CRÓNICAS: Quebec: el Día Después
CRÓNICAS: Quebec: el Día Después
Por: Lucía P. de García
Toronto.– Hace exactamente 30 años, cuando el paisaje otoñal destacaba el marco ideal para el Halloween, ocurrió un evento de trascendental importancia para Canadá. Se aproximaba el día cuando los quebequenses debían responder por Referéndum sobre el futuro de su provincia, lo que afectaba a todos los habitantes del país, donde reinaba una gran preocupación.
La pregunta del Referéndum decía “Acepta que Quebec se convierta en soberano, después de haber ofrecido formalmente a Canadá una nueva asociación económica y política, en el marco del proyecto de Ley sobre el futuro de Quebec y el acuerdo firmado el 12 de junio de 1995?”. El juego de palabras significaba para unos, un maleficio cuyo nombre era Separación. Para otros, la clave mágica para desaparecer los problemas y sólo conservar lo bueno.
Prepararon el conjuro Jacques Parizeau, Lucien Bouchard y Mario Dumont, quienes con habilidad cambiaron la palabra Separación por Soberanía, aderezando la pócima con ofertas de pasaporte, moneda, beneficios sociales, membresías, comercio y más.
El sortilegio debía funcionar con un simple “SI”, que muchos imaginaron no implicaba rompimiento sino un otorgamiento a los líderes del Parti Québécois de un arma de presión para obtener del Gobierno Federal lo que habían sido sus aspiraciones: el reconocimiento oficial de Quebec como sociedad distinta, estatus especial, capacidad de veto sobre ciertos cambios constitucionales, la perspectiva de más poderes.
Si dentro de Quebec el hechizo parecía un embrollo, fuera de la provincia las cosas estaban claras, el resultado en las urnas definiría la fragmentación o no de Canadá.
Algunos señalaban que era preferible que de una vez por todas se diera el SI, para alejar en forma definitiva ese monstruo que cíclicamente amenazaba a la nación. Otros confiaban que por sobre los sentimientos regionalistas prevalecería el espíritu de unión canadiense, fortalecido desde el 1 de Julio de 1867, cuando Nueva Brunswick, Nueva Escocia, Quebec y Ontario se unieron para formar el Dominio de Canadá.
En lo internacional hubo expectativas. A requerimiento de los periodistas, el presidente estadounidense William Clinton puso al Canadá fuertemente unido, como un ejemplo de armonía cultural. Su homólogo, Jacques Chirac, declaró en Nueva York “el gobierno francés no desea interferir en los asuntos internos de Canadá. Si el Referéndum es positivo, entonces el gobierno de Francia reconocerá este hecho, por supuesto”.
En lo interno se dio un arrebato que movilizó a los espíritus de bien que se dice viven en los tótems. Políticos, empresarios, artistas, científicos, ciudadanos comunes, estudiantes e inmigrantes elevaron sus voces con fuerza, para pedir anular el conjuro marcando el voto con un “NO” y así preservar la permanencia y unidad de esta Patria joven y pujante señalada por Naciones Unidas como “El mejor lugar para vivir”.
La magia se extendió. Palabras sonoras y escritas brotaron por todas partes, decididas a romper tan absurdo encantamiento. Con civismo admirable, mujeres y hombres de toda edad y condición cantaron a Canadá, evocaron su historia, portaron banderas, improvisaron discursos cargados de amor patrio. Ancianos recordaron las batallas libradas y con lágrimas pidieron mantener la unidad. Niños dibujaron y escribieron cartas destinadas a otros niños en Quebec, valorizando la unión. Adolescentes y jóvenes clamaron preservar intacta la nación que les pertenece, con un poderoso NO. Caravanas salieron de todos los rincones de la nación para dirigirse a Quebec con un claro mensaje de amor al país: NO a la destrucción de Canadá, NO a la incertidumbre, NO a desvanecer el sueño de generaciones.
El entonces Primer Ministro Jean Chretién se dirigió a todos los habitantes en inglés y francés con un discurso que conmovió. Sin negar los problemas del momento o los desacuerdos del pasado señaló las bondades de nuestro país, único por su tolerancia, generosidad, respeto, por su compromiso contra la pobreza, la libertad, la paz. Pidió reflexionar profundamente sobre el voto, que de ser afirmativo conduciría a la separación irreversible y a consecuencias imprevistas.
El líder separatista Lucien Bouchard se dirigió a los habitantes de habla inglesa para decir que el “SI” daría a Quebec su justa Soberanía, con la cual se podía negociar con Canadá una unión en términos de hermandad. A los francófonos brindó un discurso enalteciendo el nacionalismo y atacando a Jean Chretién.
Antes de ir a las urnas, los pueblos originarios de Quebec ya habían proclamado su voluntad de permanecer integrados a Canadá en su territorio indivisible, indicando que los separatistas son quienes “bien pueden regresar a Francia”. En Referéndum propio, efectuado el 24 y el 26 de octubre, fueron aquellos pueblos los primeros en votar. Acudieron invocando a las almas de sus antepasados y acompañados de los espíritus de sus tótems. Con un NO casi unánime ratificaron seguir integrados a Canadá.
Llegada la fecha prevista, el 30 de Octubre de 1995, los ciudadanos de Quebec expresaron libremente su voluntad, la misma que se conoció avanzada la noche.
El día después, el temido 31 de octubre, cuando se conocería con certeza el resultado del Referéndum en la misma fecha que coincidía con Halloween, la penumbra otoñal se había disipado. No se escuchaban los gritos de terror ante fantasmas que atraviesan paredes y brujas que vuelan por los aires repartiendo maleficios. Aquellos niños que dibujaron y escribieron las cartas volvieron a recorrer las calles para obtener dulces con un “Trick or Treat” diferente, sentían alegría pues las sobras separatistas se habían rendido ante el poderoso NO y todo Canadá estaba festejando.

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