La política argentina se crispa al ritmo de la inflación
La política argentina se crispa al ritmo de la inflación
Un comercio de venta de ropa anuncia su cierre en una calle céntrica de Buenos Aires, en noviembre de 2022.
PABLO E. PIOVANO (BLOOMBERG)
– El 7,7% de subida del IPC en marzo acrecientan el desapego del electorado a las candidaturas de las dos coaliciones tradicionales
No es un trabajo fácil domar la economía argentina. Siempre al borde del precipicio, basta un paso en falso para que todo estalle por los aires. La padeció Mauricio Macri y ahora la sufre Alberto Fernández. El primero perdió las elecciones en 2019 por culpa de la inflación. Fernández va por el mismo camino.
En ambos casos, armaron planes de emergencia para llegar con vida a las urnas. Macri, con recetas ortodoxas, entregó el país con un 53,8% de subida del IPC, el peor dato desde 1991. Fernández, con fórmulas heterodoxas, lo ha llevado al 104%, según el último dato oficial difundido el viernes.
La sensación de crisis terminar vuelve a amargar el ánimo de los argentinos. Faltan seis meses para las elecciones y el peronismo ve cómo el triunfo electoral se le escurre de las manos.
La historia de la lucha contra la inflación no está del lado de la Casa Rosada. El 1 de marzo de 2018, Macri proclamó ante el Congreso que la crisis que había heredado del kirchnerismo estaba superada. “Lo peor ya pasó”, dijo. Dos meses después, el peso perdía el 9% de su valor en una sola jornada, la inflación se disparaba y Argentina pedía el auxilio del Fondo Monetario Internacional (FMI). Macri esbozó entonces una explicación que aún hoy es objeto de chanza. “Pasaron cosas”, dijo. El presidente pensaba en la apreciación del dólar, la subida de la tasa de interés en EE UU y el precio del petróleo.
En otro mes de marzo, pero de 2022, Fernández creyó oportuno declarar el inicio de “la guerra contra la inflación”. El IPC acumulado interanual superaba entonces el 55%, pero con el horizonte despejado de vencimientos tras un acuerdo con FMI pensó que todo sería más fácil. Un año después, la inflación está en los tres dígitos. Fernández no dijo “pasaron cosas”, pero achacó la crisis a la guerra en Ucrania y, más acá en el tiempo, a la sequía récord que este año devastó el campo argentino.
Las apelaciones a causas externas, sin embargo, se agotan. El sábado, con el Gobierno aún grogui por el 7,7% de subida registrado en marzo, el jefe de Ministros, Agustín Rossi, se sinceró en una entrevista. “Pensamos que lo íbamos logrando, pero no fue así”, dijo. El IPC había iniciado una curva descendente en octubre, pero en diciembre volvió a subir y ya no paró. La amarga tarea de domar a la bestia está en manos de Sergio Massa, el ministro de Economía. Paradojas del destino, el peronismo ha puesto su suerte en manos del FMI y Estados Unidos, sus históricos rivales.
El desafío de la Casa Rosada es evitar una devaluación brusca que derive en una hiperinflación. Ya no se trata de mejorar las expectativas para ganar las elecciones, sino de sobrevivir hasta diciembre, cuando termina el mandato de Fernández. Massa estuvo la semana pasada en Washington y trajo un poco de aire fresco.
El Fondo se abrió a “recalibrar” el acuerdo de refinanciación firmado en enero de 2022 para adaptarlo a las nuevas necesidades argentinas. La sequía, la peor en 60 años, supondrá este año una reducción de 20.000 millones de dólares en los ingresos por exportaciones. Tras acordar el mes pasado una bajada de las metas de acumulación de reservas, ahora se verá si es necesario también aflojar el nudo de la reducción de rojo fiscal, pactado en el 1,9% del PIB para 2023, y la emisión monetaria. La crisis, en cualquier caso, se derrama sobre la política y abre un escenario nuevo en Argentina.
La crisis de 2001 parió al kirchnerismo, una corriente de la izquierda peronista que pronto se subió a la estela progresista sudamericana. El efecto de esta de 2023 va en sentido contrario: los argentinos están hartos de la política y son cada vez más lo que miran hacia la extrema derecha. Allí está Javier Milei, un economista que se declara anarcocapitalista y promete dinamitar todo para terminar con “la casta política”. Para bajar la inflación, propone dolarizar la economía y cerrar el Banco Central.
La irrupción de Milei supone el fin de dos décadas de hegemonía de las dos grandes coaliciones surgidas de la debacle del corralito: la de Juntos por el Cambio, creada por Macri, y el Frente de Todos, peronista. Los sondeos parten ahora la torta en tres, con entre el 20 y el 25% de los votos para cada sector.
Milei pesca en río revuelto. Los sondeos ubican a los indecisos cerca del 30%, evidencia del desapego que esta nueva crisis económica, la enésima, causa entre el electorado. El fenómeno coincide además con un proceso de sucesión de liderazgos políticos que, al final del día, complican cualquier solución posible. Macri anunció en marzo que no será candidato a la presidencia en octubre. La silla vacía aceleró la disputa de poder entre el alcalde de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta, y la exministra de Seguridad de Macri, Patricia Bullrich.
En la vereda de enfrente, Cristina Kirchner se bajó de la carrera en diciembre, tras ser condenada e inhabilitada de por vida en una causa por corrupción. El peronismo no tiene candidato, mientras que Fernández demora todo lo posible la definición sobre una eventual reelección. La demora presidencial desespera al kirchnerismo, que quiere a Fernández lo más lejos posible de cualquier candidatura.
Para el Gobierno, en cualquier caso, el escenario no puede ser peor. Es ley en Argentina que cuando cae el salario real de los trabajadores, los que están en el poder lo pierden. Según la última medición oficial, el promedio actual del ingreso está por debajo del de finales de 2021, cuando el peronismo perdió las elecciones de medio término, y ya es el peor de la última década. Se trata, en cualquier caso, de evitar una catástrofe en las urnas.
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