CRÓNICAS. Viaje Inolvidable a Egipto
CRÓNICAS. Viaje Inolvidable a Egipto
Foto Andrés García
Parte I: La Sagrada Familia, Migrante
Por: Lucía P. de García
Toronto.- Nunca imaginé que en Navidad estaría en uno de los lugares donde el Niño Jesús había sido arrullado por su madre María y cuidado por José, su padre terrenal por encargo divino. Fue en Egipto donde el destino nos dio ese maravilloso obsequio a mi esposo, a nuestros hijos, a mí.
Nuestro viaje comenzó en diciembre de 2000 en Toronto. Llegamos a El Cairo al día siguiente, por la noche. Rumbo al moderno y residencial Barrio Maadi, hogar de nuestros queridos anfitriones también ecuatorianos, vimos que tanto las calles de El Cairo Viejo cuanto las de la parte moderna y sus avenidas a las orillas del Río Nilo estaban totalmente iluminadas, y desde los minaretes se nos extendía la sonora invitación a alabar a Dios conforme la religiosidad del Islam.
El 24 de diciembre nos dirigimos pocos kilómetros al sur de Maadi escoltados por las elegantes y bellas palmeras datileras, muchas mostraban sus altos y gruesos tallos un tanto inclinados sobre la tierra, cual si estuvieran en oración. Al llegar a las orillas del Río encontramos la pequeña capilla de la Virgen María y nuestro maravilloso regalo en su interior: ahí había descansado la Sagrada Familia, lista para bajar las pequeñas escaleras de piedra del entonces discreto atracadero, para embarcar en un frágil velero hacia el centro del país. La capilla está construida en el mismo sitio donde hace varios siglos la hija del Faraón halló la canasta donde estaba Moisés. En el mismo lugar del Río Nilo, el 12 de marzo de 1976 se encontró flotando una Biblia que no se había mojado, sus páginas abiertas mostraban el capítulo 19:25 del profeta Isaías: “Bendito mi pueblo de Egipto” y un dibujo que parecía formado al secar la humedad, el cual mostraba a María con su hijo en brazos, sentada sobre un burro halado por José. Los egipcios dicen que el portento es la forma en la que Dios agradece la generosidad de sus antepasados.
Si bien la Biblia no cuenta sobre la emigración de la Sagrada Familia, en Egipto se guarda un registro que permite conocer los detalles. Tras la partida de los Reyes Magos, un ángel del Señor dijo en sueños a José “Levántate, toma al Niño y a su Madre y huye a Egipto, y estate allí hasta cuando yo te avise; porque Herodes ha de buscar al Niño para matarle”. Enseguida y al amparo de la noche, la Familia salió de Palestina sorteando nuevas rutas, atravesó la Franja de Gaza, el norte del monte Sinaí y llegó a la ciudad de Basta, Egipto. Se afirma que en esa urbe el Niño Jesús hizo realmente su primer milagro: brotar una fuente de agua para calmar la sed de sus padres, y que ante su sola presencia los ídolos de piedra cayeron, aterrando a los habitantes de la ciudad y forzando otro periplo por Mostorod, Belbeis, Samannud, Sahka, esta última cerca de Alejandría.
Por el Río Nilo la Sagrada Familia salió de El Cairo, como narro. En la capital hay otros sitios histórico-religiosos que confirman su estancia. Es interesante visitar la palmera que les ocultó mientras pasaba en su búsqueda la milicia judía, no es la planta original sino la heredera de su ancestro. Dirigiéndose al sur, los viajeros pasaron por Bahnasa, Samalut, Ashmonein, Dairout, Meir. En las faldas de la montaña Qusqam se encuentra el Monasterio de Al-Moharrak, llamado el Segundo Belén porque la Sagrada Familia permaneció ahí por más tiempo, seis meses. El altar de su iglesia contiene la piedra que cual almohada facilitó el sueño del Niño Jesús. Fue en ese lugar donde el ángel ordenó en sueños a José regresar a Israel con su esposa e hijo. Bordeando la montaña Dronka, cruzando El Cairo y el Sinaí llegaron a Nazaret, Galilea, donde se radicaron.
Entre ida y vuelta, la odisea duró cuatro años y cubrió más de 2.000 kilómetros. La mayor parte del viaje fue a pie, soportando el desierto, sus días ardientes y sus noches heladas. La Sagrada Familia, inmigrante en Egipto, soportó lo que los migrantes de todas partes del mundo sufren: desarraigo, incertidumbre, temor, nostalgia, soledad.
Ojalá los suelos donde están quienes emigran los acojan con la calidez del pueblo egipcio, cuya bondad se confirma una vez más ahora, que abre sus fronteras a las familias palestinas que huyen de la guerra con Israel. Ojalá que pronto termine este conflicto que ofende a Dios. Ojalá que los pueblos que creemos en ese mismo Dios aunque le llamemos en forma diferente, el Islam, Allah; el Judaísmo, Yahvé; el Cristianismo, Padre, seamos capaces de erradicar para siempre las guerras y vivir hermanados en la paz, única forma de hacernos dignos de llamarnos sus hijos. Sólo hace falta la Buena Voluntad que exaltaron con su cántico los ángeles, cuando Jesús nació:
“Gloria a Dios en las Alturas y Paz en la Tierra a los Hombres de Buena Voluntad”.
Para usted amable lector y su familia, ¡FELIZ NAVIDAD!
Próxima semana: Parte II: De Caos y De Bailes
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