron atrás en sus países.
“Las empresas para las que trabajamos nos pagan el alojamiento y nos dan estipendios para comer. Dentro de Labour City hay supermercados y un hospital. Estamos bastante agradecidos”, dice un nepalí.
Pero admiten que lo que ganan no da para mucho.
“En los días de descanso no nos movemos de aquí. Qatar es muy caro y no queremos desperdiciar porque hay que mandar a las familias”, señalan, pidiendo que no revelemos sus nombres por temor a represalias de sus compañías.
“Hace poco uno habló mal del Mundial en una entrevista en vivo y no le fue muy bien”, cuentan.
“Qatar está para hacer algo de dinero y regresar a casa”
John, el trabajador ghanés que describe el estadio de críquet como “la zona fan de los pobres”, vive en la otra parte de la zona industrial.
Para llegar aquí desde Asian Town hay que cruzar un túnel subterráneo que atraviesa una autopista. El túnel está lleno de cámaras de seguridad.
El barrio está principalmente formado por almacenes, construcciones a medio hacer, grúas, humildes edificios de apartamentos, tiendas, restaurantes y cafeterías obreras.
Varias zonas están sin asfaltar y el viento levanta el polvo con frecuencia.
No hay chabolas o favelas típicas de barrios marginales de América Latina, pero choca el contraste en una ciudad empeñada en mostrar su lado moderno y vibrante.
“Comparto un cuarto con seis más, pero no estamos tan mal y así también somos más para pelear por derechos en el futuro”, comenta.
“Qatar está para hacer dinero y regresar a casa. Quiero quedarme 10 años aunque mi contrato sea de dos, ahorrando y mandando para mi familia. Me gusta Qatar, aunque a veces, cuando vemos a la policía, no sabemos si acercarnos o huir. Dan miedo”, dice John entre risas.
Una realidad más allá de Qatar
Algunos de estos obreros conocen experiencias en otros países de la región, donde las condiciones son peores.
“Tengo conocidos en Arabia Saudita que sus empleadores no les dejan ni salir de la residencia”, dice Moses.
Qatar es el primer país árabe en abolir el controvertido sistema kafala (patrocinio en árabe) y el segundo en establecer un salario mínimo después de Kuwait.
Bajo el kafala, si un empleado cambiaba de trabajo podía ser procesado, arrestado y deportado. Con frecuencia les retenían el pasaporte, impidiéndoles en efecto salir del país.
Human Rights Watch (HRW) reconoce las mejoras de Qatar, pero insiste en que “los trabajadores migrantes aún dependen de sus empleadores para facilitar la entrada, la residencia y el empleo en el país, lo que significa que los empleadores son responsables de solicitar, renovar y cancelar sus permisos de residencia y trabajo”.
“Los trabajadores pueden quedarse sin documentos por causas ajenas a ellos cuando los empleadores no cumplen con dichos procesos, y son ellos, no sus empleadores, quienes sufren las consecuencias”, dice este informe de HRW de 2020.
El año pasado, la organización señaló que los trabajadores extranjeros todavía sufren “deducciones salariales punitivas e ilegales” y enfrentan “meses de salarios impagos por largas horas de trabajo agotador”.
Qatar considera que la prensa internacional es injusta por poner mucho foco en estas cuestiones y dar menos peso a sus progresos de los últimos años.
“Espero que este Mundial nos traiga mejores condiciones y más derechos”, dice por su parte un inmigrante indio.
El sentimiento es compartido por otros trabajadores menos Moses, el más crítico, que siente que esta Copa del Mundo no es para ellos.
“Damos mucho a nuestras empresas, pero recibimos poco. Estoy rezando para cambiar de trabajo”, confiesa.
“Nada cambiará después del Mundial. Creo que las condiciones serán más duras todavía”, dice resignado.
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