CRÓNICAS: Woodstock
CRÓNICAS: Woodstock
Por: Lucía P. de García
Toronto.- Quienes asistieron al festival de música de Woodstock que se celebró entre el 15 y el 17 de agosto de 1969 en la granja lechera de Bethel Woods, al sur de Nueva York, nunca imaginaron que su respuesta al llamado a Vietnam con la consigna “Haga el amor, no la guerra” repercutiría en el mundo.
El temor a ese enrolamiento traumatizante, donde los más valientes se estremecían ante los terribles relatos de la guerra y la posibilidad de morir sin comprender del todo los porqués, hizo que los viajes proporcionados por los alucinógenos les permitieran aliviar su angustia y llegar a sitios imaginarios de tranquilidad. Así nació otro slogan “No pises la hierba, fúmala”.
Era imposible vivir todo lo anhelado en tan pocos días. De nada valía aturdirse con drogas y rock, desnudos o vestidos en forma estrafalaria, portando flores en el cabello o en sus largas barbas, pintando en sus ropas, en sus cuerpos o en sus manos el famoso signo de la paz.
Era una generación ansiosa de cambiar su fatal destino, por eso destilaba rebeldía y clamaba ante el entonces presidente Richard Nixon un país engrandecido por la verdadera libertad, sin tropas, donde reinaran música, filosofía, intelectualidad, esperanza, lo espiritual y “Paz y Amor”.
Pasados esos días desenfrenados, la angustia prevaleció y aquella juventud que creó el movimiento hippie enmudeció. Evadió la lucha contra lo que le hacía sufrir y lo que le tenía inconforme recurriendo al hachís. Practicó el amor libre, se rodeó de psicodelia. Se encerró en grupos donde compartían todo, desde la propiedad hasta los hijos, así trataron de crear vínculos y satisfacer sus ansias de afecto. Algunos se autodestruyeron con la drogadicción, otros negaron su presencia en Woodstock, muchos ocultaron sus locuras, la mayoría se dejó absorber por el sistema.
Pero la Guerra de Vietnam seguía allí. El Norte comunista apoyado por la guerrilla del Vietcong enfrentaba al Sur vietnamita apoyado por Estados Unidos. El calor sofocante reinaba sobre una lucha desigual, lo primitivo contra la tecnología. El Norte utilizó trampas en la selva, túneles, juegos de guerrilla. El Sur empleó más bombas que las lanzadas durante la Segunda Guerra Mundial, y químicos como el Agente Naranja y el Napalm, que no sólo exfoliaron las selvas y derritieron la piel de las personas sino que provocaron mutaciones genéticas. El enfrentamiento que inició en 1959 terminó en abril de 1975, y, aunque parezca increíble, venció el Norte comunista porque luchó por su suelo con una fuerza y un ingenio salidos del corazón. Estados Unidos tuvo que salir precipitadamente del país.
En 1994 volvieron los recuerdos de Vietnam, cuando entre el 12, 13 y 14 de agosto se realizó un nuevo concierto Woodstock en la misma granja al sur de Nueva York.
El lugar de 345 hectáreas fue acondicionado con servicios sanitarios y surtidores de agua. Aunque se vendieron 200.000 entradas, se calcula que ingresaron 200.000 personas más forzando la valla de metal.
Financiaron el espectáculo grandes firmas comerciales, que junto a vendedores menores, hoteles y parqueaderos públicos aledaños obtuvieron excelentes ganancias. Hubo surtido de recuerdos, alimentos, golosinas, camisetas, sombreros, adornos, también drogas.
Tratando de imitar las locuras de 1969 los muchachos se zambulleron en el lodo y unos cuantos pasearon su desnudez, sus trajes insólitos, barbas y pelos largos. Las flores fueron escazas. Reemplazaron su colorido sendas carpas que se estremecían ante el bullicio que emitían los gigantescos parlantes, volumen tan alto que distorsionaba voces y música.
Se gritó, se bailó, hubo diversión a más no poder. El campo se cubrió de jóvenes que igual pisaron la hierba, la fumaron; hicieron el amor y no la guerra; citaron las clásicas palabras “Paz y Amor”.
A pesar de que se trató de hacer un Woodstock igual al primero, quienes participaron en el segundo cuentan que fue totalmente diferente, se sentía que algo faltaba.
Ese “algo” que hizo único e inolvidable al Woodstock de 1969 fue la espiritualidad que reinó en la atmósfera; el desborde de sentimientos de miles de almas atormentadas por la Guerra de Vietnam que se unieron para, con toda la fuerza de su desesperación, suplicar al Cielo ¡Paz y Amor!

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