El enorme campamento en el Parque Nacional de Bogotá donde cientos de indígenas viven una “emergencia humanitaria”
El enorme campamento en el Parque Nacional de Bogotá donde cientos de indígenas viven una “emergencia humanitaria”
- Los 10°C de una madrugada en Bogotá en julio calan el doble en el Parque Nacional Enrique Olaya Herrera
Desde los cerros orientales de la capital colombiana desciende un aire gélido que convierte a este emblemático y céntrico remanso natural en una micronevera.
Lo normal es que a estas horas la mayoría de capitalinos duerman cobijados en sus casas y no se expongan a estas condiciones, pero aquí hace tiempo que todo dejó de ser normal.
El Parque Nacional es hoy el escenario de un enorme y precario campamento donde se calcula que viven más de 500 indígenas embera.
La mayoría son desplazados de zonas en conflicto en los departamentos del Chocó o Risaralda que piden garantías para regresar a sus resguardos o reubicaciones con derechos territoriales y protección del Estado.
La imagen es desoladora.
“Emergencia humanitaria”
En el campamento hay una cantidad abrumadora de niños, con muchos caminando descalzos y a veces semivestidos.
Leñas ardientes calientan tiendas cubiertas con lonas de plástico donde llegan a dormir decenas de personas de una o varias familias.
Los alimentos escasean. La higiene está comprometida.
“Es una emergencia humanitaria”, le dice a BBC Mundo Isabel Mercado, de la Consejería de Paz de Bogotá, una de las varias instituciones colombianas que intentan destrabar lo que ahora mismo parece tener difícil solución.
Mientras, las enfermedades respiratorias lastran la salud de los indígenas, sobre todo de los niños.
Funcionarios de la Secretaría de Salud acuden cada ocho días a ofrecer asistencia en el parque, especialmente a niños.
Hace unas semanas murió una bebé de tres meses sin que todavía se conozcan causas claras de la tragedia.
“La situación de los niños es dramática. Te encuentras a bebés que cuidan de bebés”, dice una fuente de la Secretaría de Cultura de Bogotá.
También se suceden denuncias de presuntas explotación y abuso infantil así como violencia de género contra miembros de la comunidad.
Por momentos, los capitalinos parecen haberse acostumbrado a convivir con esta crisis, pero en la primera semana de julio una jueza admitió una demanda contra la Alcaldía de Bogotá por “la acumulación de derechos vulnerados a plena vista de funcionarios del distrito y la nación”, explica el demandante Reginaldo Aduen Bray.
De acuerdo con la Alcaldía, en los últimos meses se adelantaron diálogos con líderes, entidades distritales y nacionales para buscar soluciones al estatus de la población embera en Bogotá, aunque voces como las de Aduen denotan el hartazgo ante un problema que se dilata y agrava por día.
Crisis a vista de todos
Para el residente en Bogotá es casi imposible ignorar lo que sucede en el parque.
Se encuentra en plena carrera Séptima, la más emblemática y vital de la capital que en domingos y festivos es un paso peatonal gigante que disfrutan sus habitantes.
A la altura de la calle 39, caminando desde el norte, el parque rompe con la estética de cemento y ladrillo que domina la mayoría de la Séptima.
Entonces llega el olor a leña humeante, las voces de niños jugando, la vista de tiendas que se reproducen por decenas y parecen no tener fin.
Una tienda habitual dentro del campamento, con espacio para una cocina y un dormitorio precarios.
Dentro de una de estas tiendas vive la embera chamí Elisa Arce.
Hace siete meses que es su hogar: consiste en un espacio para la cocina y otro para dormir con sábanas sobre el suelo donde pernocta junto a seis familiares.
“Vengo de Risaralda, donde nos afecta el conflicto armado”, dice con ayuda de una traductora.
“Pedimos tierras donde vivir, trabajar, cultivar. Todos aquí pedimos reubicación. Sufrimos frío, falta de alimentos suficientes”, añade.
Elisa Arce, en su cocina de su tienda en el campamento de emberas en el Parque Nacional.
Según autoridades, hay alrededor de 2.200 indígenas embera residiendo en la ciudad.
Más de 500 viven en el Parque Nacional, según la Consejería de Víctimas, aunque otros registros apuntan a más de 700.
El resto habitan, sobre todo, en dos unidades de protección oficial: La Rioja y La Florida, y el albergue Buen Samaritano, distribuidos en distintos puntos de la capital.
Desde que existe la crisis de desplazados embera hacia Bogotá, frecuentes reportes institucionales y en prensa describen condiciones de hacinamiento, enfermedades y hambre en estos recintos.
La leña sirve para cocinar y calentar las precarias viviendas en los días más fríos.
Años sin soluciones
Isabel Mercado, Alta Consejera de la Consejería de Paz en Bogotá, dice que la situación se remonta a 2018.
“La inseguridad empeoró en sus territorios por enfrentamientos entre distintos grupos armados en departamentos como Risaralda y Chocó. De ahí se generó una práctica en que la comunidad embera se desplaza a Bogotá y exige al gobierno mejoras en seguridad y subsistencia en sus resguardos”, explica.
Mercado dice que varios acuerdos entre el gobierno y las comunidades han derivado en retornos hacia sus territorios, pero que desafortunadamente muchos acaban regresando a Bogotá por incumplimiento de los mismos y el conflicto, que no cesa.
“En un principio, Bogotá dispuso de tres lugares para que se albergaran, pero disputas interétnicas entre algunos líderes hizo que se desplazaran algunas familias a ocupar el Parque Nacional. Es la razón por la que hoy tenemos más cientos de personas allí desde fines de 2021”, añade la consejera.
Los embera han protestado en varias ocasiones por las condiciones de los albergues temporales en que se refugian.
Años sin soluciones empiezan a hartar e indignar a muchos bogotanos, especialmente a aquellos que viven o trabajan cerca.
Un comerciante local del Parque lo resume así: “ya han pasado varias alcaldías; trabajan las secretarías de Salud, Víctimas, Educación, Bienestar Familiar…y nadie da con la solución. Los embera ya parecen hasta haberse adaptado a vivir aquí”.
A lo que Mercado responde que, “desde que llegó el actual alcalde, Carlos Fernando Galán, tenemos un momento de mayores certezas respecto a la ruta de acción para la comunidad embera, articulando entidades y buscando mecanismos para integrar a quienes quieran quedarse en Bogotá, retornar con garantías a los que piden volver y hacer énfasis en temas controvertidos como derechos de niños, niñas, adolescentes y mujeres”.
La Consejería de Paz calcula que, entre los casi 2.200 emberas en Bogotá, unos 1.130 quieren retornar a sus territorios, 438 pretenden reubicarse en otros lugares de Colombia y 415 desean quedarse en la capital.
“Los que se queden deben trabajar y generar ingresos, pagar sus arriendos. Bogotá tiene 380.000 víctimas de las cuales 415 son embera. Debemos ser capaces de ayudar a todos sin distinción”, dice Mercado.
Tensión
Pero en la práctica esto está demostrando ser un desafío mayúsculo, entre otras cosas por la tensión que mantienen los líderes del Parque con las autoridades, las cuales denuncian que muchas veces “no las dejan entrar al campamento y cumplir sus funciones”.
Son días ajetreados, con más presencia de guardias y constantes visitas de la Secretaría de Salud y el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar investigando las causas del deceso.
Una versión repetida, contada por emberas, es que la menor, ya enferma, pasó varias horas sola mientras su madre ingería alcohol en otro punto del Parque.
Es algo que este medio no pudo comprobar de forma independiente, aunque varias fuentes denuncian los problemas de consumo de alcohol y sustancias psicoactivas que se producen en el campamento.
Durante la visita, los periodistas presenciaron una acalorada discusión entre líderes embera y miembros de la secretaría de salud.
Los líderes recriminan no recibir suficiente atención. Los funcionarios responden que son ellos quienes no permiten que entre suficiente ayuda.
“Aunque sea mi gente, es cierto que a veces no se dejan ayudar y ponen más obstáculos que facilidades”, comenta una embera vinculada a la Secretaría de Educación.
Cocina de una de las viviendas en el Parque.
“Hay dificultades con algunos líderes que no aceptan las propuestas de las instituciones, pero necesitamos más presencia de la Secretaría de Salud, con médicos permanentes en el Parque”, dice el líder embera Arnoldo.
“Se nos dice que no hacemos nada, pero aquí estamos cada ocho días ofreciendo asistencia”, defiende una funcionaria de la Secretaría de Salud.
La tensión en el Parque ha llegado a un punto en que cuesta encontrar fuentes en terreno dispuestas a revelar sus nombres.
Denuncian miedo y represalias por parte de algunos de los líderes.
Ángela Zapata, una embera de 17 años, dice que dentro del Parque hay divisiones entre la misma comunidad sobre qué pedir a las autoridades.
“Además de quienes piden retorno o integración, también se han generado malas prácticas en que algunos líderes, que ya rompieron relaciones con autoridades indígenas en sus resguardos, exigen contrataciones directas en ciertas secretarías o soluciones habitacionales y amenazan con traer a más familias engrosando esta dinámica”, denuncia Mercado.
“Hay líderes asentados en el Parque que han convertido esto en una lógica transaccional”, resume, mientras líderes rechazan dicha afirmación.
Denuncias
La emergencia humanitaria de los embera se manifiesta por otras zonas de Bogotá.
Es común ver a decenas de niños mendigando por las esquinas a varias horas del día.
Y las autoridades también reciben denuncias de presuntos abusos sexuales y explotación a niños, niñas, adolescentes y mujeres.
“Se están vulnerando muchos derechos”, dice Aduen Bray, el ciudadano que interpuso la demanda contra la Alcaldía.
“Por un lado de los emberas, víctimas de violencia y revictimización en Bogotá por la xenofobia, y por otro de los habitantes de la ciudad, privados de utilizar nuestro derecho al espacio público”, añade.
A este estudiante de Derecho le preocupan especialmente “las condiciones indignas en que viven los indígenas, con menores de edad muriendo, y las entidades públicas gastando recursos sin cesar”.
Vecinos han denunciado la quema de leña y el arrojo de residuos como prueba del impacto medioambiental de los embera en el Parque.
Vecinos también denuncian el impacto medioambiental del asentamiento en el Parque.
Mercado dice que, más allá de los esfuerzos por solventar la situación de los embera, “hay reglas de juego claras, y a los que no decidan cumplir con ellas se les aplicará la ley como al resto de la ciudad”.
“No toleramos el uso de niños en situaciones de mendicidad, no se aceptará el uso de sustancias psicoactivas ni violencias contra la mujer. Cualquier oferta nuestra está condicionada a esto”, asevera.
Otro reto, de acuerdo a varias instituciones, es garantizar las condiciones de vida digna también atendiendo la cosmovisión y preservación de usos y costumbres de esta comunidad, especialmente a aquellos que elijan quedarse en Bogotá.
Para muchos, solucionar el estatus de los embera es ya una carrera contra el tiempo.
La misma que libran los más desprotegidos cada madrugada, cuando las temperaturas frías del Parque ponen a prueba a sus precarias defensas.
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