Alexander Mercado-Huerta, durante un recorrido por el centro de Lima, Perú, el día 25 de julio de 2024.
SEBASTIAN CASTAÑEDA
La mayoría de frases de la cultura popular cargan con el estigma de haber actuado como cortinas de humo para disipar o desviar la atención de algún entripado político. Esa mala fama no las priva de tener el poder de perfilar a una sociedad ni de la vitalidad de la que gozan en cada mesa y en cada esquina. Inspirado en el verso de la mítica Chabuca Granda, Derramaba lisura (Planeta), la última entrega del antropólogo Alexander Huerta-Mercado (Lima, 55 años) es una aproximación a la peruanidad desde la ironía, el chisme y lo delirante. En definitiva, sobre cómo se ha tejido el imaginario colectivo de un país fragmentado, informal y en constante ebullición.
A inicios del año 2000, el congresista Gerardo Saavedra Mesones, del extinto partido Perú Posible, en un rapto involuntario de sinceridad, juró “por Dios y por la plata”, despertando las risas del hemiciclo. Por esos años también la animadora de televisión Laura Bozzo, acusada de exportar la degradación del peruano de a pie, acuñó una cariñosa frase que solía anticipar la llegada de un infiel a su set: “Que pase el desgraciado”. A Reimond Manco, promesa rota del fútbol peruano, una saliente, hambrienta de fama, le adjudicó una frase que enalteció su humildad: “Tócame que soy realidad”. Sabiduría concentrada de un político, una conductora de talk shows y un futbolista.
Frente a Palacio de Gobierno, desde una mesa del Cordano, bar centenario donde confluyó la bohemia limeña, Alexander Huerta-Mercado —barba blanca, pashmina rojinegra, sombrero de ala ancha— disecciona al Perú, con la genuina curiosidad de quien visitó un centenar de veces Trampolín a la fama —programa de televisión que se mantuvo durante 30 años al aire— para comprender por qué muchos ciudadanos se dejaban humillar a cambio de un tarro de leche, un pote de pintura o un litro de aceite. “Era una masacre al orgullo a cambio de un premio menor, pero allí descubrí que la gente pensaba que salir en televisión, así fueras el hazmerreír, era una forma de trascender, de sentirse importantes en una sociedad donde eran anónimos”, explica.
Pregunta. ¿Por qué cazar y estudiar el fraseo de la cultura popular peruana?
Respuesta. Porque muchas veces se quiere explicar al Perú desde una perspectiva lejana, cuando deberíamos hacerlo desde nosotros mismos. El lenguaje crea la realidad. Al lenguaje popular se le acusa de generar distracción, ignorancia y baja cultura, pero pienso que estaríamos negando algo que nos atraviesa y que consumimos todos. No se trata de cómo quisiéramos ser, sino de cómo somos. Es tiempo de acercarnos a lo que pertenecemos, y no tanto a lo que pregonan las élites. Lo que nos hace reír tal vez esconda lo que reprimimos. Es una forma interesante de vernos en el espejo.
P. ¿De qué nos reímos los peruanos?
R. De la humillación. Tenemos un humor agresivo. Nuestros cómicos callejeros más que burlarse de sí mismos, se burlan de su público. La gente está ansiosa de ver a quién destruyen para estallar en risas. La burla es una forma permitida de agredir y como tenemos una convivencia de todas las sangres no resuelta, el conflicto fluye en los chistes.
P. Chistes impregnados de discriminación…
R. Así es. Todavía tenemos una mentalidad colonial donde el racismo sigue existiendo y quienes viven en el campo siguen siendo marginados. El prejuicio hacia quien no se adscribe a las cuestiones de la ciudad permanece. Lamentablemente durante mucho tiempo hemos tenido un humor vertical, de arriba hacia abajo, de burla al débil, al necesitado, al pobre. En doscientos años de independencia los cambios sociales en el Perú han sido lentos, y lo que más nos ha costado es modificar nuestra mentalidad.
P. En el libro proyectas el Perú en la historia del zorro llamado Run Run que desató una búsqueda generalizada en Lima y que fue comprado por una familia que creía que era un perro. Cito: “Hemos sido sometidos a un proceso de adaptación impuesto desde arriba para terminar encerrados en un entorno que tiende a ser urbano y donde nos vemos obligados a adaptarnos a patrones ajenos”.
R. A ver, tenemos que tener en cuenta que durante tres siglos hemos sido colonia, y solo llevamos dos siglos imperfectos de independencia. Hemos sido comparados con patrones europeos y por eso también solemos bromear con nuestra impuntualidad. Nos han querido someter a modelos a los que tal vez no pertenecemos. Los héroes que nos han impuesto o son militares o son mártires masacrados en guerras. Somos todavía un país en búsqueda de identidad.
P. ¿Qué es la peruanidad hoy en día?
R. No hay una peruanidad, sino varias. Ese es el detalle. No somos un país, sino un pequeño continente, donde lo que más nos ha unido ha sido nuestra inconformidad con el Estado. Estamos bastante fragmentados, somos como una gelatina sin cuajar. Nuestra democracia ha sido bastante frágil y hemos tendido a elegir gobiernos más bien dictatoriales. Durante mucho tiempo hemos sacrificado orden por democracia. Como nación seguimos en transición y en proceso de cuajar.
P. De todas las frases señalas que hay una que solo funciona si la pronuncia su autor. El “¡No vayan!” del cómico Pablo Villanueva, Melcochita…
R. Hay varias teorías del humor. Como humillación; válvula de escape, que es una manera de decir cosas que así nomás no dirías; la incongruencia, lo que te genera sorpresa; y el ritmo frenético. Lo que llama la atención del “¡No vayan!” es la contradicción, porque deseas que asistan a tu evento, pero lo haces pidiendo lo contrario. Pero sobre todo el ritmo frenético con el que lo dice Melcochita que genera alegría. No en vano es un sonero. El absurdo nos gusta. La realidad peruana está tan llena de absurdos que no necesitamos modificarla para que nos dé risa. Así que esta entrevista: ¡no la lean! (risas).
P. Ya veremos qué tanto caso le hacen…
R. Es una frase muy pícara, pero más allá de eso el “¡No vayan!” es la representación de lo absurdo que puede ser la vida en un país que fue insertado a la modernidad como meter un masmelo en una alcancía. Estamos repletos de informalidad. Somos difíciles de domesticar. El periodista uruguayo Emilio Lafferranderie decía: “Si dicen que los chanchos vuelan en el Perú, quizá sea cierto”.
P. Hace unos años pegamos un hit a nivel internacional: Mi bebito fiu fiu, un mix del productor musical Tito Silva, quien se inspiró en una frase de la supuesta amante del expresidente Martín Vizcarra. ¿Cómo conciben los peruanos el amor?
R. El concepto de amor que tenemos en el Perú es dulce, rosado. Creemos que merecemos un amor de tarjeta de Día de San Valentín o de un poema amoroso de Gustavo Adolfo Bécquer. De cogernos de la mano y ver la puesta de sol. Es una idealización de telenovela. Un amor que se basa mucho en el cristianismo que todo lo aguanta. En el caso de Vizcarra fue el presidente de la pandemia y hasta entonces se veía serio y distante. El mix pegó porque se ve una dimensión de una masculinidad dulce y vulnerable, contraria a la idea que hemos construido del hombre rudo, del macho peruano. Es interesante cómo la cultura popular nos está reclamando ser más bebitos fiu fiu y menos machos alfa.
P. Sostienes que el “¡que pase el desgraciado!” de Laura Bozzo es un tipo de escarnio público que había desaparecido en la época colonial y en la Inquisición…
R. Antes se exhibía al cuerpo del culpable, incluso se le colgaba en la plaza hasta que los buitres se lo comieran. Hoy se le encierra en la cárcel. Esta frase supone, efectivamente, una humillación pública que nos recuerda esas épocas, donde la mirada ajena es el eje del castigo. Eso se ha potenciado con el Internet y las redes sociales. Nuestra imagen es algo que atesoramos y la vergüenza es la moneda que pagamos ante la vigilancia social. Es el miedo al qué dirán.
P. ¿Pensó en incluir alguna frase de la presidenta Dina Boluarte o es que acaso no nos ha regalado frases icónicas?
R. Ella dijo: “Soy la madre de los peruanos”. Pero no creo que haya tenido una actitud muy maternal que digamos respecto a la violencia que ha ejercido su Gobierno. El asunto de ser la madre de los peruanos es una cuestión bastante delicada, porque somos un país sumamente machista, donde a la mujer se le condenó a ser el honor de la casa. O ser virgen o ser madre, en una suerte de reino y cárcel. Exige un análisis que, seguramente, incluiré en una segunda edición. Pero me parece que no se debe jugar con ese tipo de simbologías. Sus actitudes represoras la desdicen.
P. ¿”Vive la vida y no dejes que la vida te viva”, de Susy Díaz, una mujer que alcanzó una curul en el Congreso pintándose el número con el que postuló en las nalgas, es la frase que mejor nos define?
R. El hoy es algo que define nuestra cultura más que otras cosas. El ahora o nunca. Vivimos el presente. No podemos dejar que la vida nos viva, porque nunca hemos tenido un mañana muy claro. Necesitamos estar conscientes de que estamos vivos constantemente. Por eso nuestra intensidad, nuestra comida callejera que nos da energía barata para seguir.
P. La última: ¿por qué casi todas las frases son de limeños, de citadinos?
R. Te concedo la crítica. Pero tienes que pensar que son los criollos quienes manejan la palabra hablada en la esfera pública. Lamentablemente es así.
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