Xiongnu, los míticos guerreros nómadas que llevaron a China a construir la Gran Muralla
Xiongnu, los míticos guerreros nómadas que llevaron a China a construir la Gran Muralla
Obra del artista Galmandakh Amarsanaa que representa los hallazgos sobre los xiongnu, cuyo imperio multiétnico se conectó comercialmente con Roma, Egipto y la China imperial.
- En el año 33 a.C., los gobernantes de la China Han y los nómadas xiongnu del norte buscaron un acuerdo de paz que pusiera fin a muchos años de luchas brutales.
Como se había hecho en otras ocasiones, el trato se sellaría con la boda de una princesa de la corte china y un jefe xiongnu.
El emperador chino, sin embargo, no quería perder a ninguna de sus hijas así que ordenó buscar en su harén a alguna voluntaria.
La única dispuesta a aventurarse en un matrimonio que la destinaría a vivir en un mundo desconocido fue Wang Zhaojun, una chica deslumbrantemente bella e inteligente, que vio en la propuesta una oportunidad para librarse de la vacuidad de la vida en palacio y jugar un rol crucial.
Con el título de princesa, un hermoso vestido rojo y una pipa, instrumento que tocaba con gran maestría, partió en un caballo blanco para emprender su largo viaje hacia tierras lejanas.
Pasó el resto de su vida en la estepa y su influencia benigna contribuyó a un largo período de paz entre los antiguos enemigos, los Han y los xiongnu.
“Su vida sería totalmente diferente entre los xiongnu. Para empezar, como mujer, tendría mucho más margen para el poder”, anotó Christina Warinner, del departamento de Antropología de la Universidad de Harvard, en EE.UU.
La experta en arqueología biomolecular lo sabe porque ha estudiado en profundidad el que fue el primer imperio nómada de la historia.
Aunque la historia de Wang Zhaojun está empapada de leyenda, Warinner contó que efectivamente los xiongnu y la dinastía Han “intentaron muchas veces formar acuerdos de paz y, a menudo, los matrimonios se utilizaban para tratar de cimentarlos”.
“Pero, en última instancia, tenían formas de vida tan diferentes y visiones del mundo tan fundamentalmente dispares que les fue difícil lograr una paz duradera”.
Irónicamente, fueron los cronistas chinos los principales narradores de la historia de sus enemigos en la posteridad.
Y es que los xiongnu nunca desarrollaron un sistema de escritura y, por ser nómadas, dejaron muy poca evidencia de su vida cotidiana.
Pero sí vastos complejos mortuorios desde los cuales, gracias a la ciencia, están contando con su propia voz quiénes fueron.
De hecho, una investigación reciente en dos de esas tumbas en la que participó Warinner enriqueció la imagen de esos legendarios nómadas que construyeron su poderoso imperio sobre los lomos de sus caballos y tenían el Sol y la Luna como su tarjeta de identidad.
Pastores aguerridos
“El Imperio xiongnu se formó muy dramática y repentinamente”, señaló Warinner.
“Durante miles de años, las poblaciones al este y oeste de las montañas que atraviesan el centro de Mongolia no habían interactuado realmente entre sí.
“De repente, alrededor del año 200 a.C.. hubo mucho movimiento, mucho caos, guerra, y los dos grupos se unieron para formar ese nuevo Imperio xiongnu”.
Contemporáneo de los antiguos imperios romano y egipcio, ese imperio ecuestre emergió como el mayor rival de la China imperial.
Las crónicas de los historiadores chinos hablan de brutales batallas en las que hasta 300.000 feroces arqueros xiongnu a caballo incursionaban una y otra vez en el norte de China.
La Gran Muralla es una prueba monumental de que no exageraban: fue construida a lo largo de toda la frontera norte como una barrera contra los formidables guerreros pero, aunque los ralentizó, no los detuvo.
Su destreza en la guerra montada ha dominado su imagen e inspirado hasta videojuegos.
Pero era un pueblo pastoril nómada, cómo lo describió el historiador chino Sima Qian (145-90 a.C.), quien brindó uno de los primeros vistazos a esa cultura, que vagaba en busca de tierras de pastoreo para sus rebaños de caballos, vacas y ovejas.
“Tendían a moverse estacionalmente, muchas veces regresando a lugares similares. Pero también iban a lugares nuevos, donde la hierba era más verde”, explicó Warinner.
“Fueron expandiendo su territorio, formando alianzas con grupos que estaban más lejos, incluso antiguos enemigos”.
Poco a poco, llegaron a dominar la gran estepa euroasiática durante tres siglos.
Así lograban no sólo seguridad sino algo que valoraban sobremanera: productos exóticos.
“Les fascinaban las cosas de allende por lo que se esforzaban por construir y expandir redes comerciales estratégicas que les permitieran traer objetos y tecnologías de muy lejos”.
Pero ¿no se suponía que, a diferencia de Roma o Egipto, eran grupos nómadas de pastores que no construyeron ciudades o formaron burocracias centralizadas?
Seguro que podían llevar consigo cierta cantidad de esos bienes exóticos que tanto apreciaban pero, en esas circunstancias, habría un límite a cuánto podían acumular.
Pues en esto, como en muchos aspectos, juegan un rol clave las princesas, según los hallazgos del reciente estudio del equipo internacional de investigadores del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva y Geoantropología y de las universidades de Seúl, Michigan y Harvard.
Combinando arqueología con genética, por fin están saliendo a la luz aspectos fascinantes, como que, en una sociedad tan aparentemente dominada por la masculinidad, eran las mujeres las que apuntalaban el imperio.
Princesas sabias
“Una de las cosas que nos propusimos hacer fue reconstruir los genomas” de los restos humanos encontrados en los dos complejos mortuorios examinados”, explicó Warinner.
“Encontramos que eran muy diferentes de todo lo que vino antes. Eran enormemente diversos genéticamente.
“El imperio estaba formado por muchos, muchos grupos étnicos que se unieron y formaron una alianza política”.
Para comprender la dinámica interna de las comunidades xiongnu, los investigadores trabajaron en dos cementerios.
Uno era de la élite local, donde la evidencia mostró que “usaban matrimonios estratégicos para formar alianzas con sus vecinos”.
El otro era un cementerio aristocrático, donde había tumbas pequeñas alrededor de otras grandes y cuadradas donde estaban enterradas “las élites de las élites, las personas de más alto rango enviadas allí para expandir el Imperio”.
En las tumbas satélite estaban “personas que probablemente eran sirvientes, y lo interesante es que todos eran hombres, y todos eran de bajo estatus y extremadamente diversos”.
“Las tumbas aristocráticas estaban ocupadas por mujeres”.
Su diversidad genética era mucho menor que la de los estratos más bajos, lo que indica que el poder se concentraba en linajes particulares.
En sus ajuares funerarios hay evidencia de ese gusto por el arte y la tecnología de otras latitudes: piezas griegas y chinas, romanas y persas.
Además, hay claves de su rol predominante en la sociedad: objetos simbólicos convencionalmente asociados con guerreros masculinos, como copas de laca china, broches de cinturón de hierro dorado, herrajes para caballos, carruajes y esos soles y lunas que los identificaban.
“Eran marcadores de autoridad, de respeto, de gobernanza; no eran solo mujeres ricas, eran mujeres que ocupaban puestos de autoridad”.
Eran princesas políticamente inteligentes las que tejían el vasto imperio.
“Mientras los ejércitos de guerreros xiongnu expandían el imperio, las mujeres de élite gobernaban las fronteras”.
Esa tradición de dejar el gobierno en manos femeninas perduró, señaló Warinner.
“Incluso 1.000 años después de la caída de los xiongnu, en el Imperio mongol, el más grande que ha existido y que también fue nómada, las reinas fueron las mejores gobernantes”.
Y es que los xiongnu no dejaron una historia escrita pero sí una profunda huella.
“Tuvieron un enorme impacto a largo plazo.
“Después de que su imperio se derrumbara, la memoria se mantuvo fuerte.
“Siglos después surgieron una y otra y otra vez nuevos grupos que afirmaban ser los descendientes legítimos de los gloriosos xiongnu.
“Y muchas de las ideas que se originaron con ellos continuaron en imperios posteriores”.
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