Cómo internet está afectando a nuestras relaciones: nuevas normas para viejos sentimientos
Cómo internet está afectando a nuestras relaciones: nuevas normas para viejos sentimientos
‘Microcheating’ (o microinfidelidades) es uno de los términos que más se repiten en determinadas zonas de internet. GETTY IMAGES
– La tecnología y las redes sociales influyen hoy en las emociones cotidianas, colándose en la intimidad de individuos y parejas a través de acciones que para algunos son ya involuntarias. Nuestras vidas ‘online’ ya no se quedan solo en un plano virtual, saltan a la realidad y nos obligan a negociar nuevos límites
En una de las escenas iniciales de La seducción (Reservoir Books, 2024), la última novela de Sara Torres, dos mujeres que acaban de encontrarse, y que según anticipan los correos electrónicos que llevan tiempo intercambiando están destinadas a convertirse en amantes, comprueban que la relación que cada una mantiene con su respectivo teléfono (y, por lo tanto, con internet) no se parece en nada a la de la otra. Un pequeño gesto con este dispositivo permanentemente conectado, como es la grabación de un momento intrascendente, basta para generar la primera situación de tensión entre las protagonistas, que en ese momento también se dan cuenta de que pertenecen a generaciones distintas.
Sobre identidad virtual y vínculos románticos existen cientos de tópicos y anécdotas que llevan lustros construyendo una conversación infinita. Por ejemplo, prácticamente todo el mundo presume de saber cuándo una pareja más o menos consolidada atraviesa una crisis porque será justo entonces cuando, paradójicamente, subirán más fotos juntos a sus respectivos perfiles en redes sociales. O se escriben decenas de artículos cada semana, en medios de todo tipo, recopilando trucos para sacar más partido a las aplicaciones de citas. Sin embargo, aunque está asumido que las relaciones, muchas veces, comienzan o acaban en internet y mediante determinados actos y escenificaciones, no se ha escrito tanto sobre cómo la tecnología influye en las emociones cotidianas y se cuela en la intimidad de individuos y parejas a través de acciones que, como en la novela de Torres, para algunos usuarios son ya involuntarias.
‘Microcheating’, ‘the ick’ y nuevas normas
Kitty Winks es una autora británica que ha escrito un libro sobre the ick (algo así como “la arcada”), un fenómeno del que se habla mucho en TikTok y que consiste en el descubrimiento inesperado de algo repelente sobre tu pareja: un rasgo de personalidad, una costumbre o un comportamiento presente o pasado… La novedad está en que estas decepciones son tan profundas que producen una ruptura inmediata e innegociable.
Según explica Winks, para ella the ick ocurrió cuando se dio cuenta de que su entonces novio solo seguía cuentas de mujeres en bañador en sus redes sociales, algo que le resultó muy desagradable. “Nuestras vidas online nos obligan a que negociemos nuevos límites. Por ejemplo: si seguimos o no a los exs, posteamos determinadas fotos… Son cosas sobre las que cualquiera tiene sus propias opiniones y sentimientos, con importantes implicaciones para una relación. Las parejas deberían ser abiertas y sinceras al discutir sobre estos límites”, explica la escritora y periodista.
Microcheating (o microinfidelidades) es otro de los términos que más se repiten en determinadas zonas de internet. Si bien se refiere a un fenómeno que no es novedoso, gracias a las redes el concepto de microinfidelidad ha ganado decenas de nuevos significados. “Internet antes era una forma de escapar del mundo real, pero ahora parece que lo que llamamos mundo real es lo que sirve para descansar de internet”, continúa Winks, que también ha reflexionado sobre esta idea en distintas publicaciones. “Si la red es ahora el lugar en que más cómodos nos sentimos es porque en ella podemos construir la personalidad que realmente deseamos. Así que las fronteras entre vida real y virtual se difuminan y, hablando de microinfidelidades, la excusa de que algo solo sucede en internet cada vez parece menos válida. El resultado es que muchas parejas rompen tras microinfidelidades online porque, por otro lado, todavía pensamos que el comportamiento online solo nos concierne a nosotros. Ya no es así: se publican capturas de pantalla de mensajes privados, dejamos muchas huellas digitales… Por eso es tan importante establecer límites de manera honesta”.
Eloy Fernández Porta, pensador y autor de Las aventuras de genitalia y normativa (Anagrama, 2021), un ensayo que explora la tendencia contemporánea a discutir y convertir en norma (o límite) cada vínculo social, romántico o sexual, confirma que la definición de infidelidad está cambiando. “El mundo digital está condicionando este cambio. Ahora el caso de infidelidad más grave no es el contacto sexual (pecado de obra) sino la decisión misma de abrirse un perfil en una red de contactos (pecado de intención), y pronto llegaremos al pecado de pensamiento, fácilmente deducible rastreando la ruta”, augura.
Prácticamente todo el mundo presume de saber cuándo una pareja
más o menos consolidada atraviesa una crisis porque será justo entonces
cuando, paradójicamente, estarán subiendo más fotos juntos a sus
respectivos perfiles en redes sociales.
NICK DAVID (GETTY IMAGES)
Fernández Porta cree que, en tiempos de capitalismo afectivo, la exposición pública de los vínculos configura la identidad, y que, incluso entre amantes, “existe una confianza excesiva en las cualidades diplomáticas del lenguaje verbal”. En su ensayo escribió: “Cuanto más relacional se vuelve el mundo, más reglamentista se nos aparece”. Una afirmación que explica para el caso de internet: “Una de las cosas que nos ha enseñado la experiencia en red es que somos mucho más proclives a aceptar normas, reglas y constricciones de lo que estamos dispuestos a reconocer. Gestionar un perfil es, principalmente, una cuestión de protocolos y comandos. Los que no tienen uno han pasado de ser considerados anacoretas a ser vistos como inmaduros que no aceptan las reglas del juego en el mundo adulto”.
‘Doomscrolling’ o el amante ante el infinito
Pero no todos los problemas surgen durante la negociación (y posible transgresión) de las fronteras de la propia relación. Tal y como muchos psicólogos advierten, las conductas adictivas relacionadas con internet también destrozan parejas, y el doomscrolling es una de las más problemáticas.
El término, de difícil traducción, se usó mucho durante la pandemia, cuando aludía a la costumbre, enseguida compulsiva, de pasar horas consultando noticias negativas. Quien estaba frente al computador o al teléfono entraba en un estado cercano al trance durante el que la preocupación por lo que acababa de leer le empujaba a consultar el siguiente enlace o a seguir bajando en el muro. No obstante, hoy se usa doomscrolling para referirse también a quien consume vídeos de TikTok o reels de Instagram durante atracones igual de inhabilitantes.
La red es ahora el lugar en que más cómodos nos sentimos
porque en ella podemos construir la personalidad que
realmente deseamos.
OATAWA (GETTY IMAGES/ISTOCKPHOTO)
Los expertos advierten de que esta práctica solo distrae de manera fugaz de emociones incómodas, que seguirán ahí al apagar el aparato. Por eso insisten en que es importante establecer límites y horarios, puesto que el contenido que podríamos consumir siempre va a parecer infinito. “Creo que es una de las consecuencias inevitables de haberlo apostado todo al tráfico de datos. Es la versión actual de la situación que describía Borges en La Biblioteca de Babel: estar en un sitio donde potencialmente está todo el saber, y no poder acceder a él”, añade Fernández Porta, que también comenta que, en general, el ámbito digital enfatiza uno de los factores de la relación monogámica: la resistencia a las tentaciones. “Internet es como una de esas pinturas de santos como San Antonio, rodeado por todas las tentaciones del mundo”, advierte.
La canción de Lana del Rey Videogames (2012) describe una escena doméstica en la que una amante observa satisfecha cómo su compañero pasa las horas jugando a videojuegos. Pero la convivencia no siempre es tan plácida como en esta balada, puesto que, en muchos casos, las pantallas estarían impidiendo que se atiendan otros aspectos de la vida cotidiana.
Como casi siempre, se trata de encontrar un equilibrio. “Esta preocupación por los momentos en que no estamos produciendo también está dando lugar a lo que para mí es la peor de las patologías no violentas del amor: la explotación emocional, la creación de burnouts por exigencia desmesurada”, concluye Fernández Porta.
Hoy se usa ‘doomscrolling’ para referirse a quien consume vídeos
de TikTok o ‘reels’ de Instagram durante atracones inhabilitantes.
DANIEL DE LA HOZ (GETTY IMAGES)
Con su ensayo Usos amorosos de la posguerra española (Anagrama, 1987), Carmen Martín Gaite se propuso explorar cómo una doctrina represiva (la del primer franquismo, entre la Guerra Civil y mediados de los años cincuenta) y unas condiciones materiales marcadas por la escasez que “dejaron unas secuelas muy hondas de encogimiento y tacañería” condicionaron las costumbres y “la forma de enfrentar la vida” de su generación. La autora, que ya había estudiado los usos amorosos del siglo XVIII en España, entendió que a cada momento le corresponden determinados rituales y formas de enfocar el amor (y las emociones) y que estos están muy relacionados tanto con la situación política como con las tecnologías disponibles.
Si la vida amorosa fue excepcional durante la posguerra porque estuvo llena de restricciones, temores e injusticias, por motivos afortunadamente distintos, hoy no lo es menos. Hace años que internet está tan integrado en nuestras vidas que distinciones como la que separaba lo real de lo virtual han dejado de tener sentido. Lo que llamábamos virtual (una forma fragmentada y en constante actualización de producir conocimiento y sentimientos) ha desbordado cualquier recipiente o dispositivo (salta de uno a otro) y siempre vence frente a las estrategias de desconexión digital. Ahora lo impregna todo, incluidas nuestras formas de pensar y, por supuesto, de estar en pareja, y todavía estamos comprobando cómo interfiere en la vida cotidiana y modifica eso que los sociólogos han llamado “la utopía romántica” (las expectativas y proyecciones que cada uno hace sobre su vida amorosa).
Así que internet ha cambiado, también, cómo convivimos con nuestras parejas o construimos nuestras relaciones. En ocasiones, porque su uso llega a ser excesivo; en otras, por las inseguridades y ansiedades que provoca esta autopista infinita por la que circula el deseo.
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