“Si sobrevivías a Sendero, te mataban los militares”: Oronccoy, la comunidad de Perú que perdió tres cuartas partes de su población y ahora recupera los restos de 22 niños asesinados
“Si sobrevivías a Sendero, te mataban los militares”: Oronccoy, la comunidad de Perú que perdió tres cuartas partes de su población y ahora recupera los restos de 22 niños asesinados
Los sobrevivientes siguen traumatizados por lo que ocurrió en Oronccoy.
- “Los campesinos solo podían escoger de qué lado iban a morir”.
Así describe el periodista y escritor peruano Santiago Roncagliolo la tragedia de una comunidad olvidada de Perú que en la década de 1980 se convirtió en epicentro de un ajeno y sangriento conflicto armado.
Ubicado en el extremo oriental de Ayacucho, donde la sierra comienza a dar paso a la selva, el distrito de Oronccoy se compone de 16 localidades.
En ellas, de acuerdo al último censo, viven 1.027 personas, la mayoría sin acceso a luz eléctrica o agua corriente.
Son menos de una cuarta parte de los más de 4.000 habitantes, según estimaciones a partir de varias fuentes, que poblaban esta región alrededor de 1980.
Fue entonces cuando el ejército peruano y la organización Sendero Luminoso iniciaron una larga y brutal guerra que diezmó a la comunidad.
Casi cuatro décadas después, decenas de familias han encontrado paz al recuperar los restos de sus desaparecidos, pero muchas heridas siguen abiertas.
Esta es la trágica historia de Oronccoy.
Sendero Luminoso
Fundado a finales de la década de 1960 por el profesor universitario Abimael Guzmán como una escisión del Partido Comunista de Perú, Sendero Luminoso expandió poco a poco sus tentáculos por las regiones más rurales y remotas de Ayacucho.
“El Estado no llegaba a esas partes del país. Sendero aprovechó ese vacío”, indica a BBC Mundo Roncagliolo, autor del libro “La cuarta espada” sobre Guzmán y su particular cruzada maoísta.
En aquel tiempo, Oronccoy pertenecía al distrito de Chungui.
Era una comunidad prácticamente aislada: acceder llevaba horas por ríos o sendas boscosas ya que no había carreteras; sus habitantes se dedicaban al pastoreo o la agricultura de subsistencia, solo hablaban quechua y gran parte no sabían leer ni escribir.
Como hizo en otras áreas rurales de Perú, Sendero Luminoso fue enviando a maestros que, al tiempo que alfabetizaban a la población, reclutaban a jóvenes en sus cuadros para inculcar las ideas del partido inspiradas en la interpretación marxista-leninista radical de Mao Zedong: desde elimimar la propiedad privada hasta imponer un régimen comunista mediante la insurgencia armada.
Tras completar una primera fase de adoctrinamiento, “empezaron a enviar al juez, al jefe político, al ejército, a reclamarles cada vez más y actuar como el Estado de esos pueblos”, explica Roncagliolo.
Algunos habitantes veían con buenos ojos a sus nuevos dirigentes que, además de alfabetizar, castigaban con dureza a pequeños delincuentes, ladrones de ganado o prestamistas abusivos.
Fue así que Oronccoy se convirtió en “zona roja” o “puka llacta” en quechua, idioma nativo de los habitantes de la región.
Entre otras medidas, Sendero Luminoso expropió terrenos, prohibió o restringió el comercio, impuso nuevos tributos y trató de erradicar costumbres “no revolucionarias” como fiestas tradicionales.
Y al comienzo de la década de 1980, cuando ya controlaba extensas áreas rurales de todo el centro de Perú, los senderistas iniciaron la lucha armada no solo contra el Estado sino también todo lo que consideraran contrarrevolucionario, capitalista o burgués en sus territorios.
“Primero masacraron a las autoridades locales, y luego hicieron una ‘limpieza’ en cada pueblo”, indica el antropólogo ayacuchano Edilberto Jiménez Quispe.
Tras acabar con los antiguos dirigentes y hacendados locales, pusieron el punto de mira en los pequeños ganaderos: “cualquiera podía morir por tener una gallina en algunas zonas”, ilustra Roncagliolo.
Al malestar de muchos residentes por la feroz represión, ejemplificada en los frecuentes juicios populares y ejecuciones públicas, también contribuían las constantes hambrunas como producto de la colectivización agraria y la restricción del comercio.
Muchos campesinos huyeron a otras regiones y otros decidieron rebelarse, entre ellos el abuelo de Zoraida Rimachi, una joven de 33 años que nació después del conflicto y quiso compartir con BBC Mundo la trágica historia de su familia.
“Mi abuelo era una especie de representante de la comunidad de campesinos. No estaban de acuerdo con Sendero Luminoso y se organizaron como autodefensa”, explica.
Una tarde del año 1984 los senderistas fueron a buscarlo a su casa, pero él había salido.
“Estaba mi abuela con un bebé en los brazos y otro niño de 3 años, que eran mis tíos. La violaron, asesinaron a todos y quemaron la casa”, asegura.
Una semana después mataron al abuelo de Zoraida y a otro de sus tíos. En todo el conflicto fueron asesinados ocho familiares directos a quienes la joven nunca llegó a conocer.
Los militares
“En 1984 yo tenía 10 años. Una mañana mi hermano y yo jugánbamos con una pelota de trapo cuando de repente apareció un helicóptero. Jamás había visto eso en mi vida, pensamos que era un ave”.
Félix Oscco, exalcalde de Oronccoy, recuerda así su primer encuentro con los militares que llegaron al lugar para combatir a la guerrilla comunista.
En pleno apogeo del terror de Sendero Luminoso, el gobierno envió destacamentos de las fuerzas armadas y “sinchis” -policías especializados en contrainsurgencia rural- que se unieron a las rondas campesinas para combatir a los guerrilleros de Abimael Guzmán.
Pero las tropas peruanas, por lo general, no hacían distinciones: cualquier habitante de la sierra era un senderista en potencia.
“Nos escondimos entre pajas y vimos que del helicóptero salieron militares armados. Recorrieron la comunidad disparando a todo lo que encontraban, ya fueran animales o personas. Subieron a las casas más altas y de ahí comenzaron a bajar quemando, incendiando todo. Fue como un terremoto”, recuerda Oscco.
Cuando estalló el conflicto él formaba parte de una familia de 9 hermanos, de los cuales solo viven dos a día de hoy. “Los demás fueron asesinados por los militares”, lamenta.
En el mapa de las fuerzas armadas Oronccoy figuraba como uno de los principales focos subversivos del este de Ayacucho, por lo que establecieron una base en el cercano pueblo de Chungui y, junto a los campesinos sublevados, perpetraron auténticas masacres en la zona.
“Aquí la gente tradicionalmente vestía con colores rojos, y solo eso servía al ejército para señalarlos como terroristas y ejecutarlos. También mataban para robar el ganado a los comuneros”, señala el antropólogo Jiménez Quispe, que atribuye a los militares la mayor parte de los asesinatos cometidos durante el conflicto.
El periodista Santiago Roncagliolo, por su parte, compara así a los dos bandos involucrados.
“Sendero imponía reglas absurdas, pero eran unas reglas. Tú sabías por qué te iban a matar y por qué no. Había salvajes, pero en el ejército todos eran bastante salvajes, era mucho más impredecible. Eran corruptos, los mandaban de castigo ahí, por lo que generalmente llegaban los peores, y en cualquier momento podían alcoholizarse y descontrolarse”.
La aterrorizada población que quedaba en Oronccoy tenía dos opciones.
La primera era acatar las órdenes de Sendero Luminoso y ocultarse en los campamentos en áreas remotas de la sierra donde los guerrilleros se replegaron al verse superados por el ejército en la segunda mitad de la década de 1980.
“Allí trabajaban ocultos y vivían como animales del monte. Los senderistas obligaban a padres a asesinar a su propios bebés para que no lloraran por el hambre, ya que el ruido los podría delatar”, relata el exalcalde Félix Oscco.
La segunda era emprender un camino de varios días por montañas y bosques hasta llegar a alguna ciudad como Andahuaylas o Ayacucho, pero esta, paradójicamente, era la opción más peligrosa.
“Si no querías ir o no aguantabas las penurias del campamento y tratabas de huir, te ejecutaban”, declara Oscco.
Las víctimas
Las víctimas de las masacres perpetradas por guerrilleros y militares en las sierras de Perú tenían, por lo general, un mismo destino: las fosas comunes.
Solo en Ayacucho hay registrados 4.112 sitios de entierro, un 82% del total en el país, según el registro nacional de personas desaparecidas.
Ayacucho también es el departamento con más desaparecidos en el conflicto: 9.205 del total de 21.918 en todo Perú.
La mayoría siguen en paradero desconocido y hasta ahora solo se han cerrado 2.718 casos.
Desde hace años varias instituciones recuperan los restos de las víctimas, las identifican y se los devuelven a sus familiares sobrevivientes.
“A nosotros nos dieron ocho cuerpos, ocho huesitos en ocho cajitas, que eran mi abuelo, mi abuela, mi tío, mi tía y mis primos”, afirma Zoraida Rimachi.
Félix Oscco tuvo menos suerte.
“Mis hermanitos siguen ahí todavía sin identificar”, lamenta.
Tras varias rondas en los últimos años, el pasado julio se hizo una nueva entrega que puso de relevancia la crueldad del conflicto: de los 31 remanentes devueltos a las familias, 22 correspondían a niños asesinados por senderistas o militares.
“Nuestra misión es dar a la gente la oportunidad de un entierro digno de sus seres queridos”, explica a BBC Mundo Ángel Porras, representante de personas desaparecidas del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) en Ayacucho.
El programa también incluye asistencia psicológica, asesoría en el proceso, traducciones al quechua y viajes.
En algunos casos resulta imposible encontrar los restos y se cierran de manera simbólica, a lo que ayuda una peculiar iniciativa a cargo del dibujante local Jesús Cossio, que regala a los familiares retratos basados en descripciones de sus seres queridos.
En Oronccoy se han cerrado 120 casos con la entrega -real o simbólica- de restos a familiares de víctimas, y quedan 60 pendientes.
Las secuelas
La captura de Abimael Guzmán en 1992 dio un golpe crucial a Sendero Luminoso, que inició un progresivo declive hasta convertirse en un movimiento prácticamente marginal a día de hoy.
La organización, en todo caso, ya había perdido el control de gran parte de la sierra de Ayacucho a inicios de los años 1990, en los que desplazó su foco a sembrar el terror con atentados en Lima y otras ciudades.
Oronccoy recuperó la paz, aunque las cosas nunca volvieron a ser como antes para su población, diezmada y traumatizada.
“Han quedado desestructuradas las familias y eso impide que se generen condiciones de desarrollo en el pueblo”, asegura su actual alcalde, Efraín Calle.
Primero, las secuelas psicológicas entre los que se quedaron siguen presentes, como es el caso de la familia de Zoraida Rimachi.
“Mi papá se salvó, pero tanto él como mi tía y mis otros tíos quedaron traumados, enfermaron, y hemos pedido ayuda al Estado, pero apenas acuden”, clama.
Además, entre los sobrevivientes que aún residen en Oronccoy hay antiguos enemigos.
No es raro que un excombatiente de las rondas campesinas de autodefensa se cruce en un camino, en un comercio o una taberna con otro vecino que cuatro décadas atrás se alzó en armas con Sendero Luminoso. Y tampoco lo es que uno de ellos asesinara o delatara a familiares del otro hace cuatro décadas.
Así, los odios del pasado se reviven constantemente en la comunidad, hasta el punto de desatar conflictos verbales y físicos.
“A veces en alguna fiesta patronal se embriagan, recuerdan y terminan en pleitos, o entran en el tema de las amenazas. Es difícil tratar con un pueblo que ha vivido la violencia en profundidad”, afirma el alcalde.
En la familia de Zoraida Rimachi encontramos un ejemplo de que las heridas están muy lejos de cerrarse.
“Mi tío siempre me dice: ‘mira ese señor, que hacía convenio con los terroristas que mataron a mis padres, a tus abuelos, sigue vivo y tiene casa y carro’”, relata.
Y agrega: “espero que pague muy caro”.
Muchos jóvenes, como Zoraida, no vivieron directamente el conflicto pero cargan con el peso de su legado, lo que perpetúa una espiral de resentimiento y desconfianza y mina los esfuerzos para reparar el tejido social de un pueblo traumatizado.
Mientras, cada conjunto de restos recuperados y entregados son un paso más para cerrar las heridas en Oronccoy, la comunidad que perdió tres cuartas partes de su población en un conflicto tan absurdo como ajeno.
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