Petro reina en medio del caos
Petro reina en medio del caos

Gustavo Petro habla en Bogotá, Colombia, el 6 de junio de 2025. Foto Ivan Valencia (AP)
– El presidente de Colombia gestiona al mismo tiempo dimisiones, varios escándalos de corrupción en su entorno, una polémica consulta popular y hasta un complot para derrocarlo
Los ministros y asesores de Gustavo Petro se han compartido entre ellos la táctica que debe usarse al pasar el umbral de su despacho. Se trata de saludar al presidente de una manera afectuosa aunque sea hipócrita, escuchar su respuesta y, de inmediato, plantearle preguntas muy concretas, preferentemente que puedan contestarse con un sí o un no. De lo contrario, las órdenes pueden no resultar claras. Petro puede levantarse cáustico, pero también expansivo. En el segundo de los casos aturde a los que le rodean. “Al presidente hay que interpretarlo”, dice alguien que trabaja en la Casa de Nariño, la residencia presidencial.
Desde que entró por la puerta ha tratado de impulsar un acuerdo nacional, una Constituyente, una consulta para aprobar algunas de sus reformas y una paz “total” con los grupos armados de la que ya no queda rastro.
Han desfilado 58 ministros, de los cuales algunos solo han durado unos meses. Casi todos se han pasado de estar a su lado a criticarle. Su mano derecha era Laura Sarabia y ahora lo es el que fuera su máximo enemigo, Armando Benedetti. Solo esta semana se ha sabido que Álvaro Leyva, su primer canciller y alguien que le susurraba al oído que cambiara la Constitución y se reeligiera, complotaba para derrocarlo. Y que alguien al que colocó en uno de los puestos más importante, Carlos Ramón González, se ha fugado antes de que un tribunal ordenara su detención por corrupción. Petro reina en el caos.
En privado, asegura sentirse solo. Incomprendido, atacado por todos los frentes. Los que le rodean no son suficientemente revolucionarios, no se han jugado la vida como guerrilleros (tal cual como él lo fue) , ni han estado en prisión ni han sido perseguidos por el paramilitarismo. Se queja de decenas de nombramientos que ha hecho él mismo. Y ahora ha caído en la cuenta de que Sarabia, su mano derecha durante mucho tiempo, lo aislaba y lo metía en una burbuja, como venía advirtiéndole su entorno. “Los peores enemigos hemos sido nosotros mismos. Usted los nombra y no han dado resultados. Hágase cargo”, añade un colaborador muy estrecho. Uno de los ministros más importantes que ha tenido, ahora fuera de la administración, analiza así el Gobierno: “El cambio de Petro no va a ser un puente ni una carretera. Es lo que ha traído, un cambio de formas, de estilo, de que puede gobernar gente distinta a las élites. Y ese no es un legado menor”.
Lo dibujan como un idealista, pero eso es no ver todo el cuadro completo. Visto que no salieron bien las cosas con los tecnócratas, políticos de centro que incluyó en su primer Gabinete, ni con nombres salidos del petrismo clásico, ahora ha dejado la fontanería del Gobierno en manos del cuestionado Armando Benedetti, exsantista y uribista que ha protagonizado unos cuantos escándalos, y de Alfredo Saade, líder cristiano con historia en partidos de derecha. Confía en que le ayuden a sacar adelante temas que necesitan de quorum político —son hábiles negociadores en el submundo del Congreso— y logren pactar con diferentes corrientes para que alguien de su cuerda le suceda. Benedetti, además, ha conseguido aprobar la reforma laboral, un proyecto que dignifica las condiciones de los trabajadores.
En paralelo, impulsa la organización de una consulta popular para que sea la ciudadanía, según su visión, la que apruebe sus principales reformas, como la de la salud, y otros planes de Gobierno. La aventura genera muchas resistencias en amplios sectores, no necesariamente solo desde la oposición. Lo interpretan como una manera de saltarse la potestad del Congreso y salirse con la suya mediante un referéndum en la que llevaría las de ganar al poder usar la maquinaria estatal. No necesariamente es así. Hay opositores, como el exvicepresidente Germán Vargas Lleras, que ha llamado a aceptar el reto. Petro necesitaría 13,6 millones de votos, una cifra altísima, si se tiene en cuenta que en la segunda vuelta presidencial obtuvo 11,2.
“Es increíble que todavía no se haya rendido. Que se levante todas las mañanas y haga frente a todas estas batallas a la vez, escándalos, problemas, corrupción. Ni Pedro Sánchez”, añade un asesor externo, importante en su elección. Esta persona piensa que Petro sufre una disociación por el momento histórico que le ha tocado vivir (o que más bien ha detonado). Una descarga de adrenalina diaria cuya semana equivale a un mes en otro Gobierno.
Lo dan por finiquitado, creen que se trata de un lame duck [pato cojo, como se designa coloquialmente en Estados Unidos a los cargos electos que están cerca de abandonar su puesto] al que le va a sobrar un año de Gobierno. Así le ocurrió a Iván Duque, su antecesor, que se dedicó el último año a gestionar una revuelta popular. Acabó encerrado en el Palacio, rezando en una capilla. Sin embargo, hay analistas que consideran que el que viene será un año turbulento porque no va a dejar las cosas como están. Incluso que podría, con el 29% que le otorga de popularidad la encuesta Invamer, decidir quién va a ser su sucesor, sin importar que venga de la izquierda o el centro. Su obsesión es que no lo haga Vicky Dávila, exdirectora de la revista Semana y ahora precandidata presidencial de la derecha, una de las mejores posicionadas en las encuestas. En cualquier caso le quedan 13 meses antes de salir por la puerta; 13 meses de un país sumergido en las aguas profundas del desconcierto.

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