CORAZONES BUCÓLICOS
CORAZONES BUCÓLICOS
“Nuestra tarea de custodia debe estar presente a todas horas, preservando
los inciensos nativos y reconstruyendo zonas para todos los corazones
labriegos”.
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Víctor CORCOBA HERRERO/ Escritor
corcoba@telefonica.net
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Los pasajes vivenciales no son más que un manto silvestre de
aromas que nos resucitan cada día, lo que requiere de nosotros unos hábitos
saludables y un deseo de vivir, desvividos por preservar los hábitats
naturales, para poner a nuestro planeta en el camino de la curación y para
situarnos también nosotros, los humanos, en una labranza de sueños hacia sí
mismo, previo talar los árboles de la soberbia, entregándonos para que el
mundo llegue a ser un poco más celeste y la biosfera no acabe en un final
desastroso. Indudablemente, la supervivencia es algo más que un itinerario,
es una mística gozosa que nos interroga tras la contemplativa, de manera que
nos vuelve poesía ante tanta belleza de fauna y flora natural. De eso se
trata, de retornar al verso, floreciendo nuevamente la nobleza del ser
humano, que es lo que en verdad nos hace proteger con éxito la
biodiversidad, como auténticos poetas en guardia permanente.
Dejemos que las fragancias, con sus esencias existenciales, acrecienten la
llamada a comprometernos con el medio, que tantas veces nos habla; y, sin
embargo, apenas entramos en sintonía de escucha. Hagamos una pausa en
nuestros andares, revisemos los pasos dados, acariciemos con la mirada
nuestra inédita recreación. Seguramente, entonces, vibraremos bajo esa toga
multicolor, sabiendo que nada desfallece y que todo se armoniza, porque ha
de hermanarse. Ciertamente, el valor de la crónica silvestre es
incalculable. Nosotros hemos de ser sus cuidadores, no sus destructores.
Saboreemos sus enérgicas lociones, dejémonos alimentar por sus
contribuciones vitales, trabajemos con toda el alma y con toda la mente, por
ese estado original que todos nos merecemos respirar, para descubrir
principios que son universales. Sea como fuere, jamás desfallezcamos en ese
reencuentro de todos hacia todos, haciendo de nuestra casa común un
verdadero hogar de sensatos alientos, en lugar de propiciar agentes
contaminantes.
En cualquier caso, a poco que exploremos nuestro propio planeta advertiremos
que la intervención humana suele estar al servicio de un interés mundano, en
vez de intensificar la protección a una hermosura que sin ella nada somos.
Hay que poner fin a esta inútil contienda contra la naturaleza, cuidando con
especial preocupación a las especies en vías de extinción. Al fin y al cabo,
coexistimos en ese poema vivencial, que no puede degradarse, sino que debe
de enaltecerse a través del contacto espiritual, verdaderamente consolador
que nos convoca a una comunión fraternal. Nuestra tarea de custodia debe
estar presente a todas horas, preservando los inciensos nativos y
reconstruyendo zonas para todos los corazones labriegos. Es verdad también
que requerimos unidad para sembrar esfuerzos, que nos encaminen a trabajar
con los gobiernos, la sociedad civil y el sector privado, al menos para
convertir las palabras en hechos, el compromiso en acción, sabiendo que todo
está relacionado en un edénico himno que glorifica su distintivo soplo de
luz.
Por eso, el medio ambiente que se conjuga existencialmente con todos sus
efluvios es un bien colectivo, patrimonio de toda la humanidad y
responsabilidad de cada caminante en su diario de vida. Hemos de vivir,
pues, en armonía plena con aquello que nos rodea. Personalmente, aún
recuerdo aquel asombro que tuve de niño ante un nogal solitario, al que
acudía a diario a cantarle mis alegrías y a contarle mis tristezas. Pasado
el tiempo, vi como desapareció aquel vivo espacio natural, convirtiéndolo en
un lugar residencial donde nadie conoce a nadie, previo derrumbar sin
miramiento alguno, aquel árbol de copa amplia y redondeada, denso de ramas
gruesas y fuertes, al que tanto me abracé de adolescente. Está visto que el
plan humano tiende a ignorar esos pulsos bucólicos que nos emocionan
internamente y nos serenan. Don dinero es el que manda y ordena, el que nos
manipula a su entero capricho, hasta llegarnos a absorber nuestros innatas
fragancias de temperamento místico.
Cualquiera está conectado a los corazones silvestres. Requerimos de sus
níveos bálsamos. Fuera dominaciones, son asfixiantes. Hay que respirar otros
hábitats en jardines más paradisíacos que poderosos. Es fundamental volver
al escenario rural, dejarse acompañar por sus perfumes, interactuar con la
ciencia, el arte y la cultura, cuando menos para poder regenerarse de tanto
maltrato al entorno del que formamos parte indivisa y, así, poder generar
nuevas áreas favorables a la savia, ante el suplicio del deterioro ambiental
que padecemos y que cuestiona los comportamientos de cada uno de nosotros.
En esto, nadie quedamos a salvo. Ante esta bochornosa realidad, hemos de
pasar esta etapa de autodestrucción y comenzar nuevamente con otro periodo.
Yo mismo me he propuesto injertar en un lugar de tránsito habitual, un nuevo
árbol solitario, donde iré a hacer penitencia, pero también a embellecerlo
de sueños literarios. Lo significativo es que la alianza entre la humanidad
y su contexto campestre prosiga, sin que la desunión triture los latidos.
Víctor CORCOBA HERRERO / Escritor
corcoba@telefonica.net
02 de marzo de 2023
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