El país que nos inspira, el país que nos decepciona
El país que nos inspira, el país que nos decepciona
No creo equivocarme si digo que para una buena parte de quienes hemos inmigrado a Canadá, la noción que podíamos haber tenido de este país antes de haber decidido venir a él, habría sido superficial: su ubicación en el extremo norte del continente nos hacía asociarlo inmediatamente con un intenso frío y mucha nieve. Bueno, en eso el estereotipo se habrá confirmado.
En lo personal, mis primeras impresiones de Canadá venían en la forma de una historieta, el Sargento King de la Policía Montada, que leía semanalmente en una revista de comics llamada “Pulgarcito”, y que se publicaba en Chile allá por mediados de los años 50. Debo haber tenido unos 8 años cuando la maestra en mi escuela, con motivo de algo referido a las Américas, asignó a cada niño una composición sobre uno de los países del continente. Como hecho quizás premonitorio a mí me tocó Canadá. Una tarea no muy fácil por cierto, mientras mis compañeros veían aliviados que podían encontrar información abundante sobre Argentina, Brasil, o cualquiera de los otros países de los cuales al menos habían escuchado por sus equipos de fútbol, a mí la maestra parece que me estaba tirando a los leones con esto de Canadá. Ni siquiera en el mapa del continente que había en la escuela alcanzaba a verse Canadá, ya que por motivos de espacio al norte de Estados Unidos sólo se veía una pequeña franja en torno a los grandes lagos. Fue sorprendente aprender que en verdad éste era el país más grande de todo el continente.
Mucho más adelante, ya en la secundaria, en clase de química oí hablar de algo llamado el “bálsamo de Canadá”, que no recuerdo para qué se usaba (como muchos de mis compañeros de entonces, la química era interesante de ver por la mezcla de líquidos que uno podía hacer y de cómo “mágicamente” los compuestos cambiaban de color o arrojaban algún olor desagradable, o podían hacer pequeños estallidos u otros efectos, pero cuando había que lidiar con la óxido-reducción y las ecuaciones que la acompañaban, el entusiasmo por esa ciencia se nos desvanecía completamente).
Mi venida a este país, escapando de la represión que las dictaduras fascistas imponían primero en Chile y luego en Argentina en donde había vivido mi primer exilio por dos años, tuvo, como debe haberle ocurrido a muchos, sentimientos encontrados. Incertidumbre por un lado, pero también el gran alivio que significaba dejar atrás el horror de la dictadura y el peligro que ella potencialmente representaba. Por el hecho de haber sido recibido aquí tendré siempre—como persona agradecida que soy—un reconocimiento al país y al entonces gobernante, el primer ministro Pierre Trudeau que para 1976 había puesto en práctica un programa especial para recibir a chilenos, uruguayos, brasileños y otros latinoamericanos que escapando de sus respectivas dictaduras habíamos ido a parar a Argentina, pero que entonces habiendo corrido ese país la misma suerte que sus vecinos, centenares de ciudadanos de esos países quedaban en la indefensión, anclados en una riesgosa Buenos Aires. La movida del gobierno canadiense, recogiendo el sentir de su pueblo a través de todo el país, fue muy oportuna y solidaria.
Es interesante consignar también que muchas de nuestras actitudes cuando recién llegábamos estaban basadas en falsas preconcepciones de este país. Por de pronto a pesar de que especialmente quienes veníamos como exiliados políticos nos considerábamos muy avanzados en materias sociales, al fin de cuentas había mucho que aprender de Canadá como sociedad. Y eso que yo llegué primero a la provincia de Alberta, considerada de las más conservadoras y tradicionalistas. Había en ese momento una mucha mayor igualdad de derechos entre hombre y mujer que la que uno hubiera podido imaginar (hablo de la segunda mitad de los años 70, cuando llegué a este país, desde entonces también se han logrado notables progresos en América Latina, pero aun así, en términos de respeto hacia los derechos de la mujer, Canadá está a años luz de la mayor parte de nuestras conservadoras sociedades). Lo mismo puede decirse de los derechos de la juventud y los niños, así como de las minorías sexuales, aunque en América Latina recién ahora se empieza a hablar de matrimonio de personas del mismo sexo (Argentina es el único país que lo reconoce legalmente).
En materia de programas sociales—y a pesar de su lamentable deterioro en los últimos años—el principio de acceso universal a la salud es ciertamente una de los más admirables conquistas de este pueblo (originalmente una iniciativa del partido CCF antecesor del actual NDP/NPD que bajo Tommy Douglas introdujo en Saskatchewan la primera legislación estableciendo tal sistema, en los años 50 el gobierno liberal extendió el programa de salud a todo el país). Del mismo modo el concepto de educación gratuita hasta la secundaria (la universitaria es más costosa es cierto, pero nunca como en Estados Unidos) es otro principio de justicia social importante, de nuevo hay que aclarar que como la salud, la educación también sufre en los últimos años por los cortes en sus recursos. El seguro de desempleo otra iniciativa progresista permite apoyar a quienes pierden sus trabajos. Y sin olvidar esa otra institución muy útil aunque a veces vilipendiada y otras pocas abusada: el bienestar social (conocido en los dos idiomas oficiales simplemente como “welfare” o “bienêtre”) que ha sacado de apuros a muchos individuos y familias, un programa al que primero muchos inmigrantes se sentían un tanto avergonzados de recurrir: eso de recibir dinero sin trabajar parecía como una humillante limosna, en verdad sin embargo se trata de la cristalización de un principio humanista de solidaridad social (con el tiempo esas reservas que algunos podían tener y que los llevaba incluso a resistirse a recurrir al programa han sido abandonadas y en algunos casos se ha llegado al extremo opuesto: gente que “hace carrera” en vivir sin trabajar; bueno siempre hay avivados, afortunadamente son una minoría).
Si la tolerancia y la amplitud de criterio han sido los elementos con los que Canadá nos inspira, desgraciadamente, y diríamos que como efecto de los cambios acaecidos globalmente en las últimas décadas, este país, no su gente ni el estado mismo sino más bien quienes lo dirigen, nos han producido también crecientes decepciones.
El neoliberalismo que se apoderó del mundo con su énfasis en hacer dinero a costa de lo que fuera, ha influido muchas de las políticas recientes de Canadá, más bien desde los tiempos cuando Brian Mulroney fue primer ministro, históricamente considerado el peor gobernante que este país haya tenido. Su cercanía a Estados Unidos siempre ha sido el punto vulnerable de Canadá (“ser vecino de Estados Unidos es como dormir cada noche al lado de un elefante” decía medio en broma Pierre Trudeau) por lo que se hace muy difícil para quienquiera gobierne en Ottawa mantener ciertos visos de independencia. Tampoco se trata de exagerar como los que dicen que Canadá es algo así como una colonia de su vecino del sur. Hay varias instancias en que Canadá ha desarrollado políticas propias tanto internas como externas, en esto último lo hizo en los 60 cuando se abstuvo de apoyar a Estados Unidos en Vietnam, o cuando mantuvo relaciones con Cuba, o más recientemente cuando se negó a participar en el ataque a Irak. Lamentablemente sí se sumó a la invasión a Afganistán, una misión militar que después de diez años no muestra resultados concretos; y hace unas semanas, se ha hecho cómplice de la OTAN en los bombardeos a Libia, un hecho que a la larga será recordado como un acto vergonzoso para un país como Canadá que tenía imagen de pacífico, motivado por el deseo de Washington y sus aliados europeos de apoderarse del petróleo libio, para lo cual han inventado patrañas similares a las que inventaron para atacar a Irak.
Canadá merece más y por eso me adhiero como siempre a saludarlo en el aniversario que hoy celebra. Sólo que desearía que esos que hoy gobiernan y que han profundizado esta decepción se fueran pronto, para que la imagen pacífica y humanista del país de la hoja de arce nos vuelva a inspirar.
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