“En el pasado hablábamos del cambio climático y escuchábamos las advertencias de los científicos. Ahora eso es real… Basta mirar lo que pasó en Valencia”
“En el pasado hablábamos del cambio climático y escuchábamos las advertencias de los científicos. Ahora eso es real… Basta mirar lo que pasó en Valencia”
- Agustina Bazterrica imagina historias apocalípticas como una forma de conjurarlas para que no ocurran. Y a pesar de estar resfriada, habla de ellas con ímpetu.
La distopía que la hizo famosa fue “Cadáver exquisito”, la historia de un mundo donde a causa de un virus todos los animales han sido eliminados y ahora se consume carne humana.
Fue su segunda novela, y hasta el momento se ha traducido a 32 idiomas y recibió el premio Clarín-Alfaguara en 2017 y el Ladies of Horror Fiction Awards en 2020.
En el Hay Festival de Arequipa, Perú -que tiene lugar entre el 7 y el 10 de noviembre-, la escritora argentina conversará de “Las indignas” (2023), que ocurre después de otro colpaso mundial -un apagón total- y en medio de las consecuencias feroces del cambio climático.
“Lo que hago es tomar lo que hoy está latente y llevarlo al extremo”, dice Bazterrica con una voz que, más allá de la gripe, no perderá su fuerza durante toda la entrevista.
Has dicho en más de una ocasión que no te gusta que te encasillen en un género como el horror o en una definición como una escritora distópica. Pero tus últimas dos novelas están enmarcadas en situaciones apocalípticas. ¿Qué te permite la distopía como herramienta narrativa para contar el mundo?
Sí, fíjate que el otro día estaba empezando a investigar y a releer la “Divina Comedia”, porque quería escribir una novela en el Barolo, que es un edificio en Buenos Aires cuya arquitectura está inspirada en esa obra, y se me ocurrió una tercera distopía.
Y me dije que claramente tenía que hacerme cargo de mi interés por pensar en los extremos, y en el hecho de que el día de mañana podemos desaparecer completamente.
De alguna manera, lo que hago es tomar lo que hoy está latente y llevarlo a ese extremo.
Me parece que es una cuestión de pensar que si lo escribo, lo conjuro y por ahí no pasa.
Pero también me sirve para reflexionar sobre otros temas concretos.
Por ejemplo, en “Cadáver exquisito”, el hecho de haber elegido que le regalen a Marcos (el personaje principal) una hembra (que no habla) no es casual. Estoy haciendo referencia a todas las mujeres silenciadas.
Y mirá lo que está pasando ahora en Afganistán, que las mujeres no solo no pueden hablar en público sino que ahora tampoco pueden hablar entre ellas.
Esto me sirve para hablar del capitalismo, del patriarcado, y de esta mirada depredadora de que vos tenés lo que yo no tengo, entonces, te lo saco, lo expropio, te mato y extraigo todo de la naturaleza y de los animales.
Al escucharte me acordaba de un meme de una biblioteca donde aparece un cartel que dice, “Señores lectores, hemos movido las novelas distópicas a la sección de historia contemporánea”. ¿Sientes que estamos en un período histórico que tiene mucho de distópico?
Es que ya tenemos personas viviendo distopías…
Mirá todo lo que pasó en Valencia con las inundaciones, pero también la gente que vive de comer basura, los migrantes climáticos que tienen que dejar sus países porque no se puede vivir más ahí.
Cosas que pensábamos que iban a pasar en muchísimos años están comenzando a ocurrir. En el pasado hablábamos del cambio climático y escuchábamos las advertencias de los científicos. Ahora eso es real.
No creo que con la literatura se evite que esto pase, pero al menos se puede reflexionar.
Y si hay muchos cambios individuales quizás se retrase un poco.
Siempre has destacado la importancia de leer los clásicos de la literatura, pero hace un tiempo en una entrevista dijiste que también te parecía muy importante leer a los autores contemporáneos porque así captas el pulso de la época. ¿Cuál es el pulso de la época que nos está contando la literatura actual?
Es una época donde, a nivel literatura, hay una ola de escritoras que están recibiendo un montón de reconocimiento, y eso se debe que hay todo un público lector que quiere leerlas.
Quizás antes existía este público, pero el contexto no permitía este acceso.
Y lo que noto en las escritoras, sobre todo latinoamericanas, es que trabajan con estas violencias, macro y micro.
Al salir a la calle vivimos en constante amenaza de que te puedan violar o que te puedan matar. No importa la edad, no importa la clase social.
Yo, en un viaje a Tulún, México, me subí a una combi (bus pequeño) que lleva turistas de regreso al aeropuerto. Me tocó viajar sola con el conductor. En un momento nos persigue un auto de policía y le pregunto por qué nos persigue.
El conductor me respondió: “No voy a parar, porque no hicimos nada malo, y si paro, yo no sé qué puede pasar con vos”.
Durante siglos las mujeres hemos tenido mordazas, concretas y simbólicas. También con las violencias económicas o las estéticas, que son las asociadas a lo que hacen un montón de mujeres para poder entrar en los cánones de belleza prevalentes.
En Argentina, las mujeres tienen que ser eternamente jóvenes, eternamente bellas y eternamente flacas. Hay un rechazo constante de la edad. En lugar de celebrar que sigues viva, es lo contrario.
Y si te hacés algo en la cara porque querés evitar las críticas, te critican porque te hiciste algo. Es una opresión constante.
Yo, en “Las indignas”, escribo por ejemplo sobre las mutilaciones de los cuerpos femeninos.
En tus dos últimas novelas, de hecho, hay una reflexión muy clara acerca del cuerpo de la mujer. En “Cadáver exquisito” con un final que enojó a más de un lector; en “Las indignas” con una tortura sistemática a las mujeres que integran esta hermandad sagrada posapocalíptica.
Los cuerpos de las mujeres son territorio de conquista, dice Rita Segato, una intelectual feminista argentina muy importante.
En Argentina ya están empezando a tirar mensajes para discutir el derecho al aborto que ganamos hace muy pocos años.
Por eso hay que seguir luchando y pensando. Mi aporte como escritora es ir a las escuelas a hablar, para evitar que alguna vez suceda aquí lo que ocurre en otras partes.
Yo no puedo hacer nada por las mujeres de Afganistán, pero mi mínimo aporte puede ser al menos conversar con adolescentes sobre lo que es el patriarcado y crear conciencia.
Y también lo hago a través de mis libros, sin ánimo de bajar línea ni de que sean libros panfletarios. La idea es reflexionar.
Has dicho que no escribes panfletos, sobre todo cuando te preguntan si “Cadáver exquisito” es una suerte de proclama de tu condición de vegetariana, pero también has respondido que vos militás a tus libros. Me gustaría mucho saber cómo se milita un libro.
Primero, te tengo que decir algo: hace un mes que no soy vegetariana. Soy pescetariana.
Yo siempre dije que no todo el mundo puede ser vegetariano, porque los distintos cuerpos asimilan la comida de forma diferente y hay contextos y situaciones de vida.
Y lo que me está pasando ahora, que también me parece importante hablarlo porque a veces es un tema tabú, es que estoy en el período de la perimenopausia, tengo 50 años, y lo que le pasa a algunas mujeres es que tenemos hemorragias.
La última que tuve fue durante dos meses a un nivel de que no podía salir de mi casa. Dos meses seguidos de sangrar.
Eso me generó una falta de hierro total y debí recurrir a suplementos, Omega 3 y a comer pescado.
Fui vegetariana 10 años y lo hubiese seguido siendo si no me hubiera ocurrido esto.
Con respecto a militar los libros, a mí me parece un privilegio poder publicar y que te lean desconocidos de todas partes del mundo.
Y entonces, en 2018, cuando el libro se había traducido muy poquito, ya comencé a hablar en escuelas.
Me pedía días de trabajo, porque estaba en relación de dependencia en un estudio de abogados, y me iba a hablar a una escuela rural de 15 alumnos, viajando en colectivo ocho horas de ida y de vuelta.
Cuando yo estaba en el colegio nunca hablé con un escritor, menos con una escritora. Entonces me parece importante tener ese vínculo.
También me conecto a todos los clubes de lectura que me invitan, a veces con 40 personas y otras con dos.
Si bien “Las Indignas” tiene como marco uno o más apocalipsis, has dicho que trabajaste este nuevo libro “pensando en el amor, en la luz, porque sigues creyendo en la humanidad”. ¿Qué cosas te hacen seguir creyendo?
Mi madre es socióloga y su tesis doctoral la hizo a partir de las redes de las organizaciones no gubernamentales.
Investigó cómo se conectan y cómo se ayudan las persona.
Y ahí ves que por debajo de la mirada depredadora tenés gente que todos los días se dedica a cultivar la solidaridad, la armonía, la empatía con el otro.
En el sistema capitalista predomina la mirada del depredador.
Pero hay personas que tienen más una mirada de ecosistema, de convivir con el otro -humano, animal, naturaleza- de una manera armónica.
Una editora definió a “Cadáver exquisito” como “un libro que quema”. Ha provocado muchas reacciones entre los lectores, incluyendo una mujer que te demandó ante la Sociedad Argentina de Escritores porque no le gustaba el final. ¿Qué te pareció esa reacción?
Que un libro genere se nivel de odio, ese sentimiento, es alucinante. Te hace preguntar qué fibra tocaste.
Yo sé que hubo gente que se desmayó, que tuvo náuseas.
Pero también una profesora me contó que en su escuela les daban en el recreo 30 hojas de un libro a sus alumnos y que, en el caso de “Cadáver exquisito”, los alumnos pidieron seguir leyendo.
Y un padre me dijo muy emocionado que su hijo, que tenía problemas de atención y nunca había terminado un libro, pudo leerlo.
Ya con eso llegúe a algún lugar… No sé si tengo que llegar algún lugar, pero eso me emociona más que ganar premios.
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