CRÓNICAS. Desarrollo y Caída de los Pueblos Originarios
CRÓNICAS. Desarrollo y Caída de los Pueblos Originarios
Por: Lucía P. de García
Toronto.- Estudios indican que los primeros habitantes de América llegaron de Asia hace 60.000 años, atravesando el estrecho de Bering. En el noreste hay vestigios de vikingos que se asentaban temporalmente en el territorio que hoy es Canadá. Estos pobladores primitivos conocían el fuego; curtían pieles y las utilizaban para vestidos e implementos de hogar; tejían cestos con tendones de animales o plantas silvestres; sus armas eran de cuerno, hueso, madera o piedras puntiagudas que también utilizaban para caza y pesca.
En su nomadismo cíclico avanzaron hacia el sur y se volvieron sedentarios. Eran grupos pequeños que se ayudaban mutuamente y decidían bajo consenso de toda la comunidad, en base a una misma cosmovisión. Creían en un poder superior, en los espíritus, en el poder de la Madre Tierra, les agasajaban con rituales y tradiciones. Ya como tribus o naciones, había gran respeto hacia las mujeres, quienes muchas veces aconsejaban a las autoridades o decidían sobre guerras y esclavitud. Aunque no hicieron grandes construcciones como las de Centroamérica y Suramérica, tenían conceptos políticos y sociales tan desarrollados que fueron adoptados en la Constitución de Estados Unidos.
Otros grupos que llegaron desde Asia en embarcaciones arrastradas hacia el sur por las corrientes del océano Pacífico, tuvieron comportamientos similares. A la naturaleza y sus fenómenos se identificaron como dioses. El aspecto religioso liderado por shamanes se impuso en lo ideológico, cultural, político, comercial. Conocieron el 0 y sus aplicaciones mucho antes que los pueblos de Europa. Tenían calendarios ceremoniales y religiosos de 260 y 365 días. El famoso calendario azteca fue realizado en base a la “cuenta larga”, cómputo de los días transcurridos a partir de determinada fecha.
De pequeñas aldeas pasaron a grandes culturas, luego se volvieron extraordinarias civilizaciones como los Olmecas al sureste de Centroamérica y Chavin en los Andes suramericanos. Fueron brillantes ceramistas, artesanos, astrólogos. Su saber fue tan avanzado que pueblos andinos usaron instrumentos sofisticados en las trepanaciones craneanas, y los centroamericanos, incrustaciones dentarias. Manipularon la genética de plantas y domesticaron el maíz. Cambiaron el curso de ríos para abastecer de agua a las grandes ciudades, todas hermosas, elegantes, ordenadas, llenas de arte y riqueza. En la Ciudad de México, por ejemplo, vivían 250.000 personas. Al conocerla, los europeos quedaron maravillados y la calificaron de “magnífica”, mejor que París.
Cuando Cristóbal Colón llegó a nuestro continente el 12 de octubre de 1492, ya lo habitaban casi 60 millones de personas, se hablaba 1.200 idiomas, las estructuras sociales eran igualitarias. Existía un gran comercio entre el norte y el sur. A Canadá había llegado maíz desde México, papas desde Perú, tabaco desde la Amazonía.
En Centroamérica, los mayas lucían construcciones fabulosas, inmensas y señoriales pirámides alrededor de las cuales los pueblos realizaban sus labores rutinarias.
En América del Sur, el Imperio Inca estaba en apogeo. Nacido entre leyendas en el lago Titicaca, Bolivia, el llamado Tahuantinsuyo comprendía desde el sur de Colombia hasta el centro de Chile. La organización social estaba presidida por el Inca. En orden de jerarquía seguían nobleza, militares, shamanes, recaudadores de impuestos, artesanos, campesinos, siervos. Y una clase especial, las Aclla, mujeres preparadas para esposas o concubinas de la nobleza y para el culto en los templos; muchas de ellas fueron sacrificadas al dios sol como ofrenda de máximo valor.
La economía Inca se basó en técnicas agrícolas, terrazas escalonadas, irrigación. La producción se dividía entre Estado, clero, pueblo. La comunicación era excelente, rocas y arenales fueron dominados por escalinatas, puentes, caminos longitudinales y transversales donde transitaban los chasquis (corredores). En los tambos (posadas) se disponía de alimentos y otros esenciales. La arquitectura era espléndida, edificios construidos con piedras gigantescas perfectamente alineadas, paredes cubiertas de oro, techos en los que la paja se combinaba con espigas de aleaciones cuyo brillo al sol daba la apariencia de oro. Plazas y jardines adornados con estatuas de animales en tamaño natural, todas de oro. Además abundaba plata, cobre, piedras preciosas; nuevos alimentos, nueva fauna y flora, nuevos productos medicinales.
Tal esplendidez sedujo a españoles y a otros europeos, quienes llegaron a tierras americanas con la intención de volverse ricos. O de convertir al cristianismo a esos “indígenas salvajes” cuyas creencias y costumbres ofendían a Dios.
El desarrollo de los pueblos originarios de nuestro continente se interrumpió y dio inicio su caída. Riqueza y arte se trasladaron a Europa, a palacios de monarcas, casas de nobles, conventos, residencias de los nuevos ricos. Y mientras se producía un mestizaje nunca antes registrado en la historia humana con amor de por medio o por violación a mujeres, se destruían los grandes imperios amerindios; sus ciudades cautivantes, sus sociedades donde todos tenían alimento, cuidado de salud, techo seguro, sus conocimientos admirables, sus creencias, tradiciones, costumbres; sus recuerdos, su historia. A falta de mano de obra para el cuidado de hogares y campos debido a las muertes y crueldades de la Conquista y la Colonia, se trajeron desde África esclavos negros. Así que, todos los nacidos en América Latina somos descendentes de ese mestizaje evidenciado en la variedad de colores de piel.
Nuestros pueblos originarios, que por siglos han resistido martirio, sufrimiento, humillación, son los que ahora defienden a la Madre Tierra, el agua, los páramos, las selvas, los bosques; ellos son los que cultivan los campos y así alimentan a las ciudades, a toda la población. Aquellos pueblos no están caídos, han resistido por más de 500 años los abusos que han continuado luego de alcanzar la independencia. Esos pueblos han sobrevivido al conservar sus costumbres y tradiciones, al vencer estoicamente dificultades, al avanzar organizados, solidarios, dignos. Y lo más noble, conscientes de que todos somos hermanos, nos comparten su fortaleza y esperanza.

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