La cumbre de G7 se mantuvo unida, pero mostró signos de tensión

La cumbre de G7 se mantuvo unida, pero mostró signos de tensión

• Al final de la 50.ª cumbre, Carney aboga por un diálogo continuo.

Después de que el primer ministro Mark Carney y Donald Trump se reunieran individualmente durante 30 minutos el lunes por la mañana, pero antes de que sus respectivos equipos se unieran para continuar la conversación, ambos líderes invitaron a periodistas y cámaras de televisión a una sala de reuniones en Kananaskis, Alta., para presenciar su intercambio de saludos formales.

Carney comenzó deseando al presidente un feliz cumpleaños atrasado y luego mencionó el 250.º aniversario del Ejército de Estados Unidos (motivo del desfile militar de Trump en Washington el fin de semana pasado). El primer ministro prosiguió a mencionar que este era el 50.º aniversario de estas reuniones de los líderes de las democracias más poderosas del mundo.

“Y el G7 no es nada sin el liderazgo de Estados Unidos, su liderazgo personal, el liderazgo de Estados Unidos”, dijo Carney.

Para ser justos, Carney también le dijo al canciller alemán Friedrich Merz que “no estaríamos en ninguna parte sin Alemania y sin usted personalmente”, y afirmó que el presidente francés, Emmanuel Macron, actual decano de los líderes del G7, ofreció un liderazgo “esencial”. Pero quizás, dado el contexto, esta sugerencia a Trump tenga una resonancia diferente.

Por un lado, esto sin duda halagó al presidente personalmente. Quizás incluso podría interpretarse como una súplica a Estados Unidos para que mantenga su compromiso y alianza con las naciones del G7.

Por otro lado, podría interpretarse como una simple declaración de lo obvio: sobre la importancia histórica central de Estados Unidos para el G7, sobre la influencia estadounidense en un organismo que opera por consenso o sobre la simple realidad matemática de que el G7 sin Estados Unidos sería el G6.

En un nivel superior, los comentarios de Carney podrían haber abordado la tensión central de las reuniones de esta semana en Kananaskis y las preguntas más amplias sobre la utilidad y el futuro del G7 en un mundo donde Trump es presidente de Estados Unidos. En otro plano, también está la cuestión de si Estados Unidos aún quiere liderar, o en qué dirección y de qué manera.

Podría decirse que parte o toda esta incertidumbre se cernió sobre los dos días de reuniones que Carney presidió en Alberta, dos días que pusieron de relieve tanto el valor potencial como las tensiones reales de un grupo que al menos logró superar su 50.ª reunión sin desmoronarse.

De hecho, momentos después de los comentarios iniciales de Carney, el reto de encontrar un consenso se hizo patente cuando Trump, sin que nadie se lo pidiera, empezó a lamentar (de nuevo) la expulsión de Rusia de lo que había sido el G8 en 2014. Cuando un periodista le preguntó si también se debería invitar a China, Trump accedió.

Carney, cada vez más ansioso por continuar con el resto de su reunión con el presidente, finalmente dio un paso al frente y animó a los periodistas a que se marcharan.

En ese momento, la 50.ª reunión del Grupo de los Siete aún estaba a una hora aproximadamente de comenzar oficialmente. Poco después de concluir su reunión con Trump, Carney saldría a dar la bienvenida oficial a cada líder a la cumbre.

“Nos reunimos en uno de esos puntos de inflexión de la historia. Un punto de inflexión en el que el mundo mira hacia esta mesa en busca de liderazgo”, dijo Carney, quizás con cierta esperanza, cuando los líderes se reunieron alrededor de una mesa circular en el interior para comenzar sus conversaciones formales. “Puede que no estemos de acuerdo en absolutamente todos los temas, pero donde cooperemos, marcaremos una enorme diferencia, para nuestros ciudadanos y para el mundo”.

Aproximadamente 12 horas después, Trump partió en helicóptero, alegando que necesitaba regresar urgentemente a Washington para abordar el conflicto entre Israel e Irán.

En qué coinciden y discrepan los líderes del G7
La salida anticipada del presidente de Kananaskis recordó su salida anticipada de Charlevoix en 2018 y, por lo tanto, podría indicar algo sobre el interés de Trump en estos foros. Sin embargo, antes de partir, afirmó haber disfrutado esta vez.

“Les digo que me encantó”, dijo Trump a los periodistas en la foto familiar del G7. “Y creo que logramos mucho”.

Como anticiparon los funcionarios canadienses la semana pasada, la cumbre de Kananaskis no dio como resultado el tipo de comunicado conjunto extenso —una expresión formal de las opiniones compartidas y las acciones deseadas del G7— que suele surgir tras este tipo de reuniones internacionales. En cambio, la cumbre concluyó con declaraciones más concisas sobre inteligencia artificial, tecnologías cuánticas, tráfico de migrantes, represión transnacional, minerales críticos y respuesta a incendios forestales.

Limitarse los resultados deseados a esos temas probablemente evitó una cumbre más áspera. Pero las diferencias seguían siendo imposibles de disimular por completo.

Los líderes finalmente acordaron emitir una declaración sobre la situación con Israel e Irán, pero según informes del Washington Post y The Guardian, las referencias a la “moderación” y al alto el fuego fueron eliminadas a instancias de funcionarios estadounidenses. Trump atacó a Macron en redes sociales el lunes por la noche, después de que Macron sugiriera que Trump podría presionar por un alto el fuego.

Los comentarios oficiales sobre Ucrania podrían haber generado discrepancias. Sin embargo, tras repetidas preguntas de los periodistas en su conferencia de prensa de clausura, Carney reconoció que “algunos de nosotros, incluido Canadá, diríamos cosas que irían más allá de lo expresado en el resumen del presidente”.

Y si bien los líderes coincidieron en la amenaza de los incendios forestales, el texto de su acuerdo no menciona explícitamente el “cambio climático”.

¿Cómo se sentían en la sala?
“En los últimos días”, informó Carney el martes por la noche, “Canadá ha trabajado con nuestros socios del G7 para determinar dónde podemos cooperar, desarrollar resiliencia y una prosperidad duradera”. El hecho de que esta cumbre del G7 concluyera sin grandes desacuerdos probablemente se considere un éxito. Carney se mostró cómodo en la presidencia, al menos durante los pocos momentos que se transmitieron públicamente. Y es posible que, en última instancia, se produzcan avances tangibles a partir de lo acordado por los líderes, por mucho que la información sobre esta cumbre haya dejado algo que desear.

El hecho de que las tensiones y limitaciones sigan siendo evidentes sin duda seguirá planteando interrogantes sobre la naturaleza exacta del futuro del G7.

Pero, una vez finalizado el turno de preguntas de los periodistas el martes, Carney decidió plantearse una pregunta que nadie se había hecho: “¿Cómo se sentía en la sala?”. Y, al responder a su propia pregunta, ofreció una defensa implícita de la institución basada en el valor del diálogo (haciéndose eco de los comentarios que un exfuncionario del Departamento de Estado de EE. UU. hizo recientemente a CBC News).

“La ventaja, en particular, del G7 es que, curiosamente, solo hay nueve personas en la sala”, dijo Carney (las reuniones del G7 suelen incluir a los presidentes del Consejo Europeo y la Comisión Europea). “Y hay mucho diálogo y debate directos. Intercambios muy francos, intercambios muy estratégicos. Diferencias de opinión sobre diversos temas. Pero también un esfuerzo por encontrar soluciones comunes a algunos de estos problemas”.

Estos intercambios, dijo Carney, son muy importantes para construir relaciones y confianza. “En un momento en que el multilateralismo está bajo gran presión… que nos hayamos reunido, que hayamos llegado a un acuerdo en varias áreas… eso es importante, eso es valioso”.

Por mucho que haya cambiado el mundo y sea cual sea el estado del liderazgo estadounidense, los miembros del G7, incluido Estados Unidos, aparentemente aún ven el valor de reunirse en torno a la mesa del G7.