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  • September 22, 2025 , 10:03am

CRÓNICAS: De Oro y Otros Tesoros

CRÓNICAS: De Oro y Otros Tesoros

Por: Lucía P. de García

Toronto.- Eran los tiempos cuando en nuestro continente se buscaba oro. Con esa finalidad y en representación de los reyes de Francia, Jacques Cartier fue el primero en llegar a suelo canadiense en 1534. Un año más tarde, cuando navegaba con sus hombres por el río San Lorenzo divisó grandes grupos de rocas doradas, todos saltaron de júbilo. Se alegraron aún más cuando los indígenas de la región les contaron que en la zona del río Ottawa proliferaban los depósitos. Sintiéndose dueños de grandes fortunas, los aventureros tomaron las rocas que más pudieron y regresaron a Francia, donde las hicieron examinar. Con pesar recibieron la noticia de que el supuesto oro apenas contenían una brillosa mezcla de sulfuro y hierro, conocida como falso oro. 

Cincuenta años después, durante la época de la reina Isabel I de Inglaterra, John Davis continuó la odisea. Ya no buscaba oro sino un paso hacia la China por el Ártico. Los tres viajes que realizó por Groenlandia le dieron idea de su inmensidad. A él se sumaron otros exploradores ansiosos de fama y dinero; nunca encontraron oro ni pudieron surcar el Ártico. Hoy, la gigantesca isla rodeada de los glaciares árticos es una nación autónoma del Reino de Dinamarca. 

Por entonces la Iglesia Católica había establecido como obligatorio que, en señal de respeto a la muerte de Jesús, los viernes y otros días santos se reemplazaran las carnes por pescado. La demanda agotó los bancos de peces en las nórdicas aguas europeas, forzando a los pescadores a avanzar hasta las costas de la Provincia de Newfoundland. Pronto se pudo ver en aguas canadienses el arribo de más de 1.500 barcos pequeños provenientes de Escandinavia, Holanda, Inglaterra y Francia.

Las jornadas de pesca se realizaban cada primavera y verano. Como el pescado debía conservarse en buenas condiciones hasta el regreso a Europa, los franceses lo salaban inmediatamente de efectuada la tarea. Luego los ingleses experimentaron que era mejor dejar secar el pescado a la intemperie y salarlo antes de embarcar la carga. 

A menudo llegaban los indígenas de la zona a observar estas actividades, lo que auspició el intercambio de pieles por cuchillos, joyas, licor, armas. Éstas últimas eran las más apreciadas por los nativos, ya que eran mejores que las que ellos tenían y que las elaboraban con huesos, piedras y madera. 

Este trueque beneficiaba económicamente a los franceses, ya que las pieles eran finas: marta, mink, zorro. Éstas alcanzaron gran popularidad en la Europa del siglo XVI, especialmente por ser ideales para la elaboración de sombreros. Como era lógico, éstos se pusieron de moda. 

Los miembros de los pueblos originarios también se favorecieron al vender las pieles cada vez a mejor precio, por lo que empezaron a incrementar la caza por medio de trampas. Por su parte, el gobierno francés incrementó la colonización de las tierras a las que llamó Nueva Francia, en espera de que fueran sus mismos ciudadanos quienes se encargaran del lucrativo negocio. 

En 1607 el inglés Henry Hudson llegó a las costas de Groenlandia con la intención de encontrar una ruta hacia las Indias, pero los grandes hielos le impidieron continuar y tuvo que regresar a Inglaterra. Dos años más tarde realizó otro viaje, arribó a Carolina del Sur y al río que hoy lleva su apellido, Hudson. En 1610 su exploración le condujo hasta donde en la actualidad se conoce como Bahía de Hudson. En esas playas del noreste canadiense falleció, dejando trunco su intento. Sus descendientes afianzaron su fama al crear los almacenes Hudson Bay, al momento en liquidación.

Ninguno de los primeros exploradores hizo fortuna al buscar oro. Sí la obtuvieron a través de otros tesoros mucho más importantes: paliar el hambre de la población europea con peces y abrigar los cuerpos con pieles durante los helados inviernos. Aquellos viajes les dieron notoriedad y beneficiaron al mundo, ya que los aventureros delinearon costas y refirieron zonas impensables por medio de representaciones cartográficas, mapas y relatos que exaltaban la inmensidad y belleza del territorio que hoy se llama Canadá. 

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