Cómo los atentados contra las Torres Gemelas siguen cobrando miles de vidas dos décadas después
Cómo los atentados contra las Torres Gemelas siguen cobrando miles de vidas dos décadas después
- Fue después de un mes de trabajar en la Zona Cero que Elizabeth Cascio desarrolló una tos que no se le quitaba con nada. Poco después, comenzó a sufrir problemas de sinusitis y dolores de cabeza
“Todos sabíamos que la calidad del aire no era segura; era muy tóxica en términos de cómo se sentía”, dice Cascio, extécnica médica de emergencia del Departamento de Bomberos de Nueva York (FDNY, por sus siglas en inglés).
Ella fue una de los miles de socorristas que acudieron al sitio en ruinas de las Torres Gemelas en el World Trade Center, en la ciudad de Nueva York, después de los atentados del 11 de septiembre.
“Al principio, cuando bajé del autobús y llegué al Trade Center, sentí que tenía que contener la respiración. Pero solo se puede contener la respiración durante un tiempo determinado. Podía sentir las partículas entrando en mi nariz y boca y pensé: ‘Esto no puede ser bueno'”.
Cascio finalmente pasaría casi dos meses buscando restos humanos en lo que se conoció entre socorristas como “La Pila”. En un principio, Cascio había estado allí para establecer un centro de triaje, suponiendo que habría más sobrervivientes.
Lo que Cascio no sabía en ese momento era el efecto que tendría en su propia salud dos décadas después. En 2019, se sometió a un tratamiento por cáncer de cuello uterino invasivo, atribuido al tiempo que pasó en la Zona Cero.
Más tarde, Cascio se convertiría en la jefa de personal del Departamento de Bomberos de Nueva York antes de jubilarse en 2023.
Ahora, con 61 años, todavía está siendo monitoreada por el Programa de Salud del World Trade Center (WTC) del gobierno de EE.UU., que brinda seguimiento médico y tratamiento a los afectados directamente por los ataques del 11-S en Nueva York, en el Pentágono en Washington, DC, y en Shanksville, Pensilvania.
El programa también financia la investigación médica sobre las condiciones de salud física y mental relacionadas con la exposición al 11-S.
Han pasado 23 años desde que Cascio trabajó en medio del polvo, el humo y los escombros del World Trade Center, y está ansiosa por hablar sobre el legado que ha dejado en personas como ella.
“Es un deber hablar del 11-S por los trabajadores de los servicios médicos de urgencia, que están subrepresentados, y por las mujeres, que están subrepresentadas”, afirma.
Sustancias tóxicas en el aire
En las horas que siguieron al atentado contra las Torres Gemelas, una enorme columna de humo y polvo se elevó por el Bajo Manhattan, sobre el East River y hacia Brooklyn.
El aire continuó llenándose de polvo con la llegada apresurada de los equipos de rescate al World Trade Center, y más tarde, con la limpieza de la enorme maraña de metal retorcido, vidrio y hormigón.
Cuando las torres del World Trade Center se derrumbaron, una enorme nube de polvo se elevó sobre el Bajo Manhattan.
En algunos lugares, el polvo y el hollín alcanzaban más de diez centímetros de espesor en las superficies donde se depositaban. Se introducían en los edificios y, aunque las fuertes lluvias arrastraban gran parte del polvo del exterior, la calidad del aire siguió afectada por meses.
Las autoridades, incluida la Agencia de Protección Ambiental (EPA) y el entonces alcalde de Nueva York, Rudy Guiliani, intentaron tranquilizar a los neoyorquinos, diciendo que, a pesar de ello, el aire era relativamente seguro para respirar.
Aunque Guiliani y el FDNY también instaron a los equipos de rescate a usar ropa y máscaras protectoras, muchos trabajadores y voluntarios no tenían aparatos de respiración ni ropa adecuada, mientras que algunos llevaban simples máscaras desechables.
Los que vivían y trabajaban en la zona intentaron seguir adelante con sus vidas en medio del aire contaminado.
Más tarde se supo que esos intentos de tranquilizar al público sobre el aire cargado de polvo fueron equivocados. Las investigaciones muestran que el polvo arrojado por el derrumbe de las Torres Gemelas contenía amianto, metales pesados, plomo y productos químicos tóxicos como hidrocarburos aromáticos policíclicos.
El polvo fino contenía enormes cantidades de yeso y calcita, minerales que se utilizan habitualmente en materiales de construcción, como el cemento y las placas de yeso, que se sabe que irritan los ojos y los pulmones.
Durante las semanas posteriores, el humo que se elevó del lugar del incendio también transportaba partículas ultrafinas de hollín, combustible para aviones sin quemar, junto con vapores de plástico y madera quemados.
Efectos a largo plazo
Los efectos a largo plazo en las personas atrapadas en la catástrofe y en quienes intentaron ayudar están empezando a revelarse. Veintitrés años después, hay 127.567 personas inscritas en el Programa de Salud del WTC, según los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) de EE.UU.
Más de 82.000 de ellas son, como Cascio, trabajadores y voluntarios que se apresuraron a participar en las tareas de rescate o ayudaron a limpiar los escombros del World Trade Center en los meses posteriores al 11-S.
Otras 44.000 eran personas que estaban trabajando, en la escuela o en hogares de acogida dentro del Área de Desastre de la Ciudad de Nueva York, cuando las torres cayeron y la nube de polvo envolvió la ciudad.
El impacto en la salud de los atentados del 11-S comenzó a verse en algunas personas años después.
Hasta diciembre de 2023, 6.781 de las personas registradas en el programa han muerto por una enfermedad o cáncer relacionado con su estancia cerca o en la Zona Cero después del 11-S.
Es más del doble de la cantidad de personas que murieron el 11-S.
En septiembre de 2024, el FDNY anunció que más de 360 bomberos, técnicos de emergencias médicas y miembros del departamento han muerto por enfermedades relacionadas con el World Trade Center, más que las 343 personas que acudieron a trabajar tras los atentados.
“Algunas personas enfermaron en dos años, otras en ocho años, otras en 12 años”, dice John Feal, experto en demolición y socorrista que llegó a la Zona Cero la noche del atentado. “Hay personas que trabajaron allí durante los ocho meses de limpieza y nunca se enfermaron. Pero todos estuvimos expuestos a una sopa tóxica que nadie había visto antes”.
Feal resultó gravemente herido seis días después de su llegada a la Zona Cero cuando un trozo de acero le aplastó el pie. A pesar de haber sido sometido a múltiples cirugías, sigue allí de forma permanente. Feal dedica ahora gran parte de su tiempo a abogar por los beneficios sanitarios para los socorristas.
Entre los problemas de salud que afectan a quienes estuvieron expuestos al polvo y al humo el 11-S se encuentran cánceres, enfermedades autoinmunes, asma, enfermedades respiratorias y trastorno de estrés postraumático persistente (TEPT).
Hasta diciembre de 2023, 6.781 de las personas registradas en el programa han muerto por una enfermedad o cáncer relacionado con el 11-S.
También se ha descubierto que enfermedades raras como la sarcoidosis (bultos formados por células inflamatorias) se dan en tasas anormalmente altas entre los bomberos que estuvieron expuestos al polvo y al humo el 11-S.
Cúmulo de enfermedades
En cuestión de días, la gente volvió a sus casas y a sus trabajos, y Wall Street reabrió sus puertas (aunque la mayoría de las escuelas permanecieron cerradas hasta fin de año). En cuestión de meses (y para los socorristas, en cuestión de horas) aparecieron los síntomas respiratorios.
No pasó mucho tiempo antes de que se informara de nuevos casos de asma y otras enfermedades respiratorias entre los niños de las escuelas. El estrés postraumático en la ciudad de Nueva York era ineludible y desenfrenado.
Los CDC estiman que hasta 400.000 personas podrían haber estado expuestas a contaminantes tóxicos, riesgo de lesiones y niveles de estrés que podrían derivar en problemas de salud posteriores. Las afecciones notificadas incluyen una variedad de problemas respiratorios, incluida la enfermedad pulmonar obstructiva crónica, el trastorno respiratorio crónico y la dolorosa rinosinusitis crónica.
Se ha descubierto que el polvo respirado por la gente de Nueva York en los días posteriores a los atentados desencadena una respuesta inflamatoria intensa que puede haber contribuido a muchas de estas enfermedades respiratorias a largo plazo.
Otros sufren problemas gástricos, trastornos de ansiedad y depresión. También se ha informado de una amplia gama de cánceres en 37.500 personas inscritas en el Programa de Salud del WTC, siendo especialmente comunes el cáncer de piel no melanoma y el cáncer de próstata. También son frecuentes otros tipos de cáncer, como el cáncer de mama, el linfoma, el cáncer de pulmón y el cáncer de tiroides.
Se ha descubierto que la incidencia de leucemia, cáncer de tiroides y cáncer de próstata es especialmente elevada.
El tiempo que puede tardar en desarrollarse un cáncer puede significar que aún no se ha comprendido la escala completa de los problemas de salud.
“Los diagnósticos de cáncer son un escenario continuo”, dice Iris Udasin, profesora de Salud Ambiental y Ocupacional y Justicia en la Escuela de Salud Pública de Rutgers en Nueva Jersey, que estudia las condiciones de salud asociadas al WTC.
“Los tumores sólidos tienen períodos de latencia de 20 y 25 años, por lo que ahora es el momento de asegurarse de que las personas se sometan a las pruebas de detección adecuadas”.
Para quienes trabajaron directamente en las tareas de rescate la exposición a los gases tóxicos fue mucho mayor.
Estadísticamente, las mujeres constituyen un pequeño grupo de personal de primera respuesta y solo el 23% de las personas monitoreadas en el programa de salud del WTC. Pero en 2023, la investigación de Udasin y sus colegas jugó un papel importante para lograr que el cáncer de útero se certificara como una enfermedad cubierta por el Programa de Salud del WTC.
“Como la población de pacientes es mayoritariamente masculina, pudimos mostrar los estudios que apuntaban a disruptores endocrinos en el área alrededor de la Zona Cero”, afirma. También ayudó a impulsar que las mamografías fueran parte de la detección regular del programa.
Beneficios
El intenso seguimiento e investigación de las condiciones de salud relacionadas con el 11-S también está reportando algunos beneficios a los afectados. Las tasas de supervivencia de cáncer, por ejemplo, son más altas entre quienes se acercaron a ayudar inmediatamente que en la población general debido a la atención médica gratuita y al seguimiento adicional que reciben para las condiciones relacionadas con el 11-S.
“Descubrimos que si te diagnostican en el Programa de Salud del WTC en Nueva York, tienes una alta tasa de supervivencia”, señala Marc Wilkenfeld, quien fue uno de los primeros médicos en ver a sobrevivientes y a quienes acudieron primero al sitio del atentado con problemas de salud después del 11-S.
“Si te están monitoreando, tienes una mayor tasa de supervivencia”.
A más de dos décadas del atentado, el daño sigue siendo palpable.
Wilkenfeld fue testigo de los atentados en 2001 e inmediatamente comenzó a estudiar la toxicidad del polvo producido en los días posteriores y el efecto que estaba teniendo en las personas que llegaron primero a trabjar en la Zona Cero.
Todavía está tratando de desentrañar el impacto a largo plazo que está teniendo y se ha convertido en un defensor de la atención médica de los afectados.
“La gente me pregunta: ‘¿Todavía estás haciendo esto 23 años después?'”, dice. “Pero seguimos viendo gente enferma”.
Problemas de salud extendidos
Recientemente, Wilkenfeld formó parte de un equipo de médicos e investigadores de salud pública que descubrieron que las personas expuestas al polvo del World Trade Center también muestran signos de daño nervioso.
Observaron que el entumecimiento, junto con el hormigueo, era un síntoma común entre los socorristas y los sobrevivientes, y descubrieron que parecía estar relacionado con niveles más altos de neuropatía que en la población general.
El equipo sostiene que debería añadirse a la creciente lista de problemas de salud relacionados con el 11-S.
Los activistas dicen que las enfermedades cardíacas también deberían reconocerse como enfermedades asociadas para garantizar que los afectados obtengan la cobertura sanitaria que necesitan.
Las enfermedades cardiovasculares son sustancialmente más frecuentes entre los que se involucraron en las tares de ayuda ell 11-S que entre la población general, especialmente entre las mujeres.
Los problemas de salud tampoco se limitan a la población de Nueva York, añade Wilkenfeld. Los primeros en prestar auxilio llegaron a la ciudad para ayudar con el proceso de limpieza desde todo EE.UU. y el resto del mundo.
“La gente no se da cuenta de que hay personas de lo equipos de emergencia en los 50 estados -y en el extranjero-“, señala Wilkenfeld. “Han pasado 23 años, la gente está jubilada y vive en todo el mundo”.
Socorristas de distintas partes del país y de todo el mundo llegaron a EE.UU. para ayudar en las tareas de rescate y limpieza.
Esto hace que sea difícil medir la escala del problema, pero también significa que algunas personas con condiciones relacionadas con el 11-S también están perdiendo el apoyo que se ofrece en EE.UU.
“No todo el mundo relaciona su tiempo en la Zona Cero con sus condiciones, por lo que es importante difundir la información”, comenta Bridget Gormley, cuyo padre, Billy Gormley, era un bombero del Departamento de Bomberos de Nueva York que murió de cáncer relacionado con el 11-S en 2017.
Ahora aboga por una mejor atención médica para la comunidad del 11-S. “Hay personas de todo el mundo (rescatistas internacionales) que vinieron a ayudar y pueden estar viviendo con condiciones (de salud)”.
Para algunas de las personas que se vieron afectadas por los acontecimientos de ese día, el costo que esto ha tenido para su salud mental puede significar que algunos casos se están pasando por alto.
“La gente se desconecta del 11-S, especialmente si no tenían una correlación directa con ese día”, dice Michael O’Connell, socorrista retirado del FDNY, que tenía 25 años el 11 de septiembre y ahora tiene 48.
O’Connell trabajó en turnos de 24 horas en la Zona Cero en los días inmediatamente posteriores a los atentados. No tuvo ningún síntoma físico hasta seis años después, cuando le diagnosticaron una enfermedad autoinmune rara llamada sarcoidosis en 2007, cuando tenía poco más de 30 años.
Fue uno de los primeros bomberos del 11-S a los que se les diagnosticó la enfermedad, que provoca la formación de bultos anormales de células inflamatorias en sus órganos. Describe la sensación como si lo hubieran golpeado con un bate de béisbol. Ahora realiza trabajo de defensa de derechos con John Feal y la Fundación Feal Good.
“Las enfermedades tardan en desarrollarse”, afirma. “Durante ocho meses respiramos aire tóxico. Todavía nos enfermamos y la gente muere por exposición [23 años después]”.
El médico de O’Connell, David Prezant, director médico del FDNY, estudió la sarcoidosis en los socorristas y concluyó que la enfermedad era más frecuente en aquellos expuestos a las toxinas del WTC. Se ha identificado a cerca de 100 bomberos que padecen sarcoidosis desde el diagnóstico del propio O’Connell.
“Es una triste realidad a la que nos enfrentamos, y no hay que esperar. Mañana puede ser demasiado tarde para una persona”, afirma O’Connell.
Más allá de los socorristas
Aunque gran parte de la atención se ha centrado en los primeros socorristas que trabajaron en la Zona Cero, también hay un número creciente de miembros del público en Nueva York que están empezando a desarrollar condiciones relacionadas con el polvo y el humo generados ese día.
Muchos no asocian sus condiciones de salud con lo ocurrido el 11-S.
Lila Nordstrom era una estudiante de 17 años de la escuela secundaria Stuyvesant en el East Village de Manhattan en 2001. Estaba en una clase cuando los aviones se estrellaron contra las Torres Gemelas, y cuando se derrumbaron, el polvo se precipitó hacia su escuela a solo tres cuadras del World Trade Center.
Hoy, a los 40 años, Nordstrom cree que el polvo que respiró ese día ha empeorado su asma. Es la fundadora del grupo de defensa Stuy Health y se unió a la lucha por el Fondo de Compensación para Víctimas, argumentando que su comunidad de sobrevivientes también merece reconocimiento y atención de salud mental y física.
Nordstrom escribió un libro titulado “Some Kids Left Behind: A Survivor’s Fight for Health Care in the Wake of 9/11” (Algunos niños dejados de lado: la lucha de una sobreviviente por la atención médica tras el 11-S), sobre su experiencia y la de sus compañeros de clase al volver a la escuela tras los atentados, después de que su escuela fuera utilizada como zona de ayuda en los meses siguientes.
“Todos merecemos que nos monitoreen”, dice Nordstrom, señalando que los sobrevivientes como ella (personas de la zona que no participaron en los esfuerzos de rescate y recuperación) tienen condiciones comparables a las de los primeros socorristas.
“Los efectos del 11-S sobre la salud afectaron a otras personas más allá de los primeros socorristas. Es difícil para la gente admitir que forman parte de este grupo, pero lo son y merecen estos recursos que el gobierno federal ha destinado a la comunidad del 11-S”.
No solo los socorristas son quienes se vieron afectados por el humo a largo plazo, la población en general también.
Es importante, dice, que la gente reconozca que puede haber resultado afectada, en particular porque puede calificar para recibir atención médica gratuita.
A menudo, las condiciones son más difíciles de ver, pero no por ello son menos merecedoras de tratamiento. Un gran número de miembros del Programa de Salud del WTC han desarrollado problemas de salud mental como depresión, trastornos de ansiedad, trastornos de pánico y trastorno de estrés postraumático.
La propia investigación de Udasin demostró que existe una prevalencia de trastornos de salud mental y dice que todavía ve pacientes que los padecen. Señala que, a medida que los socorristas y los sobrevivientes envejecen y abordan su salud de una manera más seria, la salud mental forma parte de ello.
“Una vez que las personas se jubilan, es más probable que busquen tratamiento de salud mental”, dice Udasin. “Y en esta época del año, todos los años en septiembre tenemos un aumento de personas con un diagnóstico de salud mental”.
Condiciones como el trastorno de estrés postraumático también pueden tener un costo físico. Un estudio publicado este año mostró que hubo un envejecimiento biológico acelerado entre los veteranos que fueron desplegados en zonas de guerra después del 11-S.
“El trastorno de estrés postraumático también es una lesión física”, dice Feal. “He aprendido a aceptar mi diagnóstico de trastorno de estrés postraumático. Significa que has pasado por algo y has salido del otro lado con cicatrices que te hacen más fuerte”.
Otro estudio reciente reveló que aún pueden estar surgiendo otros problemas. Se encontraron evidencias de deterioro cognitivo en personas expuestas al polvo y al humo del World Trade Center, tal vez debido a neurotoxinas orgánicas que se propagaron por el aire.
No solo quienes vivieron el horror del 11-S en carne propia sufren las consecuencias, también muchas personas en EE.UU. se vieron afectadas de forma indirecta.
A medida que pasa el tiempo, la comunidad de sobrevivientes y socorristas del 11-S está disminuyendo.
“Hay una tasa de muerte prematura”, dice Cascio. “Como comunidad, lo vemos como si probablemente todos moriremos de enfermedades del 11-S en algún momento. Todos sentimos eso, ya sea que hablemos de ello o no. De vez en cuando, admitiremos unos a otros, no necesariamente a la familia y a los seres queridos, que incluso si terminamos muriendo en la vejez, será por enfermedades del 11-S”.
Para los primeros socorristas que entraron valientemente en la Zona Cero hace 23 años, y los sobrevivientes que sufrieron las consecuencias de los ataques, hay un aspecto importante en seguir hablando de sus luchas actuales.
“‘Nunca olvidar’ significa asegurarse de que su historia no muera con ellos”, dice Cascio.
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